viernes, abril 26, 2024
Crónicas

Los ‘Altares de Valencia’, el poder de la denuncia en una canción vallenata

Al juglar Juan Muñoz nacido en San Diego, un pueblo pintoresco de la juglaría folclórica del Cesar, se le dio por expresar en uno de sus cantos, que de Valencia para abajo hacían los soles calientes, esta expresión fue suficiente para que a los viajeros de antaño, les diera “un dolorcito en la frente” cuando pasaban por esa población.

Este cantor, quien cada determinado tiempo hacía ese recorrido desde su tierra natal, hasta Fundación Magdalena, en su desempeño como correísta, solía sentir la molestia al pasar por Valencia, sitio en donde el termómetro acariciaba las más elevadas cimas de su demarcación climática.

Ese sopor insoportable, fecundó en la población, la costumbre de sentarse en los frentes de las viejas casonas entechadas con palma amarga, una especie vegetal que abundaba en la región, la que amainaba el canicular sol, sirviendo de colchón refrescante para los aposentos que, por las noches acolitaban el jugueteo de las parejas enamoradas.

Ese hábito cotidiano, les permitía ejercer una especie de celaduría comunitaria, oteando como el mitológico Argos, los pocos bienes que tenían, especialmente su iglesia, una estructura colonial, vestigio de un importante asentamiento español del pasado.

 

Altares Joyas históricas

Ese templo, guardaba en su interior el más grande tesoro, unos altares o retablos, diseñados con la más fina madera tallada, policromada y dorada donde se aprecia un conjunto de pinturas con la simbología cristiana de la vieja España, guardando las imágenes religiosas que dieron el toque espiritual, para que allí se acentuara la celebración de la Semana Santa.

Corría el año 1967, y Valencia de Jesús, llamada así en honor de la milagrosa imagen del nazareno, tenía renombre, tanto por sus fiestas religiosas, como por ser la cuna de una figura artística, nacida en las entrañas de una familia de campesinos, él era Calixto Ochoa Campo, quien alumbraba con luz propia en el ámbito musical

En una de esas noches calurosas, el sonido lejano de un motor se confundía con el concierto de chicharras que anunciaban la llegada del verano, luego de unos minutos, se sintió llegar un camión del que nunca habían tenido referencia. Lo que más les extrañó fue que el bullicioso coche se instaló al lado de la iglesia, del que  bajó un enjuto jovencito de piel rojiza, quien se introdujo a la capilla con unos acompañantes a los que les dio la orden de desarmar los altares.

Así lo recuerda, Joaquín Pertúz, un joven jornalero que para entonces apenas llegaba a la población, procedente del viejo Bolívar: “El ruido de ese carro alertó a Margarita Ávila  quien esa noche no podía dormir,  y que, al asomarse por una de las rendijas de la puerta mayor de la iglesia, se percató de lo que estaba sucediendo, por eso corrió por las calles, alertando sobre lo que  estaba pasando, armándose el alboroto”

‘Pachito’ el cura involucrado

La sorpresa mayúscula fue descubrir que el delgado muchacho que lideraba el desmonte, era nada menos que: ‘El padre Pachito’, quien había sido nombrado en la parroquia y estaba recién ordenado sacerdote por la jerarquía eclesiástica de Valledupar. Francisco de Mendizábal, era el nombre del presbítero, nativo de Barcelona España, quien se sometió a tan absurda tarea, y que en su aturdida reacción, solo  optó por ponerse la sotana, para frenar la enardecida feligresía que amenazaba con lincharlo.

Calmados los ánimos, el sacerdote fue rescatado por unas personas que llegaron de Valledupar, pero el pueblo quedó inconforme y optó por denunciar el caso a través de su vocero musical Calixto Ochoa, quien para entonces estaba residenciado en Sincelejo y gozaba de una gran popularidad.

“Para ese entonces se iba a casar Eliecer Ochoa, un sobrino que vivía con Calixto en Sincelejo y había llegado a Valencia a buscar la partida de nacimiento y se encontró con ese rumor, fue entonces cuando se le envió  la carta al compositor, quien ‘en menos de lo que canta un gallo’, hizo la canción que le causó resquemor a los curas”, así lo narró Félix, otro miembro de la familia Ochoa.

A los pocos días sonaba una canción punzante con una aguda denuncia, sobre el mal comportamiento de un párroco, que se quiso apropiar de algo sagrado para una congregación que por años conservaba la tradición cristiana. La censura a través del canto, se expandió, dejando en entredicho la seriedad de la curia, que, para entonces, ya había recibido otro ‘latigazo’ de Rafael Escalona Martínez, otro compositor vallenato, por un caso similar, ocurrido en Badillo, a consecuencia de una prenda litúrgica que misteriosamente se perdió de su iglesia.

La denuncia de Calixto Ochoa, fue más efectiva que cualquier dictamen judicial, las bocinas, tocadiscos, traganíqueles y  emisoras, sonaban el éxito que rebosó las estadísticas de otras melodías, la canción ‘Los Altares de Valencia’, se convirtió en el tema más solicitado y popular de esos días.

“Hay que buscar un celador p’a la iglesia
porque ya esto está pintando muy mal
con el caso que ha pasado en Valencia
hoy de ninguno se puede confiar

 

Yo no vi, pero la gente me dijo
y por eso es que vengo a preguntarle
quiero que me diga el padre Pachito
para dónde iba a llevar los altares”

El impacto fue tal, que los mandos canónigos suspendieron los actos litúrgicos de la población y exigieron del artista un reparo a la afectación moral, tanto del sacerdote aludido, como de la misma organización clériga.

“El cura se puso bravo, siempre se sostuvo en qué él, no iba a cometer ningún robo, que lo que pretendía era someterlos a una remodelación, fue así como los servicios sacerdotales le fueron cancelados a Valencia, asumiendo la hermandad de Jesús de Nazareno, hacer sus misas y procesiones, entre estos: Manuel María Rosado, Manuel Francisco Rosado, y   ‘Juancho’ Morales” según lo sostiene Milciades Rodríguez, otro de los veteranos del pueblo.

Desagravio

En uno de los descargos, Calixto Ochoa, les hizo ver su apreciación: “A mí me mandaron una carta de lo que había pasado, yo les creí, sin imaginarme el revuelo ni el malestar que le iba a causar a ‘Pachito’, yo ni siquiera lo conocía, simplemente, traté de complacer a mis paisanos”.

Después de un encuentro entre Ochoa y la Diócesis, se pactó una fórmula reivindicatoria en la que el artista se comprometía a limpiar la imagen de ‘Pachito’ con otro canto, y la iglesia, prometía volver a nombrar los curas, para oficiar misas en la población. Así nació el tema: ‘Perdóneme Padre’ como desagravio.

“Yo tengo que confesarme pa’ sacarme este pecado
porque hablé muy mal de un padre
siendo un hombre tan honrado
por culpa de un comentario, yo tuve que hacer un disco
y hoy sé que todo era falso, lo que decían de Pachito
quiero que la gente sepa quién es el padre Pachito
y que no sigan creyendo lo que dije en aquel disco
en el disco Los Altares, yo cometí un gran pecado
porque el reverendo padre es muy sincero y honrado.

A pesar del acuerdo, el sacerdote quedó siendo rey de burlas de la gente que lo abordaba y acusaba de ladrón, por eso optó por devolverse a su natal España, pero, a pesar de todo, dejó profundas amistades en Valledupar, las que en la actualida, para ciertas ceremonias religiosas lo invitaban como predicador.

En uno de esos viajes volvió a Valencia, en donde tuvo la oportunidad de recordar aquel momento, incluso con algunos de los sublevados de esa época, allí les volvió a narrar el real propósito de su osadía  y el  traslado de los altares.

“Esos altares, posiblemente iban para un lugar de Venezuela a un anticuario donde vendían piezas, pero no era para venderlos como tal, era para repararlos, yo sí fui con el camión y sin sotana, alguna gente del pueblo, incluso, me ayudó a montarlos, pero después empezaron como que a arrepentirse y se vieron en una situación difícil porque esos elementos de la colonia se les podían evaporar; yo en realidad pensaba vender los menos valiosos para restaurar los mayores que, aún están sin arreglar, será para castigo de las malas lenguas ” concluyó el sacerdote.

Así se resolvió un conflicto en el que quedó claro el inmenso poder de los juglares vallenatos, quienes, con su sabiduría, tenían la facultad de canalizar los problemas de su entorno, los que por la precariedad mediática  y ausencia de un sistema judicial inmediato, pasaban desapercibidos, pero que gracias a los cantores innatos, terminaban siendo sentenciados a través de composiciones melódicas con dictámenes  tan efectivos, que  se convertían  en leyes populares.

El poder de esta denuncia, sobre el supuesto robo de unos altares, hizo descubrir la mística de una población por la fe cristiana, lo que originó una mayor inversión en su parroquia, a la que les restauraron esos altares y le remodelaron la ermita, construida a inicios del siglo XVII, considerada a su vez como monumento nacional de Colombia por parte del Ministerio de Cultura, además, la  Asamblea Departamental del Cesar declaró Patrimonio Cultural e material a la Semana Santa de la población.

Por William Rosado Rincones

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