domingo, junio 16, 2024
Historias

Recordando al Maestro Escalona en su décimo segundo aniversario de su partida al cielo

Hoy se cumplen doce años de la partida del Maestro Rafael Escalona hacia el cielo y no ha podido, ni podrá, el pueblo vallenato, ni Colombia entera, olvidar la obra musical y literaria de quien ha sido el más grande contador de historias costumbristas y hacedor de versos y melodías del folclor vallenato, las cuales se impregnaron en el seno del viento para viajar sobre nubes blancas, esparciéndose por todos los rincones de la patria, llenando de alegría los corazones de los colombianos, las mismas nubes blancas con las que Escalona personificó y adornó su casa en el aire poniéndole un letrero bien grande que dice: Adaluz.

El recuerdo del Maestro Escalona perdura en los pueblos, veredas y caseríos, desde Puerto López, allá en la Guajira arriba donde nace el contrabando, donde el barco pirata bandido Almirante Padilla un día lo dejó arruinado, hasta los confines de la hoya del rio Cesar, en el valle del Cacique Upar, lugares en los cuales con su prosa narrativa costumbrista contaba en versos los sucesos notorios de la región y las historias pueblerinas, como el caso de una señora Patillalera, Juana Arias, quien muy elegante vestía de negro, formó en Valledupar una gritería porque a su nieta, la pechichona, la consentida, criada con buena ropa, con buen calzado, con mucho esmero y estimación, un sinvergüenza, nariz parada, patillalero, la entusiasmó con su camión y cargó con ella. En sus cantos contó las hazañas del Tite Socarras, el hijo de Everista, intrépido contrabandista que, cuando el barco Almirante Padilla barrió a Puerto López, lo perdió todo y Escalona lo lamentaba y, preocupado por el destino de su amigo, se preguntaba: ¿y ahora pa’ dónde irá?  ¿y ahora pa’ dónde irá?, ¿a ganarse la vida el pobre Socarrás?; ¿y ahora pa’ dónde irá? ¿y ahora pa dónde irá?, ¿a ganarse la vida sin contrabandeá?

Entre otras muchas historias también contó las peripecias y ocurrencias de las que tuvo que valerse su compadre Nicolás Guerra, entonces inspector de policía del pueblo de Badillo, para descubrir quien se había llevado una custodia religiosa, de oro, grande y pesada y la había cambiado por otra que no tenía el mismo color, y era más pequeña y liviana, pero que al final de cuentas tuvo que hacerse el de la vista gorda porque la custodia se la había robado un “ratero honrado” y, como todo el pueblo sabía quién era el ratero, entonces, Escalona le recomendó a su compadre que cuando tuviera fiesta procurara abrir muy bien los ojos para vigilar, se parara con una pistola Colt 45 en la puerta de la iglesia y a todo el que tuviera sotana no lo dejera entrar y “al terminar la misa que se ponga del cura pa’ bajo a requisar”. Seguro que, quienes no conocían la historia del canto de la Custodia de Badillo, ya, por lo menos, se imaginan quien se la robó. Pero si ni siquiera se lo imagina, les doy una señal: Por las denuncias que hizo en ese canto, Escalona estuvo a punto de ser excomulgado. Ahora si saben ustedes quien fue el ratero y como lo cantó Escalona “seguramente que no fui yo / ni Alfonso López, ni Pedro Castro / ahora no fue Enrique Maya quien se la robó / ahora no podrán decir que fue un vallenato”.

Los cantos y versos de Escalona nada tienen que envidiarle a la Odisea, ni a la Ilíada de Homero, ni a los poemas que cantaban y recitaban los aedos y los rapsodas de la antigua Grecia, mil años antes de cristo. El Maestro Escalona se pareció a los rapsodas en que, como éstos, no se acompañaba de ningún instrumento musical para componer las melodías de sus versos. Los parpsodas utilizaban el “rapdo” o vara o bastón con el que golpeaban el suelo para marcar el ritmo de los versos que creaban y Escalona, que no aprendió a tocar ningún instrumento musical, ni conoció las notas del pentagrama, componía las melodías de sus versos silbando como los pájaros y llevaba el compás golpeando cualquier madera con las yemas de sus dedos. Y se pareció a los Aedos del mundo micénico, que existió 1.200 años antes de cristo cuando el alfabeto no era conocido por los griegos, en que él componía los versos y se los aprendía de memoria, jamás escribía para componerlos. Una vez me contó que al componer sus versos inmediatamente los memorizaba y así se quedaban, que no los corregía, ni se le olvidaban más nunca. En verdad, él tenía una memoria prodigiosa y genial.

El Maestro Escalona fue un enamorado empedernido y les cantaba a sus amadas sus versos, verdaderos poemas de amor, los cuales nada tienen que envidiarle a los versos que Don Quijote de la Mancha le cantó a su amada dulcinea. Pero, además, era tan imaginario que, en el año 1.952 cuando Adaluz apenas tenía unos días de nacida, como todo padre que quiere un castillo para su hija, se imaginó para su primogénita una casa en el aire para que no la molestara nadie e, incluso, tuvo la osadía de pedirle a dios unos angelitos para que la sostuvieran porque no tenía cimientos, describiendo ese lugar con tanta magia poética que nos hace verlo como si realmente existiera, por lo que siempre he pensado que Escalona fue de los primeros en hacer “realismo mágico”, género literario que alcanzó su mayor auge y florecimiento casi veinte años después, en la década de los años 70, con la aparición de las inigualables novelas de nuestro inmortal premio nobel, Gabriel García Márquez.

A propósito, García Márquez, refiriéndose al Maestro Escalona dijo: “es la persona a quien más admiro en el mundo”, y cuando le preguntaron el por qué de esa especial admiración?, Gabo no vaciló en contestar: “porque yo admiro a quien hace aquello que yo siempre he querido hacer y no soy capaz de hacerlo, y yo siempre he querido hacer un canto vallenato y contar una historia en tres estrofas, como magistralmente lo hace Escalona, pero no he sido capaz”. Y agregó, “Por ejemplo, Rafa contó en tres estrofas la historia completa de su entrañable amistad con Jaime Molina, desde su niñez en Patillal hasta adultos parranderos y bohemios en Valledupar, cuando Jaime en medio de sus borracheras lo insultaba con frases de cariño que él sabía decir y después se le sentaba en sus piernas y juntos terminaban muertos de la risa por un cuento que Jaime le contaba y, ante la condición que Jaime ponía de que si Rafa moría primero le hacía un retrato y que si ocurría lo contrario, entonces, que Rafa le sacara un son, Escalona por lo mucho que quería a Jaime, y con el más alto sentido de la amista conocido, termina metafóricamente manifestando que prefería morir para que su amigo viviera”. Y, Gabo remató su respuesta diciendo: “En cambio, yo para contar la historia de la estirpe de los Buendías, Úrsula y Mauricio Babilonia, necesité escribir cientos de páginas, por lo que siempre he dicho que “Cien años de soledad” es un canto vallenato de 350 paginas”. Todo eso lo dijo el nobel al referirse a Escalona.

Les voy a contar algo de las vivencias y el modo de ser del Escalona de carne y hueso. Cuando él venía a Valledupar, especialmente para los Festivales, se hospedaba en mi casa donde yo le tenía una habitación especial y exclusiva. Yo lo recogía en el aeropuerto en dos carros, uno para él y otro para su equipaje. No le gustaba esperar hasta que el equipaje estuviera disponible y se montaba rápidamente en el vehículo que lo llevaría a la casa. Él me decía que, como lo iban a esperar muchos amigos y tantas personas querían saludarlo y abrazarlo, si se demoraba en el aeropuerto y los atendía de una vez y en tumulto, entonces, se perdía la gracia de su presencia en Valledupar (era vanidoso) y prefería que sus amigos lo visitarán en la casa donde podía atenderlos como ellos se lo merecían. Al entrar a la casa lo primero que me decía era: “Ogu, muéstrame cómo estás de “pertrechos etílicos”, porque si no te aprovisionaste mínimo de dos cajas de wisky, las mandó a comprar yo. Por lo menos, una caja tiene que ser de Sello Rojo, acuérdate que el Presidente López, viene a parrandear con nosotros y solo bebe de ese, porque según él ese es el mejor wisky del mundo. Antes de que llegara el equipaje entraba a la cocina y destapaba las ollas para comprobar que comida le habían guardado, si conejo, chivo guisado o en friche, y que no faltara la ahuyama cocía, proveniente de las sabanas de Patillal, que eran sus platos preferidos. Cuando llegaba el equipaje que eran tres y hasta cuatro maletas grandes, porque a pesar de que venía por pocos días traía ropa para una estadía de más de un mes. Traía más de diez vestidos enteros, pues nunca repetía un vestido en los actos sociales, porque, según él, los vallenatos somos muy “fijones y criticones”. Traía mucha ropa de clima caliente porque, él decía, que sabía cuándo y a donde llegaba pero no sabía hasta cuándo y para donde iba a “coger camino”, porque tenía muchos compadres en La Paz, San Diego, Villanueva, San Juan, Urumita, El Molino, Riohacha y en toda la Provincia esperándolo para parrandear. La primera y la más grande maleta que abría era en la que traía los regalos para familiares, compadres, ahijados y amigos. Por lo menos traía cien o más regalos, entre corbatas, camisas, correas, hebillas fabricadas por él, prendedores, sombreros, juguetes y cuantas  baratijas y detalles se le ocurriera, los cuales iba comprando con anterioridad y acumulándolos para repartirlos a su llegada a Valledupar. Nunca llegaba a un lugar con las manos vicias, siempre se presentaba con un detalle. Cuando no llevaba algo material, entonces, inteligentemente decía “les traje mi abrazo y unos versos de un canto que estoy componiendo” y comenzaba a silbar y a tararearlos.

Después les cuento más cosas personales de Escalona, el hombre más grande que ha tenido Valledupar, ese que en la vida no podré olvidar y, para terminar, creo que estarán de acuerdo conmigo en que si algún día llegáramos a merecer que la historia hablara de nosotros, sólo nos gustaría que se dijera: que vivimos en la era de Escalona, que compartimos con él y lo disfrutamos.

Hasta otra oportunidad.

Por: Augusto Escalona Montero.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *