miércoles, abril 24, 2024
Opinión

Ya no cruje el Manderamen en el agua

Por: Katiuska Barros

Crecer en una familia de artistas es algo así como vivir en un mundo fantasioso, lleno de tristezas y frustraciones, más que de alegrías. Empecé a tomar conciencia sobre el oficio que hacía mi padre y a defenderlo desde muy niña.

Me sentía orgullosa de ello y, en medio de mi inocencia, también estaba convencida de que mi padre José Benito Barros Palomino era el único compositor en el mundo. Pensaba también que era nuestro pueblo, El Banco, Magdalena, el único que hacía sobre el río Magdalena una fiesta mágica donde todo es alegría, danzas, música, todo lo intrínseco del ser humano que se manifiesta a través de su folclor.

Más tarde fui evidenciando los padecimientos que mi padre tuvo que sobrellevar para lograr que el mundo conociera su cultura ancestral a través del Festival Nacional de la Cumbia, debido a que, desafortunadamente, Colombia no invierte lo que corresponde en las manifestaciones verdaderamente culturales.

Poco beneficia a bailarines, cantaores y cantaoras, poco invierte en la enseñanza de música e instrumentos autóctonos para las escuelas, en proyectos sociales para fortalecer, por ejemplo, a los artesanos de cada región, solo cumplen con una “cuota” establecida por requerimiento legal.

Colombia es un país huérfano de identidad, ¿Acaso no estamos en un país privilegiado con una multiculturalidad que nos brinda la posibilidad de vivir e interactuar de maneras distintas en cada región?

Tenemos una variedad de ritmos que requieren de espacios donde fluya la creatividad ¿Por qué no visibilizarlos más? ¿Por qué desconoce el Gobierno Nacional la inversión justa o el apoyo a estas manifestaciones? ¿A qué se debe que el Gobierno Nacional invierta poco en cultura? ¿Qué entiende por Cultura?

Estos interrogantes los planteo sin pretensión de desconocer que el manejo económico «colorido» que se ha inventado el gobierno para favorecer a algunos mientras que el sector cultural la está viendo más negra que antes.

Los festivales tradicionales que llevan más de 30 años luchando para que lo destinado llegue a tiempo, ahora se enfrentan a un inconveniente mayor: dos recortes presupuestales hechos por el Ministerio de Cultura, entre el 2020 y el 2021, que los deja maniatados.

Sus hacedores están sin la oportunidad de mejorar la condición económica propia y la de toda una población que en esos días se beneficia de un empleo de manera formal e informal; ¡El arte al ser intangible no se puede cuantificar y no debería medirse en términos de ganancias pues un artista hace lo que hace por pasión, y qué mejor que vivir gracias a lo que sabe y ama hacer!

El Gobierno pareciera desconocer que los procesos colectivos culturales impulsan el desarrollo social y económico de las regiones, así como la de sus habitantes; pareciera desconocer que, además, estos procesos, de un valor intangible, nos dignifican y fortalecen cuando se evidencia lo que somos por medio de la danza, cuando nos expresamos por medio de los cantos ancestrales y compartimos nuestra riqueza culinaria.

Urge replantear no solo la importancia de la cultura como generador de identidad, sino reconocer y darle valor a nuestra multiculturalidad, como individuos creativos, valiosos, y hacernos respetar, que se nos permita ser y que, a través de una política de Estado, se nos incentive y no que se nos anule, que se nos reconozca nuestro valor.

El Gobierno Central debe vernos como motor de desarrollo y no como un espectáculo de relleno para una agenda gubernamental o para llenar estadios o coliseos.

Hoy más que nunca nos queda el sinsabor simple e insípido de la ingratitud y el irrespeto para miles de personas que han padecido años de desconocimiento y abandono.

Hoy más que nunca, debido a las actuales circunstancias, reclaman sus derechos y exigen los recursos que se venían asignando a sus procesos creativos, culturales y folclóricos que con sorpresa fue reducido en un 50% este 2021, muy a pesar del anuncio de este gobierno de haber asignado los recursos más altos de la historia para la cultura. Señor presidente, no queremos más promesas.

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