jueves, abril 25, 2024
Historias

Ángeles entre las sombras

En la revista Selecciones del  Reader´s Digest en los viejos años 70, leí una frase que nunca olvidaré: “Dios provee a cada pájaro su alimento pero no se los hecha al nido”. G.Herbert. Por muchos años la repetí entre amigos y grupos para impresionar en charlas juveniles y frases célebres. Por supuesto de gente célebre pero desconocidos por casi todos.

En las mañanas al despertar el sol, el angel de garupal aparece sin prisas de entre las sombras a esparcir los grano de la vida.

La vida  te sigue dando las respuestas y después los ejemplos. Con frecuencia ocurre lo contrario. Así parece sucederle a Silvia Margoth. Silvia no silba a las palomas, pero las palomas arrullan a Silvia en un barrio con nombre de rio, -Garupal- uno de los más de 20 afluentes que nacen de la inmensa sierra nevada, al norte de Colombia, que desciende por los lados de Valledupar, la tierra de los indígenas  aruhacos, kogui, wiwas y chimilas, éste última etnia ya casi extinta, de cuyo idioma recibe el río su nombre.

La cosa ocurrió así de sencilla.  Una mañana de abril,  después del desayuno, Silvia tiró por la ventana algunas migajas sobrantes  de maíz y notó que dos palomitas asustadas bajaban desde los cables de la electricidad a picotear.

madre e hija a veces se preocupan por los granos del mañana, pero siempre aparecen los 30 mil pesos cada semana para adquirir los amarillos granos alimentadores.

Entonces recordó un pasaje de la biblia que dice: “Las aves no siembran, no cosechan, no recogen, pero el padre celestial las alimenta”. Desde esa  mañana inició su humilde y a veces compleja misión, de ser colombicultora (así se llaman  los criadores de palomas). Silvia Margoth  sonríe para decir su edad y como toda mujer esconde algo: estoy en setenta y pico.( risas). Vive en su casa con Ana Beatriz y Luz Elena sus hijas, tres mujeres que tienen por compañía la oración de la iglesia, donde  mañana y tarde asisten a labores sociales y espirituales.

Silvia Margoth Arévalo, es la menor de 7 hermanos, su padre, Julián Arévalo Abad fue de los primeros “cachacos” que llegaron a Chiriguaná en el departamento del Cesar, no alcanzó a conocer a su madre Emilia, pues ella murió cuando la niña tenía 18 meses de nacida. De los siete hermanos solo sobrevive Isidro que tiene 82 y ella su cuenta secreta de años, como anotamos unas líneas arriba. Siempre quiso sobresalir y con un carácter duro frente a su padre,(las mujeres no necesitan estudiar, decía) decidió terminar primaria hacer su bachillerato en el colegio de las monjas en Ocaña, de donde salió graduada de Normalista Superior. Con las monjas  fue  profesora en Barranquilla dentro del claustro donde enseñaba a niños pobres. Entonces el amor se asomó- también por la ventana-  se despidió de las monjas, se casó y su marido la trajo a vivir a Mariangola, un olvidado pueblo del Cesar donde los acordeones rezongaban todas las noches, y ahí convivió… 38 años! El esposo tampoco la dejo trabajar, que vaina!

Silvia Margoth regresa a casa mientras las palomas revolotean al cielo agradecidas por su ángel que nunca les falla, no importa la lluvia, nadie la detiene.

En ese polvoriento pueblo del caribe, parió a sus hijos, el mayor fue médico, , Armando Mestre Arévalo, muy querido en su región, pero falleció hace algunos años. Otro de sus varones también optó por la medicina y es pastor religioso, pero vive en Suiza,  de donde cada cinco años regresa para abrazarla.

Su esposo tuvo otros cuatro hijos con diferentes mujeres, pero ella los crió a su lado. El perdón siempre ha sido lo suyo. Aquel que no puede perdonar a otros, destruye el puente sobre el cual debe pasar él mismo, -otra frase de Herbert el poeta inglés,- que ella practicó sin proponérselo. Es la vida que diariamente da lecciones dice con paciencia.

Las migajas del desayuno fueron las mismas, las palomas desde lo alto de los cables fueron aumentando,  llegando, y la ventana derramaba cada mañana la pequeña porción de granos y otros alimentos sobrantes en la cocina. Entonces el techo de la casa fue un palomar. Nunca falta el vecino con sus mitos y sus gustos y molestias diferentes. Le dijeron  que las palomas traen enfermedades y que un niño de al lado estaba enfermo por eso. De remate el otro vecino  tiene de mascotas  una docena de gatos que causan el natural susto de las aves, entonces   escogió  el parque del barrio como el mejor lugar para alimentarlas. Era una orden celestial a cumplir.

Silvia no tiene pensión, ni esposo, ni salarios, solo tiene una granja grande de fe. No trabaja por la edad, pero cada semana debe conseguir 30 mil pesos para comprar una arroba de maíz amarillo en el mercado para las aves, alguien tiene que darles alimentos, dice con  resignación de santa. Algunos vecinos  le colaboran, de todas formas esa plata aparece, siempre aparece.

Al comienzo les daba el maíz de granos enteros, pero notó que otras aves de menor tamaño (tierrelitas y turcutús) no  alcanzaban a tragar y para facilitarles, tritura una parte de granos, para que todas tengan el mismo derecho a alimentarse.

Cada mañana mientras el sol termina de limpiarse la cara, Silvia aparece como la sombra entre los arboles de mangos de la plaza, con su pequeño balde lleno de granos. A veces huele a neblina y a sueño,  las palomas lo saben, revolotean en el techo hasta sacarla al parque si alguna mañana decide dormir otro poquito. La despiertan. Pero la costumbre hace ley y la ley genera obligaciones. Nadie sabe como las aves aprendieron ese principio elemental  de derecho, pero ya no se conforman con el desayuno, sino que al mediodía también la despiertan y debe regresar con alimento en pleno sol.

Ya son casi cinco años en esa bendita tarea. 30 mil pesos semanales, 120 mil mensuales, 1.200.000 cada año, 4.800.000 mil pesos que no saben de donde salieron por cumplir un dictado silencioso y callado. “Chiche” Maestre, un poeta del vallenato  nuestro, en solo regalías de su canción “Ahí vas paloma” grabada por los Hermanos Zuleta, he recibido más 50 millones de pesos por regalías, pero ni un kilo de maíz amarillo envía para estas palomas que lo inspiraron. De Poncho Zuleta, el cantante, no hay que hablar, él siembra mangos para  loros, cotorras y pericos de sus potreros…

Un grupo de palomas esperan cada mañana y al medio su que el valde de nuevo desocupe sus granos el el piso..

Pero no crean que Silvia anda buscando patrocinadores. No. Sus sobrinos le ayudan y los compañeros de la iglesia nunca la olvidan, sus palomas deben siempre estar en alto y libre vuelo y ese arrurú es música para todos los oídos sin importar de donde vengan los segadores. Para ella agosto tiene 365 días. Eterno agosto de  cosechas y vendimias.

En el parque todas las mañanas, mientras decenas de mujeres cultivando cuerpos espectaculares pasan en trotes con sus licras sudorosas y sus nalgotas embutidas de entusiasmo, las palomas esperan a su ángel entre las sombras, con un silencio antiguo y un corazón que late de entusiasmo por  esparcir los granos. Los hombres también caminan en el a parque, algunos por mirar a los cuerpos que se forman, otros por salud y los últimos con sus oídos atascados por los noticieros de la mañana pasan como zombis. Un grupo  juvenil juega dominó desde la 5 y 30 hasta las 7 y 30 de la mañana cuando salen a sus trabajos. Las fichas también tienen misiones que llamamos vicios.

Silvia ora por su familia, regados por pueblos, calles y países.  A veces su hija Ana Beatriz la acompaña, la mayoría de las veces se queda dormida hasta tarde, pero Silvia siempre madruga. La obligación es mía, dice con decidida resignación.

Después de alimentar las avecillas, en su casa alimenta sus recuerdos. Aquel lejano colegio de Ocaña, sus compañeras de Barranquilla, sus vecinos de Mariangola, sus mañanas de niña en Chiriguaná, sus seres queridos que la esperan en el cielo, pero siempre es mayor su fe, por la humanidad. Sus ojos azules claros en su juventud, se volvieron grises, sus cabellos imitan el color de las nubes en verano, sus manos de pedagoga diestra la saludan. Silvia Margoth sabe que el maíz es de  los mayas de América y junto al arroz, la papa, y el trigo forman el cuarteto alimenticio del orbe, de manera que ella provee a cada pájaro sin importar que sea Herbert el autor de la frase. Es tal vez la colombicultora más tranquila y despreocupada de la ciudad, pero no le interesa. A la fama ni quiere conocerla. Tampoco es su interés conversar con  Poncho  Zuleta ni al tal Chiche Maestre. Ella seguirá siendo Maestra.

Madre e hija misión cumplida, dos colombicultoras sileciosas en el parque. El padre celestial mañana enviaré nuevo granos amarillos para ellas.

Ya es otro día. No importa sea lunes o sábado. Las palomas están en el techo sobre los cables eléctricos obligándola a salir, los gatos vecinos las miran desde abajo, ellas los otean desde lo alto. Una señora sin ruidos ni alardes, sale con su vestido gastado, pero limpio a cumplir su misión con gallardía y donaire. En miles de hogares mejicanos están listas las tortillas, en los cines del mundo los granos pasan a ser Pop Corn, los pobres las siguen llamando crispetas. Alguna arepa paisa o vallenata se calienta en el horno.  Eso tampoco le interesa al “Ángel de Garupal”, que el “Carranguero” Velosa la incluya en su trabalenguas:

Silvano Silva silba y no silba
Porque su silbo poco le sirve
En cambio, Silvio si silba a Silvia
Pero ella dice que no le silbe
Y en cambio, Silvio si silba a Silvia
Pero ella dice que no le silbe..

En el llamado mundo real, mientras miles de mujeres pelean sus espacios en política, otras desfilan la moda en las alfombras, docenas debaten en periodismo, algunas persiguen ladrones como policías, cientos están en cárceles por sus errores y en clínicas y hospitales cada minuto paren  hijos llenas de ilusiones,  sin saber quién puede alimentarlos si ellas fallan. Entonces una solitaria mujer de años indecibles madruga a regar los granos, que simplemente llama maíz amarillo, si más adjetivos.

Ni Rivera pensó que su poema, La Paloma Torcaz, hoy fuera útil: Cantadora sencilla/de una gran pesadumbre/que entre ocultos follajes/la paloma Torcaz,/acongoja las sombras/con su gran pesadumbre/picoteando arrayanas/y pepitas de agraz.

Arrurù, canta viendo/la primera vislumbre/y después por las tardes/al reflejo fugaz/se entristece la pobre/de encontrarse tan sola/y se duermen los montes/y se apaga la luz.

Donde Silvia, no se apaga la luz, los cables de la electricidad pasan por encima del techo y su decisión por encima de todos, mientras tenga un rayito de luz en sus ojos grises que ayer fueron azules. Siempre aparecerá entre las sombras con alas sobre sus cabellos. Es mi última misión, mientras respire, repite serena, Silvia Margoth.

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