viernes, abril 26, 2024
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Adiós a Pepe Castro, el hombre que siempre supo ‘apretá

Se apagó la luz de un avezado hombre de la política, quien desde su aparición en la vida pública, dejó huellas imborrables por su característica manera de gobernar, no necesitó títulos académicos para ganarse el cariño de un pueblo que lo respaldó en la vigencia de sus avatares eleccionarios.

José Guillermo ‘Pepe’ Castro, el de las grandes Mayorías de su trapo rojo, murió en una clínica de la ciudad a sus 91 años luego de soportar problemas cardiacos. Su historia política la sintetizan sus compadres en cada comarca, los puentes, colegios, plazas y vías, las que siempre entregaba sin cortes de cintas, sino con el tradicional sancocho de oveja gorda y carne salá como siempre los referenció en sus famosos cuentos de Pepe, un segmento que hizo parte de la estructura del noticiero Las Tribuna del Cesar.

Fue Alcalde de Valledupar, Gobernador del Cesar y Senador de la República entre otros cargos, lo que siempre alternó con sus actividades de hombre de campo, el que labró enlazando novillos cimarrones o bajando cientos de toneladas de café desde la sierra para aromatizar los mercados locales e internacionales.

Su popularidad era paralela a la de cada santo patrón de las poblaciones que visitaba, y en donde acumulaba amigos y amores que extendieron una prole a la que siempre reconoció, la que hoy hace parte de una gran familia, algunos de los cuales siguieron sus pasos, aunque será casi utópico repetir la hazaña de un hombre que creó sus propias frases como: ‘Los Buldóceres adelante y los Abogados detrás, cuando contra todo pronóstico y reclamo, demolió gran parte del cementerio central para darle continuidad a la hoy carrera 9 de Valledupar.

Valledupar acompañará las exequias de Pepe Castro un referente del País Vallenato, que deja en sus crónicas de La Plaza Mayor, la más exquisita literatura criolla como una semblanza de la pujanza de un hombre que a pulso forjó una fortuna  económica y política en el departamento del Cesar. Paz en su Tumba.

Por William Rosado Rincones

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