viernes, abril 26, 2024
Opinión

Una canción que debió llamarse Tristeza

Augusto Aponte Sierra.

Todo pasa en esta vida. Todo se acaba. Como se acaba el amor para renacer en otras carnes y en otras almas. Cuando eso sucede hay bulla y requiebro. Después ese desencanto se reemplaza por otro enamoramiento con un tropel de mayor intensidad.

Esta es mi algarabía silenciosa, por la noticia que más «facturó» en los últimos años, en el universo del chisme.

Es que hablar de divorcios, rupturas y desencantos, en una pareja famosa no es nada nuevo.

Nueva es la forma de divulgar los detalles y el tamaño de la herida.

La ruptura de un matrimonio generó una tormenta despechada en la revancha de un amor que canta su dolor. Pero esta ventisca publicitaria dejó una vez más al descubierto, viejas realidades:

-Que una mujer herida y sufriendo por una faena taurina, es más peligrosa, que la misma cornada cuando se clava en plena yugular del alma.

-Que el dolor en el desamor se vuelve canción, haciendo de su retórica himnos de solidaridad de género, y sed de venganza en muchas víctimas emocionales.

Por eso cantó Shakira. Por eso se generó esta ola de sororidad y feminismo, en un debate en el que no quiero entrar.

La visión que hoy se describe en mis letras, es la de mirar aquellas heridas que, en la voz de sus dolencias, son regadas sin piedad y con mucho morbo, en el infierno de un mundo mediático. Quiero mirar a la víctima sin mirar al género como victimario, sino señalar al desamor, como agresor en la misma traición, y en el mismo abandono.

Quise escuchar también, el canto herido desde mi orilla masculina, para mostrar que el adiós sin amor, es más viejo que el mismo cacho, que ha herido al corazón a través del tiempo sin mirar el género, profesión o estrato social.

Infidelidad es Infidelidad, y desamor es desamor, en cualquier género duele y tiene culpables, ya sea en un estadio de fútbol o en un escenario de artistas. Porque el dolor es el mismo, cántelo quien lo cante.

También quiero decir que la traición y la decepción, no tienen fecha de vencimiento en el calendario de todos los tiempos. Solo que ahora su canto tiene otra voz, y otro verbo que lo expresa.

Entonces, mirando a esa resaca publicitaria, pienso que ya no hay nada que hacer. Que nos toca aceptar el progreso alocado de la humanidad, y la indolente algarabía de las nuevas dialécticas, para un tema más antiguo que la misma infidelidad, cuando el amor se acaba.

Hoy mi visión es poética. Mi deseo es comentar como luce la agresividad de un corazón herido, después de convivir en las entrañas de una pasión compartida.

También he querido aterrizar al sentimental enfrentamiento, de los que defienden la lírica en las rupturas de «los amores de antes», en la realidad de hoy con los mismos sentimientos maltratados; esos que siempre se han muerto sin saber quién facturó ganancias. Amar siempre ha sido un negocio de alto riesgo en cualquier época, con más razón si es ejercido sin límites ni conciencia, y eso, jamás ha tenido póliza de garantía.

Siendo así, tenemos que convivir con la retórica irreverente de la nueva poesía, cuando le canta al dolor.

Tenemos que ser cómplices insensibles de un mundo que canta, mientras dos corazones heridos, se odian al final de una relación tormentosa.

Pero la evidencia poética de todos los tiempos, nos muestra, que cuando el amor se acaba, siempre habrá una herida que canta, otra que llora, y una que busca alivio en el dulce canto de la venganza.

Ese sufrimiento sin finales felices, siempre ha tenido en todos los tiempos la misma dinámica, sin lograr una sola resiliencia que no deje cicatrices ardiendo en la lírica de su expresión dolida.

Sí, porque antes en los tiempos de pasquines y capuchones, se hacía igual, se le cantaba al despecho y a la traición a través de una cerca, entre cuchicheos en un patio oscuro, y en la cizaña preñada de un mundo, que siempre ha gozado con el dolor ajeno. Hasta se cantaba el hiriente canto de «ojo por ojo y cacho por cacho».

Hoy esta catarsis dolorosa, se hace en las redes de muchas pantallas cibernéticas, en donde el chisme es más importante que la vida misma.

Pero todavía en mi corazón y en todos los alrededores de mi alma provinciana, seguimos en la vieja usanza de compartir noticias, para aquellos amores difuntos, construyendo mensajes en canciones ajenas, esas que hablan sin tapujos de los «ires y venires», de aquellos amores rotos sin tener culpables. Es que en el desamor no hay lógica ni justicia.    Solo dolor y un camino para seguir adelante, con la esperanza de volver tropezar sin querer queriendo, con la misma piedra en un mundo de rocas y tentaciones.

Pero bueno, para ser ecuánime y temeroso de un linchamiento, por culpa de un machismo provinciano, quise mirar en la otra orilla, como cantamos los hombres, con el corazón estropeado en la indolente choya, de un amor desagradecido.

Mi plataforma musical sigue estando amarrada a lo provinciano y tradicional, por eso he querido comparar el canto moderno de un desamor, hecho por un hombre herido, con los de una mujer que sufre por los comentarios de la gente.

Entonces busqué y encontré una canción de despedida y llanto varonil, llamada «Que lastima mi amor». Es una obra que trina en una parranda con la voz fresca y natural, dialogando en tonalidades provincianas, con el inconfundible sabor del vallenato grueso. Esta voz se acomoda con lujo y sencillez a las notas rasgueadas de la guitarra del Guajiro Juan Pablo Marín y la melodía alcahuete creada de Ferney Guerra, en un acordeón que es prudente, pero sentido y solidario con los versos del cantor.

La voz es de Roberto Carlos Calderón, que en su canto valiente y armónico dice:

«Que lastima mi amor, que esto se acabe así/Un amor como el nuestro/Jamás debió morir/ Yo no quería que se acabara/y jure amarte hasta la muerte/Pero pudo más el orgullo/Y las intrigas de la gente/Me duele aquí en el corazón/Tener que perderte»…

Y así Calderón, continúa expresando su tristeza y resignación ante el dolor de sus culpas, en una típica parranda vallenata.

Bueno en realidad esos versos los hizo el poeta de Tomarrazón, Romualdo Brito, cuando se marchó en un canto que debió llamarse Tristeza.Y yo, cuando escucho una vaina de estas, no sé si darles pésame a sus protagonistas o descorchar una botella de vino, para brindar por sus dolencias.

Tampoco sé si sacar un pañuelo, ponerme a llorar o aplaudir al dolor que canta con valentía, y sin vergüenza en un sentimiento

que confiesa sus culpas, en el desafío de volver a enamorarse de la misma herida.

Es de justicia la voz que trae este canto para un amor que se va con la razón del orgullo, pero que nunca sabrá de olvidos ni venganzas.

Queda en evidencia que con un verso lastimero se puede mostrar nobleza, cuando los hombres cantamos sin la vergüenza de mostrar heridas, porque los hombres también lloramos sin facturas ni cobardía.

Es que en la guerra como en el amor, todos perdemos, y más, cuándo un amor se fue sin remedio ni súplica que lo detenga. En esta canción de lamentos, intrigas y despedidas, el amor nuevamente se acaba así como se acaban los romances cobardes.

Nada que hacer, cuando el resentimiento se enchoya así. Por eso, que vivan las canciones de dolor y reconcilio.

¡Amalaya un desamor pa’ cantarle esta canción!

Menos mal que existe este vallenato.

Menos mal que esta poesía presta el servicio humanitario de llorar y brindar con alegría, en un solo vaso de gallardía.

¡Que vivan los hombres sufridos!

Si no, ¿qué hubiera sido del dolor en los cantos vallenatos?

Al final, en todos los tiempos y sus dolores, muchos corazones y orgullos maltrechos, se marcharán a seguir sufriendo en la cotidianidad de su resignación.

Y otros seguiremos cantando con Roberto Carlos Calderón para saborear sorbo a sorbo, la ironía del reír pensando, que quien no puso un peso en el pellejo de este amor perdido, venció con las mentiras de un bochinche.

Será darle las gracias al maestro Romualdo Brito, allá en la eternidad, por tanta poesía humana y varonil. Por dejarnos cantar sin miedo, aunque nos desmigajen el alma, en un amor no correspondido.

Y a Shakira también, por tomar la voz de la mujer moderna, esas que facturan sin llanto, pero que siempre terminan hiriendo al mismo amor que las hizo feliz.

Porque al final de sus tristezas, quizás el olvido se irá detrás de esa vaina jodidamente antagónica, de sufrir para volver sufrir, porque el amor es así: no tiene garantía de eternidad y siempre se irá arruinarle la sequía a una garganta sin licor y a un corazón enguayabado.

Bueno yo también me iré, como dice esta canción, a sabiendas de que mis palabras ya estarán bailando en las intrigas de la gente, y en la lengua de aquellos que estarán pensando, que todo este embrollo me pasó a mí; pero que va, mis letras son un eco de una vallenatía emocionada, porque esta es una canción tan inmensamente nuestra, que alcanza para sentirla en dolor ajeno.

¡Que viva el dolor bien acompañao!

Ojalá que, escuchando esta canción, ustedes también griten y beban de la experiencia

que da el sentirse aporreado por el recuerdo de un amor, que se fue por las intrigas de la gente, pero que, en nuestro corazón, todavía sigue cantando sin lastima, ni rencor, y por supuesto, facturando con el canto del perdón.

Valledupar abril 2 de 2023.

Nota: la canción en el pie de página es el tema que suena en mis letras, se titula «Que lástima mi amor» de la autoría de Romualdo Brito y grabada por Tomas Alfonso Zuleta.

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