Solo los domingos de enero se repite la escena. Una mujer coqueta con su ropa fucsia de deportes trota por el parque y deja su perfume en cada esquina. La acompaña una perra grande y lanuda de color perla que ella llama Lula.
La aldea es silenciosa, largas las calles y las casas separadas por patios verdes y piedras grandes del color de la tierra. Se llama San Antonio de los ruidos. Los días pasan solitarios y sin discusiones, las estaciones inconstantes y sin avisos.