martes, abril 23, 2024
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La influencia de los cantos vallenatos en la soledad literaria de Gabriel García Márquez

Por: Santander Durán Escalona

Las Rutas Del Destino

En las polvorientas calles de los pueblos del centro de la Guajira, la vida transcurría monótona, entre riñas de gallos, amores furtivos, chismes callejeros, una que otra visita a las fincas para ver ordeñar la poca leche que daban las vacas enflaquecidas por el eterno verano, las campañas políticas de siempre y la importante y siempre esperada llegada a lomo de mula, de cualquier juglar, con su acordeón amarrado a la cabeza de la silla de montar, trayendo noticias cantadas para romper con su alegría, la modorra permanente producida por el intenso calor.

Coronel Nicolás Márquez Mejía
Coronel Nicolás Márquez Mejía

Por allá, en Barrancas, Nicolás Márquez Mejía, un joven y veterano Coronel de la pasada Guerra de los Mil días, recientemente casado con Tranquilina Iguarán Cotes, deambulaba, tranquilo como cualquier otro vecino, hasta cuando un desafortunado incidente que terminó en un duelo a muerte con Medardo Pacheco, quien falleció en este lance de honor, lo obligó – acompañado de su familia – a iniciar  un viaje sin retorno, que los llevaría,  primero a Riohacha, luego a Santa Marta  y por último a Aracataca, destacada población situada en medio de la magia verde de las plantaciones de banano.

General José Rosario Durán
General José Rosario Durán

En Aracataca lo recibió el General José Rosario Durán López, su amigo y compañero de armas en el ejército Liberal durante la Guerra de los Mil días, quien, para la época, se había convertido en un exitoso empresario bananero y dirigente político. El General Durán  lo presentó, socialmente, a la comunidad “Cataquera”, en donde fue recibido y aceptado con el agrado de todos. Allí, en Aracataca, el Coronel Márquez, estableció su residencia e inició una serie de exitosos negocios.

Desde ese momento se estableció una relación muy estrecha y fraternal entre ambas familias.

EL DESTINO SEGUIRÍA MARCANDO LAS RUTAS.

Un tío del General Durán fue el Coronel Clemente Escalona de Labarcés,  veterano combatiente en la Guerra de los Mil Días, político Liberal, Maestro Masón, músico, intérprete del tiple, gallero, poeta sin par, jinete andariego y enamorado trovador, quien en uno de sus viajes a Valledupar fue invitado a la población de  Patillal en donde conoció a Margarita Martínez Celedón, dama con la que contrajo nupcias en Atánquez (Sierra Nevada), estableciendo su hogar en Patillal, una mágica y apacible aldea situada en las sabanas que rodean la cara sur oriental de la Sierra Nevada de Santa Marta, en donde procrearon una familia de 9 hijos.

Por una “extraña” coincidencia, el 6 de marzo de 1927 nace en Aracataca el nieto del Coronel Márquez, primer hijo del matrimonio de Gabriel Eligio García Martínez y Luisa Santiaga Márquez Iguarán, quien fue bautizado como Gabriel José García Márquez.

Por otra parte, el 27 de mayo del mismo año 1927, nace en Patillal el menor de los hijos del Coronel Clemente Escalona y Margarita Martínez, a quien bautizaron con el nombre de Rafael Calixto Escalona Martínez.

Dos vidas paralelas y marcadas para un exitoso destino, se iniciaban en el mismo año, con una diferencia de, apenas, 80 días entre uno y otro nacimiento.

Algunos años más tarde – aún sin haber tenido la oportunidad de conocerse personalmente –  mientras Rafael se nutría y aprendía cultura popular, bebiendo en las fuentes de los grandes maestros campesinos de la época, al lado de los juglares Emiliano Zuleta, la “Vieja” Sara, “Toño” Salas y el “Compadre” Simón, admirando la nota musical y las canciones de Lorenzo Morales “Moralito” recibiendo las enseñanzas poéticas y musicales de Don Tobías Enrique Pumarejo “Don Toba” y de  Alfonso “Poncho” Cotes, este último, su maestro de español, de canto  y alcahueta de sus primeras travesuras sentimentales en la  época estudiantil, Gabriel José, muy lejos de allí, quien ya había recibido su iniciación en la narración oral escuchando de la boca de su abuela Tranquilina, las historias mágicas provenientes de una provincia lejana y misteriosa – imaginada y recreada miles de veces en su fértil imaginación infantil – exploraba a los grandes clásicos de la literatura universal y enrumbaba su vida hacia la búsqueda de un estilo narrativo propio, rodeándose de amigos bohemios, lectores empedernidos, aprendices de escritores o gritones habladores de paja, que compartían con él, los mismos intereses.

EL ENCUENTRO.

En 1950, Escalona ya era Escalona y Gabo ya era Gabo. Ambos se conocían por referencias y existía entre ellos, una admiración mutua.

El sitio del encuentro fue “La Cueva”, un bar bohemio ubicado en Barranquilla, en donde se reunía toda la fauna de aprendices de escritores, cineastas, pintores, actores de teatro, periodistas, poetas irredentos, bibliotecarios, boxeadores y todo el que aspirara a formar parte de una barra irreverente que funcionaba bajo la dirección literaria y política del crítico y dramaturgo barcelonés  Ramón Vinyes, bautizado años más tarde por Gabo, en su obra cumbre Cien Años de Soledad, como “el sabio catalán”.

Todos conformaban un grupo alborotador, que años después sería conocido con el nombre de El Grupo de Barranquilla o El Grupo de La Cueva.

Esa tarde, en La Cueva, la empatía entre Rafael y Gabriel (ambos, “casualmente”, bautizados con nombres de Arcángeles), fue inmediata y al desenrollar la historia de sus respectivas familias, llegaron a la conclusión de que existía un vínculo de amistad fraternal entre ellas, que se iniciaba en las marchas, contramarchas y  combates de la Guerra de los Mil Días y posteriormente en Aracataca, con la llegada del Coronel Márquez y el recibimiento del General Durán, sobrino preferido del Coronel Escalona (padre de Rafael).

A partir de ese momento se consideraron parientes consanguíneos, en la categoría de “Primos Hermanos”. Una amistad que solo la muerte pudo detener en este plano terrenal.

Allí, en La Cueva,  escuchando los cantos de Escalona en la voz pausada y melódica del mismo Rafael, surgió la invitación del Cantor de Patillal para que Gabo fuera a pasar unos días a Valledupar y recorrieran juntos la Provincia, como una forma de recuperar los recuerdos ya perdidos en la memoria,  de los cuentos prodigiosos de la abuela, para confrontarlos con la realidad. Para ello aprovecharían que Escalona había tejido una red de jóvenes amigos y parientes, contrabandistas y parranderos. Una red de la fraternidad y la bohemia provinciana, que, partiendo de Valledupar, llegaba hasta Puerto López en los confines de la Alta Guajira y que, buscando la frontera con Venezuela, pasaba por Paraguachón y terminaba  en el puerto de Maracaibo.

Coronel Clemente Escalona
Coronel Clemente Escalona

Teniendo como excusa para el viaje a Valledupar la venta de unas famosas enciclopedias que nunca serían compradas, porque allá, en la Provincia, solo se hablaba de ganado y chismes provincianos y a nadie le interesaba lo que sucedía del otro lado del rio, Gabo apareció cualquier día, flaco y desgarbado, en Valledupar, siendo recibido por Rafael, quien lo alojó en su casa materna, en donde le presentó a la familia conformada por su padre, el  Coronel Escalona, Margarita Martínez, su madre, y  todos sus hermanos y hermanas.

Fueron muchas las horas en las que el aprendiz de reportero estuvo escudriñando la vida del Coronel Escalona, especialmente en lo referente a la Guerra de los Mil días; Gabo fue impresionado por la estampa altiva y elegante del viejo militar, poeta y maestro masón, vestido siempre, impecablemente, con chaquetas y pantalones blancos acompañados de una ineludible corbata negra; el Coronel era alto, delgado, de piel morena y nariz aguileña que recordaba sus ancestros indígenas, ojos negros e inquisidores, con un bigote cuidadosamente recuadrado al estilo militar antiguo y cabellos canosos y lisos cortados también a lo militar. Por ello en sus memorias, García Márquez reconoce que parte de la inspiración para escribir su obra “El Coronel no tiene quien le escriba” se nutrió de los recuerdos de las historias narradas por el Coronel Escalona y por su abuelo el Coronel Márquez,

Luego comenzaron la aventura de explorar cada pueblo de la Provincia.

En la Paz, Escalona le presentó a su compañero de parrandas y aventuras, el médico y aprendiz de escritor Manuel Zapata Olivella,  quien se encontraba cursando su año rural en esa población y allí, Gabo tuvo la oportunidad de admirar el poder espiritual de la música de acordeón y de los cantares de la Provincia, cuando visitaron al legendario acordeonero Pablo López, en el momento en que la población se encontraba de luto por la reciente muerte de varios ciudadanos a manos de la tristemente célebre policía política del régimen Conservador, conocida con el nombre de “La Chulavita”, contra la cual el pueblo se había levantado en armas, combatiendo a sangre y fuego, durante tres días, hasta cuando, por orden del   Gobernador del Magdalena, intervino el Ejército acantonado en Buenavista, para intermediar entre los combatientes y suspender las hostilidades.

Manuel Zapata Olivella
Manuel Zapata Olivella

Gracias a una solicitud de Escalona y Manuel Zapata, el viejo acordeonero Pablo López todavía sumido en la tristeza, se sentó en una silla de madera y cuero que recostó a la pared de la puerta de su casa y  mirando sin mirar las calles  vacías, retomó su acordeón y, en solitario, comenzó a tocarlo. Como por arte de magia, el pueblo convocado por el lamento musical que dejaba escapar el instrumento, se fue reuniendo frente a la casa del juglar para restañar sus heridas y exorcizar el dolor, por medio de la música y el canto.

Cuando terminó la parranda más triste del mundo, subieron a Manaure para encontrarse con “Poncho” Cotes y de allí, pasaron al Plan, el caserío situado en el filo de la  Serranía de Perijá, en donde departió con la Vieja Sara, Emiliano y Toño Salas, Luego bajaron a Urumita y Villanueva para reunirse con los juglares de esa región y con sus amigos y parientes contrabandistas y parranderos.

Al pasar por Barrancas tuvo la oportunidad de conocer el pueblo y ser recibido en la antigua casa de los abuelos. Allí escuchó de viva voz, en boca de algunos ancianos centenarios, la historia del duelo en el que se vio involucrado su abuelo, el Coronel Márquez. Más tarde, por intermediación de Rafael, pudo departir, amable y respetuosamente, con los parientes de Medardo Pacheco, brindando por los difuntos y sellando un pacto de amistad y paz entre las respectivas familias.

Desde Villanueva, se embarcaron con “Tatica” Daza y el “Tite” Socarrás en la Ruta del Contrabando, una trocha larga, polvorienta, desorientadora y eterna que terminaba en Puerto López, un puerto perdido en medio del desierto, situado en la punta de la Guajira sobre el mar Caribe; un territorio indígena cuya máxima autoridad era el poderoso Cacique Wayuú  Elisaú Paz, conocido con el nombre de “Cataure”, gran amigo de Escalona y de estos dos jóvenes contrabandistas, quienes, algunos meses más tarde, serían arruinados por una incursión en contra del contrabando realizada en Puerto López, por la fragata “Almirante Padilla”, buque insignia de la Armada de Colombia.

Allá, en la alta Guajira, en la ranchería de “Cataure”, Gabo pudo disfrutar de la amabilidad Wayuu y conocer costumbres y tradiciones milenarias, las cuales le permitieron entender el comportamiento de los indígenas guajiros que, como sombras vivientes, siempre permanecieron en casa de los abuelos y acompañaron su infancia en Aracataca. De los recuerdos recogidos en el desierto, nació años más tarde la historia de “La Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada”

Tuvo entonces Gabo, en ese maravilloso viaje por el valle del rio Cesar y la alta Guajira, la oportunidad de recibir su Iniciación en los grandes misterios de las historias cantadas de los juglares de la Provincia; de explorar otras dimensiones de la oralidad; de descubrir otro mundo en donde no existen barreras para la comunicación entre vivos y difuntos; lugares en donde el Diablo, motivado por la envidia musical, se baja de su altísima dignidad de Rey de los Abismos, para tomarse el trabajo de tratar de derrotar a un humilde juglar campesino en un etílico duelo de ingenio, versos improvisados,

magia negra, oraciones y acordeones; un mundo maravilloso, sensual y ardiente, en donde, con el poder creativo de una canción, se fabricaban casas en el aire y nacían manantiales de aguas dulces y cristalinas en medio de la Serranía; donde un joven poeta cantor invidente, llamado Leandro, creaba canciones que hablaban del verano y de sabanas que sonreían cuando las recorría una hembra deseada y nunca tenida, y, en fin, conocer personajes, historias, leyendas, músicas y canciones, que llegarían a ser integrados, años después, a la otra historia de Colombia; la historia desconocida de los personajes anónimos que inspirarían y enriquecerían su producción literaria, cuando al aflorar la musa de la inspiración, descubrió que gran parte de lo que debía contar estaba impregnado de una cultura, en donde la magia heredada de nuestros ancestros, se plasmaba en cada narración o en cada canción llena de fantasía, contada por los cantores, los narradores orales, los vaqueros y los macheteros del Caribe.

Al llevar  las narraciones del Caribe colombiano, desde la oralidad a la escritura, Gabriel García Márquez dio nacimiento al movimiento literario bautizado como “Realismo Mágico”.

Documento preparado para su lectura el día lunes 6 de Marzo de 2017.  Conmemoración oficial del 90 aniversario del nacimiento de Gabriel García Márquez, en la ceremonia de premiación del Primer Concurso Nacional e Internacional de Cuentos “Gabriel García Márquez”, convocado por la Alcaldía Municipal de Aracataca y la Fundación Pro-Aracataca.     Valledupar, Colombia. Marzo 5 de 2017.

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