Corrección Política y mala Educación
El publicista Rafael Nieto Navia remata su columna del 10 de mayo en el diario bogotano El Nuevo siglo con la siguiente coda:
“En una ceremonia en España donde todos estaban de frac, incluso el rey, Petro asistió con un brillante traje calentano porque el frac “es un símbolo que tiene que ver con las élites, con la antidemocracia”. La Minminas se fue de tenis a una ceremonia igualmente formal. […] Eso, en buen romance, se llama mala educación.”
Es nuestro propósito en estas líneas interpretar de manera crítica el significado de estas posturas del Presidente de la República y de su Ministra de Minas las cuales, al parecer, riñen con la urbanidad y las buenas maneras. Para ello permítaseme una breve disquisición sobre la aparición de la urbanidad en los albores de la República y su entronización en las sociedades americanas, lo cual nos proporcionará elementos teóricos para comprender la naturaleza de los desplantes oficiales objeto de esta reflexión.
La América mestiza, la de los innúmeros cruces raciales y culturales, tuvo desde los inicios de la ocupación española destellos de superación intelectual; de manera temprana descollaron criollos de mentes luminosas y peclaras, hombres y mujeres que rivalizaron en logros con los peninsulares de su época. Al lado de este brillo surgió también -de manera simbiótica- la tosquedad y las abruptas maneras de la soldadesca peninsular y la arisca rudeza de los americanos de abajo, suceso que abrió un abismo conductual entre los salones de Santa Fe, de Caracas, de Quito de Lima y de Buenos Aires y las peonadas de toda la América irredenta.
A poco de lograda la Independencia un fantasma recorrió la América mestiza: la urbanidad, cuyo estudio “pertenecía a lo que Umberto Eco llamó géneros menores […], para significar un descuido de la crítica frente a temas de de importancia social” [1] y que, en nuestra América constituía un intento pedagógico para la construcción de una sociedad civil.
Abusando de las citas extensas, cabe aquí reseñar la importancia de un texto de antología: el Manual de Urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño:
«… después del Catecismo de Astete, que data de 1599 y que es acaso el mayor éxito editorial de Amèrica Latina, con más de 600 ediciones, […, seguiría quizás en orden de importancia editorial el Manual de Urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño, publicado por primera vez en 1853 por entregas. En Colombia hay más de 40 ediciones. En México otras tantas, amén de que su influencia fue notoria: ”Así, la estricta codificación de maneras y de pensamientos, el Manual de Carreño, que se consulta crédulamente por cerca de setenta años: 1860-1930 aproximadamente” […]. Y queda por saber qué tanto se publicó el Manual en otros países.
Pero que era y es conocido en toda América Latina se deduce por algunos datos. En Perú hay un grupo punk que se denomina No Queremos a Carreño. En Chile, cuando alguien ha cometido una falta de urbanidad por benigna metonimia se dice que “se le cayó el Carreño”. Se trata de dos países en los cuales la aristocracia tuvo notable peso histórico, pero otro tanto debió ocurrir en Bolivia o en Argentina, en Uruguay o Paraguay.»[2]
Vemos así, como las sociedades latinoamericanas se preocuparon por atemperar los comportamientos cerriles de sus nuevos ciudadanos y llevarlos a las lindes de la urbanidad cuyos dictados constituyen “una emanación de los deberes morales” y unos “referentes universales de lo que es correcto”, “los cuales deben aplicarse rigurosamente a espacios donde la persona se encuentre”.
Sin embargo, las exigencias de unos comportamientos de educación y de buenas maneras trascendía la necesidad de lograr determinadas conductas de cortesía y de señorío infuidas, sin dudas, por las formas protocolarias de las sociedades europeas y, como código moral y cívico, entrañaba toda una filosofía política. Los Restrepo, en el trabajo citado, refiriéndose a la Urbanidad de Carreño sostienen que
“Entre las muchas funciones que cumple un tratado de urbanidad, dos son para el caso relevantes y explican los motivos de simpatía y de antipatía: la primera, morigerar la violencia, cobra sentido cuando la escritura del Manual se sitúa en la perspectiva histórica de América Latina: suavizar las costumbres debió ser heróico, dada la rémora más miliciana que militar, propia de la fundación de estados aleatorios.”
Y, encuadrando a Carreño dentro de la generación romántica “desilusionada ya del proyecto bolivariano y escéptica respecto a una existencia social asaltada por caudillos”, agregan:
“La convergencia en mentalidades con Domingo Faustino Sarmiento, Andrés Bello, José María Samper y otros es clara: aspiraban a crear un orden civil fundamentado en la lengua, el derecho, la religión, las bellas artes y el estudio de ciertos rasgos propios de las nacionalidades. Querían una vida cotidiana en calma y burguesa, no asediada por los sables, en que el amor romántico y la convesación de sala y de sobremesa pudiesen discurrir apacibles. Quizá deba concederse
que esta función discriminadora, latente en la urbanidad (trato civil delicado contra barbaridad propia de milicias), fuese la causa de que en Colombia se hayan apropiado tanto dicho modelo.[3]”
Lo hasta aquí dicho y transcrito nos lleva a concluir que la postura del Presidente de la República al asistir a un un evento oficial con violación de las formalidades protocolarias previstas no fue un acto grosero o de malas maneras sino un acto premeditado, de correción política, que afirmaba su condición de irreverente miliciano opuesto a las correciones y urbanidades que rigen el trato social entre las élites burguesas.
Por otra parte, al revisar la postura de la Ministra de Minas, esta, por contrario, no puede ser tenida como de correción política ni de afirmación militante, consideramos que debe ser calificada como equívoca, grosera y de mala educación. Aquí son pertinentes las palabras de Rebeca Reynaud
“…en la actualidad se ha difundido un equívoco que identifica la naturalidad y la autenticidad con el desprecio de las formas sociales. Así se dice que cada uno ha de manifestarse como es, sin dejarse uniformar por normas de urbanidad, corrección en el modo de vestir, de hablar, de comportarse en la mesa, etc., que serían reglas artificiales o postizas.”[4]
[1] RESTREPO, Gabriel y RESTREPO, Santiago. La Urbanidad de Carreño o la cuadratura del bien en Cultura, política y modernidad. Universidad Nacional de Colombia , Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales, Bogotá, 1998, p. 140.
[2] Ibídem, p. 141
[3] Ibídem, p. 143
[4] Disponible en https://www.protocolo.org/social/usos-sociales/urbanidad-y-buenos-modales-la-buena-educacion.html
Por: Luís Orozco Córdoba