Opinión

El pollo y el marañón

Yo vi su figura entre el humo y la bulla que, sin candela, salía del marmoleado piso de la plaza Alfonso López.

Ella sin mirar mis ojos, sin escrúpulos ni piedad, impactó el humedal de mis papilas. Así supe en mi boca de todas mis ansias por ella.

Su aroma la delataba. Su cuerpo estaba encima de una carreta. En su piel rojiza y brillante escribí todos mis deseos. Tocarla hizo indomable el sabor de su cuerpo en mi memoria. Quise morderla, pero pensé que quizás su dueño haría añicos mi cara.

Ella callaba, sus carnes estaban al aire y su pepita también. Yo se la toqué al tiempo que le preguntaba, cuanto me costaría comerla.

El me miró y me dijo que no la tocara, si no me la iba a comer. Entonces los dos enojados se marcharon. Ella montada en su carreta y su dueño caminando de prisa. Yo me quedé con las ganas de comer sus carnes y su pepita también.

Si, ella era la fruta de un árbol llamado Marañón. Es mi fruta favorita. Su semilla o carozo se le conoce como anacardo, castaña de cajú, nuez de la India, pepa, y merey. Asada es un manjar muy nutritivo, es usada para adobar las entrañas de golosinas y chocolates.

Todo esto ocurría al mismo tiempo que el acordeonero más famoso del último festival vallenato en su versión 57, Juan David «El pollito» Herrera, ejecutaba con maestría su blanco y nacarado acordeón. Este melódico instrumento hacía un simbólico contraste en su colorido pasado.

Después del episodio del Marañón y su pepita, me encontré con mi amigo Jorge Eliecer «El Bore» Luque, que caminaba buscando un alma conocida para recostarle sus acostumbradas tertulias.
Casi sin saludar me tiró una singular y apropiada coincidencia: «¿Supiste la última de Ana del Castillo? Salió sin ropa y con la corota afuera”. Entonces yo le respondí: imagínate yo acabo de ver a un marañón también con la pepita afuera.

La risa fue corta pero picante, porque tratando de poetizar mis palabras, le dije que, sin querer, esa comparación se escuchó un poco agreste. Para completar mis excusas le dije: Es que nuestro idioma con tantos sinónimos, los problemas aparecen sin darse cuenta. Imagínate que hace unos días le dije a mi hijo mientras escuchábamos una canción de Leandro Díaz, llamada «Los 3 amigos», que Nadie podrá quitarme lo traqueto de mi sentir vallenato; lo hice metaforizando el hecho de que el gusto por todos los aires del vallenato, yo lo zarandeo como a una bebida que me embriaga con su nostalgia y pasión musical. Él me respondió: “Ojo papá, aclara bien tus palabras y conecta tus emociones al momento que vive el país, porque traqueteo significa muchas cosas”. Sí —le respondí—, tienes mucha razón. Porque traquetear es un verbo que significa mover o agitar algo desde una parte a otra, y que se usa especialmente cuando el movimiento se refiere a zarandear, mover, sacudir, agitar, zabuquear o zabucar, algún tipo de líquido.

El Bore sonriendo se hinchó para soltar la carcajada, y yo para calmar la emoción, le dije: Vamos a traquetearnos una cerveza bien fría para santificar este infierno-.

En tarima el Pollito Herrera zumbaba tanto a su acordeón, que el olor a fuelle quemado se sintió hasta en Mariangola. Ahí fue cuando le dije a mi amigo Luque: El Pollito está tocando muy bien, pero para el público, lo van a ubicar en todas partes, menos en el trono. Así solamente lo corona el pueblo; que no es jurado-.

El Bore terminó su cerveza y alejándose me dijo: “se va formá una vaina, nos vemos más tarde”.

Yo me quedé escuchando al pollo más famoso en este festival: Juan David Herrera, quien además ya ganó una corona en 1996.

En su ejecución se veía la ansiedad y la emoción de querer complacer a su público, sentí en sus notas mucho afán y voces de perdón para decirle al mundo: “Volví, con el perdón de Dios”. Creo que se olvidó del concurso, ignorando las reglas y el camino del juicio para ejecutar el vallenato tradicional. Su veloz melodía entraba y salía de muchas fusiones y ritmos, hacia música hasta con su pelo mojado. Oraba y cantaba, cantaba divagando por un mar de talento.

Pienso que confundió los escenarios: una cosa es tocar en un concierto para todo un público, y otra tocar en un concurso para un jurado calificador.

Pero Herrera es un monstruo ejecutando acordes, combinado bajos. Es un maestro para manejar la velocidad del canto y hace letras de resiliencia y perdón con la picardía de un buen verseador. Luego pensé: lástima que en esta ocasión no será rey. La emoción lo domina y eso no es bueno en la tarima.

Me decía un amigo acordeonero ganador de muchos festivales y rey de reyes, Hugo Carlos Granados, que allá en la tarima en el último día, había que tocar con el alma y el corazón en la melodía; pero con los dedos en el concurso.

Cerrando estas líneas y sin calificar para subir a la tarima del evento final, El pollo se quedó sin corona, pero reinando en el recuerdo de que fue el rey del pueblo, que fue el concursante que más alegría le dio al público que asistió a la 57 versión del festival de la leyenda Vallenata.

Felicitaciones al rey con y sin corona, Juan David Herrera, por su gallardía al aceptar su derrota, eso lo hizo más grande que cualquier concurso de acordeoneros.

Con esa acción ganó la persona, y no el personaje.

Felicitaciones al rey Jaime Luis Castañeda Campillo por su corona, hizo la tarea callado, pegado a los cánones del jurado.

Terminó el festival y gracias a este concurso, nunca se acabaran Los Pollos, Los Cochas, Los Durán, Los Diomedes, Los Oñate, Los Zuleta, Los Iván, y toda esa catajarria de juglares que hacen de nuestra música vallenata, un patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad.

Una nota y un aplauso para Iván Villazón Aponte, por su merecido homenaje.

Hasta pronto.

Por: Augusto Aponte Sierra

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