viernes, abril 19, 2024
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William Rosado Rincones
William Rosado Rincones

Por William Rosado Rincones

Cuando el calendario cae precipitoso, como si le huyera a la voracidad del Dios Crónos, y los mayores nos aferramos a las evocaciones de los años que donaron su fortaleza a los placeres, indudablemente, que ya somos prisioneros de la nostalgia, esa que suele taladrarnos con brocas de mayor espesor en las temporadas de diciembre, un mes que ya no lo esperamos, porque llega empujado por los mercantilistas que le hacen antesala desde que entra septiembre.

Ese afán mediático le quitó la gracia al mes del Niño Dios, la palabra aguinaldo luce nublada en el diccionario del sentimiento, el materialismo consumista y la aberrante tecnología se tragó hasta la galantería de los amores. Las serenatas y flores se cambiaron por selfies y desnudos, los velos de las novias vírgenes, murieron engavetados aferrados al pudor que hoy sucumbe en las modernas despedidas de solteros.

Hasta la brisa de diciembre se escondió en el firmamento, negando el cimbrear a las cometas que solían coquetear vestidas de colores en el infinito azul de nuestra inocencia infantil. Es tan cambiante el tiempo que, hasta los bueyes y mulas del pesebre le temen a las inundaciones atípicas de un mes que cada año se parece más a octubre.

Hasta la música cambió, las emisoras modernas desplazaron a ráfagas de champetas y reggaetón, los dulces villancicos y los tradicionales temas navideños como: ‘yo no olvido al año viejo’, ‘cantares de navidad’ o las ‘4 fiestas’ hoy el volumen estridente de un vallenato sin fundamento le tumbó el sombrero a Alejo, y le quitó la embriaguez rítmica al estilo de Juancho Polo, y hasta la tradicional identificación de las emisoras como caracol que con su tradicional gingle enternecía el más duro carácter, ya no se escucha: “De año nuevo en navidad, caracol con sus oyentes, formula votos fervientes de paz y prosperidad”.

Esta melancolía se dispara más, cuando los típicos lugares, sonidos y propagandas de estirpe decembrinas desaparecieron en la bruma del desconsuelo y aquel horizonte que creíamos imborrable, hoy luce un ropaje modernista con un maquillaje poco inocente.

En Valledupar por ejemplo, los pantalones a media nalga y entubados de los jóvenes de hoy, distan kilómetros de las pasadas modas juveniles que se diseñaban bajo la maestría de “Sastrería César, donde César lo viste y lo viste bien”. Y qué tal los medio botines de donde Atilio, en el callejón de Pedro Rizo, que aunque apretaran, permitían saltar con alegría por la pronta llegada de Papanoel. Los juguetes que no permitían ver hasta la madrugada del 25 de diciembre, tenían la impronta de Almacén Serviequipos, camisas e interiores del Almacén de los Pobres, y para las ‘compritas’ la visita obligada era en el Depósito La Perla de Manuel Castillo, además las mogollas y lenguas, de la panadería La Flor del Cesar, y para bajarlas, una buena kolkana fría.

Dicen que recordar es vivir, pero con la velocidad y los cambios de la vida actual, ya ni tiempo queda para evocar porque la mente está condenada en las celdas de la cibernética y la mirada clavada entre teclados y pantallas de celulares y computadores.

Hoy la vida transcurre entre vídeos y mensajes en la esclavitud de unos aparatos que acabaron hasta con los fotógrafos de grados y bautizos, promoviendo un lenguaje que desterró el buen estilo literario. La actualidad es de emoticones y símbolos que piden besos y sexo sin ápice de recato y romanticismo, las propuestas atrevidas condenaron la luna de miel a un destierro perpetuo.

Así cambió el mundo mis amigos y hasta el niño Dios archivó el trineo y su bolsa de regalos, ahora se mueve entre aparatos de alta gama distribuyendo los obsequios por whatsapp o twitter. Eso sí, sin la misma intensidad para con los de la barriada, en donde siempre fallará la señal.

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