Esos caminitos del Valle
Siempre que el aroma del festival vallenato se asoma, sus tradicionales polémicas, hacen más ruido que su propia música. Todos polemizan sobre el pobre cultivo del vallenato tradicional.
Pero, ¿Por qué tanta polémica cuando este evento solo debe mover sentimientos de alegría y jolgorio por el rescate de lo auténtico?
La pregunta es constructora de un sano análisis, para buscar el final de un enfrentamiento inservible a la verdadera razón de ser del festival vallenato, que es la conservación de la autenticidad del vallenato y su expresión folclórica.
Todos podemos opinar desde el lugar de nuestros gustos y paisanajes, sobre la situación que vive nuestra máxima expresión cultural colombiana, como es la música vallenata; porque para eso es el derecho a la libertad de expresión.
Es que, indiscutiblemente esta música con la filosofía de sus mensajes, es uno de los mejores caminos que nos llevan a derrotar a la tristeza, al desencanto y a comprender los cuentos que la vida nos va escribiendo. También es inevitable comparar las situaciones narradas en un canto vallenato, con la cotidianidad de
quien hoy construye y transita en los viejos caminos de Valledupar.
Recorriendo los caminos de este «valle» del siglo XX, muchos cantos en su narrativa, van tatuando en el rupestre lienzo de mis ensoñaciones, todas las partes que amueblan el paisaje de la ruta que hoy quiero describir. A este sendero lo llamé el «camino cultural vallenato».
Me motiva recorrerlo, la visualización de los hechos que tienen «al país de la vallenatia «, atascado en un Oxímoron indescifrable. Mi recorrido por este camino comienza con la mirada sobre las profecías de Gustavo Gutiérrez Cabello, cuando predijo en el «rumor de viejas voces», el deseo insensible de acabar con el costumbrismo de su sentido musical, y cuando al describir como «se alejaron las costumbres del viejo Valledupar», dedujo que, al arrasar con el antiguo camino musical, se renunciaba a su riqueza natural: el costumbrismo autóctono que le dio identidad a su narrativa. Porque esta hermosa historia de un pueblo sin fronteras llamado » vallenatia», hizo de las vivencias y de su paisaje, la temática obligada para crear música y leyenda.
Era el año 1967 cuando Gutiérrez también se atrevió a decir: «Porque mi pueblo ya no es lo que fue/emporio de dicha y de paz/amenizado en acordeón». Y tuvo razón, porque la violencia ya estaba arrasando con el escenario natural de la juglaría, como es el campo y la paz, la guerra apareció como expresión de una problemática compleja, cegando la vida terrenal y poética de sus cantores.
Luego, años más tarde, la profecía de Gutiérrez Cabello, empezaba a construir el discurso musical de las añoranzas, y las nuevas generaciones encabezadas por Iván Ovalle Poveda, apoyaban a esa tendencia cuando se asomó con su nostalgia al decir: » Y esos caminitos del valle/son testigos de mis pesares».
Al mismo tiempo, desde otras voces más juveniles, se iniciaba una ola de cantos con una temática propia de las ciudades y sus afanes, los versos salían de la tecnología digital y el amor perdía su narrativa vivencial.
El romanticismo nacía por encargo, mostrando los versos de un amor comprado. También en esas nuevas temáticas, los versos despechados eran un claro mensaje de infidelidad y erotismo artificial. Con estas nuevas voces llegó la epifanía que me hizo comprender, que la anarquía social que campea en el país de la vallenatía, brota de su agonía cultural.
Estas poesías, ya mostraban la compleja convivencia y el choque cultural que existe entre los dos países vallenatos: el país autóctono con su cultura vivencial, y el país foráneo con su cultura comercial.
Este nuevo país formado por la nueva generación de raizales y foráneos, llegados con la inmigración forzada, es el mismo que hoy navega y disfruta en la «nueva ola» musical vallenato. He aquí el gran oxímoron cultural del pueblo de Chipuco. He aquí la paradoja de querer el progreso sin abandonar el costumbrismo.
Hoy las evidencias socio-culturales, nos muestran un Valledupar «geográfico y político», caminando por los mismos caminos, con los mismos zapatos y con la misma melodía en sus credos sociales, para transitar en este mundo globalizado. Mientras que las nuevas generaciones caminan en la lógica evolución de sus imaginarios, lo que hoy se llama “adolescentrismo”. El joven mestizaje de este pueblo, está huérfano del costumbrismo vallenato.
Este novel país, ya no valora al mágico poder conquistador de la poesía, al pasado que le canta en las madrugadas, al dolor de un corazón herido que muere y resucita en la fantasía de un verso.
Así, este sentir juvenil se acomodó en el rico legado de sus juglares, atrasando y dispersando su creatividad, porque abandonó el costumbrismo provinciano, para irse a la gran urbe comercial.
El país vallenato de hoy, es una nación terrenal, vestida de feria para vender su canto y leyenda. Es difícil para los vallenatos «del ayer» y algunos «del hoy», comprender que el sincretismo cultural es «un proceso de interacción entre varias culturas, mediante el cual éstas asimilan los rasgos más significativos que ambas poseen, para lograr un progreso social». Los del ayer debemos aceptar que la interpretación de la poesía y del arte en general, es «una cuestión de gustos», que el grueso «del pueblo folclórico» no es erudito en las artes plásticas ortodoxas, ni de «esos acordes citadinos» aprendidos en escuelas que hoy con un noble sentido social y folclórico, son llamadas de academias.
Por todo esto, es muy difícil construir plazas, casas en el aire y estatuas que sean del paladar «universal». No es fácil entender que «un muñeco», con la figura de «Diomedes Diaz » sea más icónico, que el monumento «exquisito y moderno», del «Pedazo de acordeón», creado en honor al artilugio del juglar, Alejandro Duran. Aceptemos de una vez, que el pueblo poderoso y soberano, elige y disfruta de la cultura, de sus ídolos y de las nuevas costumbres, como le suene más armónico al gusto de sus alegrías y tristezas.
Hay evidentes testimonios de que la discordia está en lo difícil que es esculpir el amor, el verso y la nostalgia, con la rigidez del cemento y con el silencio de las estatuas. Esto nos demuestra que Valledupar tiene dificultades para consolidar su «sincretismo cultural».
La ciudad ha sido incapaz de construir nuevos caminos, que conecten las culturas foráneas y a sus distintos imaginarios, a la raíz que le dio vida al gran árbol de la vallenatía costumbrista.
Una cultura no excluye a la otra y mucho menos a los imaginarios modernos. No se trata de reinar en un protagonismo cultural monolítico, se trata de unir culturas, a través de una ruta que salga de la juglaría provinciana. Me atrevo a decir que artistas como Carlos Vives y Silvestre Dangond, intentan conectar a esas dos culturas a través de las fusiones de los ritmos y mensajes de su música moderna.
Amigos y paisanos, nuestro deber como inquilinos de esta historia raizal, es la de reconstruir «esos caminitos del valle», para que la autenticidad de su paisaje, nos lleve a unir a su historia musical y cultural, con el comercio de su memoria. Debemos crecer como ciudad, con un moderno funcionamiento globalizado, sin olvidar nuestras raíces culturales.
Un hermoso y muy feliz festival Vallenato.
Por: Augusto Aponte Sierra.
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Solo aquellos modelo 50,60 y70 qué vivimos esos hermosos días se nos eriza la piel con narraciones que nos trasladan a la época, son narraciones qué enriquecen nuestra cultura.
Gracias y no permitan que el tiempo las borré