jueves, abril 25, 2024
Opinión

Las voces y el origen de mis letras

Por: Augusto Luis Aponte Sierra

La vida en mis letras nació en el primer colegio que pisaron las ideas conscientes de mis emociones. La conciencia de aquel aprendizaje llegó en mis años primarios, en los aposentos del desaparecido Colegio Sagrado corazón de Jesús. Allí aprendí a enlazar con ideas agarrado de la mano sensible de un entorno familiar y barrial. Por eso mi voz escrita, es más nostalgia que futuro.

Pero las letras son pacientes y escuchan el lenguaje en todas sus expresiones. Ellas y yo, escuchamos con paciencia, para luego dibujar las voces que nos llevan por todos los escenarios de una vida que busca identidad. El tío Efraín fue esa voz, así fue bautizado y así lo conocí. Él es hermano de mi papá.
Su voz en mis letras son el eco de su alma en la mía. Por eso las escrituras de mis voces vienen de un mismo legado y sus valores tienen el mismo origen. El mío está en la casa de siempre.

El tío Efraín fue la voz que destapó y adoquinó la ruta del amor por las letras en el camino literario y musical, en toda la familia de mis sentimientos.

En las rutas que he transitado, muchos pasos salieron de su voz, cuando en el trasegar de su propia vida, construyó las rutas de mi pensamiento. Fue una educación sin las cadenas del adoctrinamiento, porque su vida fue la experiencia de una ideología libre y transgresora. Él siempre fue altanero y desbocado en la exposición de sus verdades. Pero también fue sumiso ante el sentimiento del amor familiar. Hoy sigue en el ejercicio de la amistad que entrega confianza y lealtad.

Así continua caminado con el mismo plan, con el plan que da seguridad a los seres íntegros. Eso lo hizo predecible.

Ahí siempre estuvo su fortaleza, en el desafío que tenía el contrincante para ganarle a sus verdades, a esas verdades que sin escondrijos luchan por las buenas costumbres y la honestidad en un mundo confundido. Por eso fue ganador en muchas batallas.

Él fue la voz que moldeó mi pluma.

Le puso todas las tintas para escribir en una vida feliz. Para eso talló frases de obligatoria imitación. Me enseñó a ser pragmático y cauteloso con los discursos de vida, en el vértigo de una sociedad belicosa. Por eso le entrega su canto al silencio de mis dudas razonables.

La luz en el prisma versátil de su multiculturidad iluminó todos mis caminos, y la música no fue la excepción.

Su conocimiento de la riqueza musical caribeña, era un libro con muchas páginas de consulta. El todavía conserva en su verbo lucido y convincente, el contenido de la historia musical y antropológica de una Colombia multifolclórica. Con él, degustar el sabor de una tertulia en la lucidez alcohólica de un amanecer, es como asistir a la universidad después de convivir en la práctica criolla de una filosofía parroquial.

Hoy habita la vivienda de un escenario cíngaro y cultural. Allí pinta, canta y baila, con la felicidad que da el tener apercolladas todas sus metas.

De su mano y oído, aprendí a deambular por las noches en la historia de la música colombiana. Su verbo conversa en todos los idiomas musicales. Viaja sin miedos, cantando los amores y despechos que tiene la poesía de los pueblos folclóricos.

Su prosa canta con las voces de su vieja protesta social en la melodía de los Guaraguaos, un grupo venezolano que mostraba el futuro de un mundo sin justicia social. Del son cubano me mostró en su versión más dulce que no todo es revolución. Para sus gustos, el gran combo de Puerto Rico, fue el relato de una música que vive en la salsomanía de un baile llamado vida. Pero fue con los tríos ‘Malanga’ y los ‘Inseparables’, cuando conocí las vivencias de un bolero que llora en el despecho de un amor traicionero.

En sus madrugadas con el gozo de una soltería llena de amor, las rancheras de aquel México y sus charros, me dejaron el sabor de un tequila reposado en la historia de un mariachi, «que en su caballo blanco salió un domingo desde Guadalajara»… a recorrer montes y ensenadas, para llegar a la colonial Tijuana, con el hocico sangrando.

Su archivo musical es un tesoro de la lírica universal. Este vive en su memoria y en celoso amparo de muchos baúles digitales en un histórico estudio-bar que custodia su tesoro musical.

Allí, sin la más mínima intención de opulencia, se jacta con la humildad del profesor que tiene el milagro del conocimiento. En sus gavetas siempre ordena por género y nacimiento toda la música que sus oídos ya conocen. En su memoria siempre ha tenido relacionado el autor, el nombre de la obra y la historia que dio origen a su inspiración. No sé qué más admiro de aquellos archivos, si el contenido poético y cultural de las obras, o la maestría con la que mi tío ha organizado al universo musical.

Su casa hoy es un museo de pintura, música, libros, estatuas, colecciones de envases para antiguos licores nacionales y extranjeros. En sus jardines mixtos, respiran y reinan los Bonsáis, rosas, trinitarias. ¡Allí, hasta la verdolaga es hermosa!

Escribo con certeza que la pasión que llevo por el aroma del jazmín de Arabia es la nostalgia que perfuma el recuerdo compartido, de aquel patio de la calle 14, del barrio Gaitán, en donde siempre me dije: cuando sea grande quiero ser como el tío Efraín.

Pero no pude…Él es único e irrepetible.

Hoy, él sigue con las botas puestas caminando por la ruta literaria y musical de una tibia jubilación, haciendo bohemia en un mundo de pintura, jardinería y abogacía.

En este día cuando el mundo comercial le brinda tributo a los padres colombianos, en la añoranza que busca el origen gutural de mis letras, me vi escarbando en los recodos de mis emociones, y al final del día, encontré a muchos sentimientos arropados en una fotografía que miraba a mis ojos hinchados por tantos recuerdos. Era la imagen de la última parranda que compartí con el Maestro Rafael Escalona y mi papá Emilio, allá en su casa. Aún suena en el eco de mi nostalgia, la voz apagada del maestro Escalona.

Ese encuentro fue una reunión épica para el epílogo del autor mas grande que dio el país vallenato.

Mi padre fue para su pariente Rafael, ese amigo y familiar que en las sombras de las bambalinas nunca aparece en la foto del artista. Eso tiene una explicación lógica, justa y sin culpas. Emilio, mi progenitor, nunca cantó, jamás ejecutó ningún instrumento y mucho menos escribió música. El arte de él, era ser un buen confidente, excelente organizador de amoríos y un tipo bien parado en sus cojones, cuando se trataba de entrompar la defensa y la honra de sus amigos.

Hoy Emilio es mas famoso en el corazón de Escalona, que en la historia musical de un pueblo que hoy canta su historia sin mencionar la logística vivencial que la escribió.

En cada rincón de la cálida y vieja biblioteca del tío Efraín, aún existen haciendo uso del arriendo en mi memoria, las palabras de James Allen, en las que me he aferrado, para que su enunciado sea el homenaje mas noble para el gestor de la obra mas intelectual de mis sentimientos, como en efecto lo ha sido el tío Efraín. Sí, porque él fue la voz docente en mis valores, cuando dice: «Siembra un acto, y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosechas un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino».

Y, hoy, con la humildad que germina en el amor, acá está ese legado, tío Efraín.

Gracias, muchas gracias, por todo lo que hiciste conmigo.

Feliz día, Efraín y Emilio, dos hermanos vigentes en una sola paternidad para iluminar el andar en mis letras.

Nota: esta es una Fracción de mi libro «Las rutas de mi nostalgia». Cumpliendo con las políticas de Facebook y los derechos de autor.

 

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