viernes, abril 19, 2024
Opinión

El Copete

Por: Augusto Aponte Sierra

Motivado por situaciones que, para el presente mes de septiembre, se dieron cita en mi nostalgia, he querido compartir vivencias como un homenaje a esa nación argentina que tanto quiero, ahora que celebra el mes del inmigrante y tambien al inicio de su primavera.

Por el país del Mate, las Pampas y el asado, tengo una gran admiración, un profundo agradecimiento y una inmensa nostalgia. Estos sentimientos se albergan en muchas vivencias y en el aprendizaje integrador entre lo académico y lo humano, para hacer de mi aventura Rioplatense, uno de los ciclos más enriquecedores, que me marcaron en aquellos tiempos estudiantiles de los años 90.

Mi arribo a esas tierras, se motivó en el deseo juvenil de encontrar en sus Universidades la culminación de mis sueños académicos. En ese trasegar por los estudios de postgrado y de una vida laboral, como profesional de la Medicina Geriátrica, conocí las costumbres y el idioma de la tierra Gaucha y por supuesto la bondad que existe en compartir sin egoísmos, la grandeza académica de su inmensa nación y de toda su gente.

Allá el mestizaje se da en todos los rasgos sociales, pero el que más curiosidad me causó, es la de esa mezcla de modismos y lunfardos que con una correcta interpretación y fonación de la lengua española e italiana, hacen de su lenguaje algo único, con mucho estilo Europeo para una vida Latinoamericana,
pero aun así, el uso de la lengua Castellana, se practica en una forma ortodoxa.

Desde esos tiempos y desde esa nostalgia Argentina, me llegó una anécdota ocurrida en el primer año de residencia de Medicina Interna, en el Hospital Bernardino Rivadavia. Esos acontecimientos con su picardía, aterrizaron en una de mis típicas noches vallenatas, cundidas de añoranzas y en la que, para mis antojos, solo cabía un vallenato de esos bien tradicionales, con sabor a fogón de leña, sancochando una melodía que a voz y letra, el Maestro Rafael Escalona Martínez
Inocentemente bautizó… ‘El Copete’.

Allí en ese hospital, el más viejo de toda la capital porteña, hice los primeros amigos argentinos, todos eran descendientes de inmigrantes, que desde países Europeos y Americanos, llegaron como yo, en busca del progreso personal. Conmigo cursaban en la misma disciplina, varios paisanos oriundos de las sabanas Bolivarenses. Con ellos por lógica natural, cultivamos mucha amistad y una robusta solidaridad.

En los momentos de jolgorio y descanso, compartíamos en grupo. Y allí ocurrió en una noche fresca de primavera, la traducción y el uso regional más pintoresco, que de una palabra, en la misma la lengua Castellana, se pudo dar. En ese microclima de extranjeros, que hablábamos el mismo idioma, no era fácil comprender el significado de muchas frases y palabras, cuando el tema no era medicina o de cultura futbolera.

Esa noche, que motivó mis puntuales recordaciones, compartíamos la música de las diferentes regiones y de los países que representábamos cada uno de nosotros en ese momento de integración pluricultural. Entonces yo, a mi pequeña grabadora, con mucho orgullo y mucha emoción, subí esa canción de Escalona, llamada ‘El Copete’ y que interpretaba el «Jilguero» -Jorge Oñate. La desconocida música vallenata los alegraba y con ella movían todo lo que un pésimo bailador sabe contorsionar: sus manos y su boca.
Repetían las letras, en una mímica disonante, sin entender su contenido. Tal vez por eso no realizaron comentarios inquisidores. Yo les expliqué rápidamente, como se llamaba el ritmo, su lugar de origen y a que se refería el mensaje, del comentado ‘Copete’.

Al día siguiente, el verano comenzó a asomarse en aquella mañana Bonaerense y las compañeras de facultad, cambiaron su vestimenta para despedir con mucho «sexapil» al colorido primaveral porteño. Por el calor que inauguraba ese verano, era natural que todas las chicas, usaran pantalones apretados, largos y cortos. También era de esperar que las siluetas femeninas mostraran en sus curvas y en sus respectivos glúteos, toda la hermosura y feminidad de la mujer argentina, dueña de un peculiar ADN multirracial.

Llegada la tarde, los otros amigos colombianos y yo, quemados por la abstinencia sexual, veíamos las curvas de las caderas, más pronunciadas y los glúteos más abultados que de costumbre. Los argentinos gozaban al mirar como la baba corría a través de las palabras de un noble, pero extrovertido Sincelejano, soltero y hambriento de amor, que, sin pudor alguno, silbaba con lujuria el desfile coqueto de cualquier cadera prominente. Entonces, uno de los amigos argentinos escuchó cuando el paisano sabanero, en un idioma con acento y sabor a ‘suero atolla-Buey’… susurraba:
-» hey, hey, ¿vieron el Jopo que tiene aquella hembra?». Efraín, como era su nombre, tembloroso repetía las mismas palabras, mientras nos jalaba de la ropa, para que también observáramos su contorneado cuerpo. Un amigo, “medio gaucho y el resto italiano”, gritó: «Che, ¿cuál Jopo, si ése tiene peluca?». Entonces todos los colombianos con una mirada entre cómplice y dubitativa, pensando y gritando al unísono, dijimos: -«Noojoodaa…. ¿entonces aquí las hembras no se depilan?». La risa de parte y parte, no se hizo esperar.

Lo ‘chapulinezco’ de la situación, es que todos creíamos que nos reíamos del mismo chiste. Sorpresa nos causó un profesor que estaba cerca, cuando preguntó buscando entender nuestras carcajadas, con un sutil: «¿de qué se ríen?”. Entonces la vocería fue tomada por el sincelejano, quien en su cantadito ‘agobpiao’ le dijo: «nos reímos del Jopo aquel, que no se rasura lo que sabemos,» mientras gesticulaba y señalaba casi con obscenidad, su huesuda entrepierna.
Ahí comenzó el festival de risas y aclaraciones. Le explicamos a nuestro colega argentino, que «Jopo» era el nombre, con el que en el Caribe colombiano se conocían a los glúteos. Entonces, el profesor muy ceremonioso nos aclaró: «acá se le dice ‘Jopo’ al copete o al mechón de pelo, que en la frente, se peinan las mujeres de diferentes maneras, y esa chica del jopo grande… es mi hermana y usa extensiones porque tiene poco pelo, es casi calva».

Entonces no sabíamos si reír o meter la cabeza en un hueco, por la descomunal vergüenza que sentíamos, pero los amigos como buenos Gauchos, nos alentaban a continuar riéndonos. Y así fue como después de ese día, decidimos ponernos a estudiar Castellano en versión argentina.

Por eso, hoy que estoy escuchando a Poncho Zuleta y a Jorge Oñate, cantar ‘El Copete’ en un homenaje por el natalicio del maestro Rafael Calixto Escalona, no tuve más remedio que recordar a todos los ‘Jopos’ argentinos, que en verano se despeinaban con los piropos y el ‘desbabe’ de los colombianos. Este oleaje ferohormonal veranero, se daba todos los años, cuando debutaban en las playas del parsimonioso río de La Plata, aquellos hermosos Jopos argentinos despelucados, mostrando todo el esplendor de su belleza europea.

Para los futuros visitantes, allá, en la capital del Gran Buenos Aires, en los parques, en las veredas y en las azoteas frescas y desinhibidas, todos los veranos, muchas argentinas sin malicia y sin voyerismo, despelucan sus “Jopos” o «copetes» , para recibir al recalcitrante sol, en un inocente ‘toples’ de rostros, glándulas y glúteos, sin maquillaje, acompañadas únicamente por la dicha inerte de un insensible hilo dental, y una hermosa sonrisa.

Un abrazo en la distancia para mis amigos y maestros argentinos, y para todos los paisanos que echaron raíces en esa lejanía rioplatense.

Feliz semana.

Nota: fracción extraída del libro «La ruta de mi nostalgia”, de mi autoría.

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