8 de octubre , 2024
Opinión

Las promesas de un borracho

Las palabras tienen poder. Y ese poder se puede medir con muchas varas.

Esta vez, lo medí con la vara de la amistad y la esperanza de que un borracho, cumpla su palabra.

Se trata de una promesa que me hizo un amigo y contertulio en temas del alma, como lo es Clemente Pachín Escalona Rodríguez. Esa promesa calmaría una vieja frustración musical que se esconde en mis recuerdos juveniles.

Es el sueño de cualquier vallenato con la bohemia atorada en el espíritu.

Es el sueño de ser un acordeonero de taller y biblioteca.

Si, un acordeonero de taller, para arreglar con música provinciana la chueca lírica citadina. Y un acordeonero de biblioteca, para estudiar los acordes que hicieron leyenda al país más poético del canto vallenato.

Por todo esto, el hilo que me trajo a estas líneas, tiene su carrete en las promesas de un Pachín Escalona borracho, que, en la fantasía de un discurso complaciente, quiso aliviar algunos de mis deseos no cumplidos.

Las crónicas de un borracho sin memoria, comienza con el final de un domingo para el mes de agosto del año 2023, cuando en el calor de un temple sano y elegante, le confesé a Clemente Pachín, que una de las tres tareas que me faltaban por realizar en esta vida, era aprender a ejecutar el acordeón.

La segunda tarea que también le confesé, era la más difícil de realizar, y se trata de un sueño que ni en mi juvenil bohemia, o en el gris asentamiento de mi poesía, hubiese podido realizar. Es un sueño que tiene más de embeleco, que de realidad.

Es el sueño de ganar el premio que se otorga a la mejor canción inédita en el concurso para esa categoría, en cada festival vallenato.

La tercera tarea, y el último anhelo por realizar que le comenté, era que alguno de mis nietos manejara la camioneta de su papá Rafael Calixto, llamada «María la bandida», como ejemplo de lo que no se debe montar: una bandida.

Al inicio de mis letras, dije que las palabras tenían poder. Bueno, ese poder hizo faena en un sueño que se repite todas las noches, cuando la bohemia toca mi garganta, con, o sin alcohol.
Es una parasomnia inspirada en la fotografía de la última parranda que disfrutamos con el maestro Rafael, mi papá Emilio, Pachín, y yo.

Entre sueño y realidad, buscando descansar, me quedé mirando el recuerdo plasmado en la imagen que captaba aquel entrañable momento, y no sabía para dónde ir, si para mis años de niño, cuando mi papá y Rafael Calixto cazaban sueños de mujeres y trabajo, o salir corriendo para los últimos años de la enfermedad del Maestro. Eran los tiempos en los que él entraba a mi consultorio, diciendo: «Vengo a ver al hijo de mi primo Millo Aponte, para que me arregle el motor», yo le preguntaba si era el mismo motor de «María la bandida», su famosa camioneta; él se reía y me llevaba un regalo para calmar mi vieja curiosidad literaria. En la repetida y soñada charla, le dije al maestro: «Su mejor regalo maestro, fue regalarme la vida de Pachín».

Volviendo al hilo de aquella parasomnia, reviví todos los momentos grabados en la vieja fotografía, allí mi figura caminaba al lado de Pachín y su papá. Todo ocurría como en una pintura animada, que se movía en un lienzo plagado de mariposas amarillas revoloteando en los pedregales del río Badillo.

En la primera escena del sueño, como en un cuento organizado por capítulos, apareció Pachín diciéndome: «Oye, Aponte, acá te traje el acordeón que te prometí y de ñapa, te traje a quien lo va a bautizar. Entonces apareció el Cocha Molina que torciendo los dedos me dijo: «Te voy amansar el acordeón con un merengue de Alejandro Durán. Molina enganchó con furia una canción compuesta en honor a Joselina Daza. Cuando el Cocha terminó su ejecución, del acordeón salía humo, entonces me dijo: «Lo voy a enfriá interpretando «La Mariposa» de Nando Marín; un paseo lento que grabé con el jilguero Jorge Oñate. Entonces cuando el humo se fue, el acordeón lloraba en silencio y sonando sus propios bajos en un mar de lágrimas sin olas ni arrecifes, se durmió en la arena del río. El Cocha Molina sudando por la emoción, y tartamudeando en su acostumbrado trabalenguas de saludos, me gritó: » Ve Aponte, vamos a dejá la vaina así, yo vuelvo cuando el acordeón y tú, se despierten».

La escena se apagó y Pachín apareció nuevamente para decirme: «Oye Negrito, te cuento que te quedaste con el segundo lugar en la canción inédita del festival vallenato; no podías ganar porque el pueblo después nos mataba, a ti por tu horrible canción, y a mí por alcahuete». Yo alcancé a preguntarle que cual había sido la canción que ganó el primer lugar, y me dijo: «el primer lugar fue declarado desierto». Tú perdiste para ganar; el tercer puesto lo ganó Enrique Díaz con una canción de corte romántico Llamado «El jamanar de tu vida».

La luz de ese sueño fraccionado se apagó, y apareció en escena una camioneta Ford con vagón metálico, sus colores en azul y blanco hablaron de su edad. En el timón estaba Carlos Vives, y de copiloto el Maestro Escalona, quién llamaba a Pachín pidiéndole un Whisky marca caballito, y gritando le decía: «Ve hijo, a esta camioneta fea que compraste, deberías llamarla «Matilde Lina», porque el motor suena como los versos de Emilianito: bajiticos de melodía y tiene un zumbido muy recogido, mejor llévame pa’ donde Millo Aponte, que él me está esperando en el ramal del Molino con dos bandidas; una es María, mi camioneta y la otra no sé cómo se llama, pero debe ser hermosa, porque Emilio tiene buen gusto».

La noche pasó, y el sueño Macondiano también.

Al día siguiente, bien temprano llame a Pachín para comentarle el sueño, también aproveché para recordarle su vieja promesa. Me gambeteó la respuesta con elegancia, velocidad y un chiste politiquero.

Pasaron los días, y un lunes cualquiera, se apareció en mi casa un servicio domiciliario que traía un arroz de asadura. La vianda tenía más arroz que chivo, la sazón era muy cañahuatera: salsa de ají picante en vinagre criollo, y en el fondo de la cajeta había una nota escrita a puño y letra que decía: «Negrito: te recomiendo este arroz que hice con un chivo que me regaló Carlos Vives por prestarle mi camioneta para el éxito de sus videos, y debajo del paquete con el arroz, está un purgante para las lombrices, te lo tomas con agua de panela, para que dejes de estar soñando locuras…
atentamente: Pachín Escalona»

Bueno, el arroz estaba en el punto justo de cucayo y vinagre, pero el purgante no, porque yo sigo soñando con el acordeón de Pachín, una parranda con el Cocha Molina, el maestro Escalona y Millo Aponte, mi papá, allá en el ramal del Molino.

Por: Augusto Aponte Sierra.

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