martes, abril 23, 2024
Opinión

La vendimia de la vida

Por: Augusto Aponte Sierra

Tirado en la modorra de un atardecer vallenato, mientras buscaba mil caminos divertidos para una sola distracción, en los viñedos de un libro, me encontré con una frase que decía: «Una copa de vino servida… es una conversación por iniciar».

Entonces serví en una copa de vino, el zumo de la fantasía para conversar con ustedes y degustar en el monólogo de mis letras, un tema tan apasionante como la misma enología.

El vino que les ofrezco, es una bebida fresca, picante y compleja, por la analogía que surgió en cada sorbo de esta fascinante bebida. Fue una degustación llena de magia y de situaciones que marcaron mi vida, con tonalidades de acidez y aromas extraños, que se respiraba en aquella pelicular botella.

Si el lector lo apetece, en un ejercicio muy íntimo, podría sentir los mismos sabores de la sinonimia que inspiraron estas líneas.

Para darle más presencia y realidad a mi lectura, descorche una botella de vino chileno. Su degustación, fue para mi una explosión de sabores y sentimientos, atrapados en la crianza barricada de toneles de roble, allá en el país del poeta Neruda.

Con el primer sorbo del austral vino en mi garganta, sentí en cada letra de mi lectura, el olor a mosto viejo y el suave sabor a brisa azucarada, que salía de aquellos viñedos con el idioma de mis gustos. Caminé en cada página, todo el proceso de su peculiar vendimia, maridando la sociología filosófica que rodea a la bebida más poética, que se ha destilado en toda la historia alcohólica y gastronómica, de toda la humanidad.

Esto sucedió mientras leía un artículo de una revista experta en Enología. Allí, en uno de sus apartes, encontré una reflexión nacida en el apasionado emprendimiento de Tulio Massoni, un empresario italiano, coleccionista de arte, exbanquero y creador del viñedo más pequeño del mundo. Este exclusivo y extraño viñedo, se ubica en la azotea de un palacio del siglo XVI, en el corazón de la ciudad italiana de Reggio Emilia. Su cultivo tiene 20 metros cuadrados, en donde Tulio elabora 29 botellas de vino tinto al año, con un valor de 5.000 euros cada una.

En su relato Massoni marcó la ruta que hoy trajo estas letras a mi pluma, cuando dijo: «Las uvas también se alimentan de las voces que vienen del barrio, las peleas, las maldiciones y los diversos dialectos que enriquecen y contaminan la fruta, dándole ventaja sobre las uvas del campo, que sólo disfrutan del silencio de la tierra». Las vides que cría, son Sangiovese, que fertiliza con huevos, plátanos, algas y excrementos de ruiseñor. Estas plantas se encuentran en macetas, la tierra tiene una mezcla hecha por varios ingredientes, los cuales son suelo silíceo, piedra, arcilla y grava. Todos estos ingredientes son traídos de distintas regiones de Italia.

El resultado es un vino fuerte, de sabores confusos en sus taninos, y en sus aromas a frutos rojos se fue destilando en mi memoria el dulce aroma de mi extraña comparación.

Mi mente inquieta y fantasiosa, cuando la invade el placer de los fenoles de la vida, dió un salto metafórico y cayó en la analogía que amenizó mi viaje por toda la vendimia de mi vida. Entonces comparé al vientre de mi madre, con la planta de aquella vid italiana, y al producto de mi embarazo con el fruto milagroso de la uva cultivada en los diferentes escenarios de mi vida.

Así posé la sinonimia del fruto de la vid, en mi verdadero nacimiento, que fue como el de todo ser viviente, que ocurre en el preciso momento de la concepción. Es que los amores de mi mamá con mi papá, ocurrieron a escondidas, entre la hermosa población de Santo Tomas de Villanueva, Guajira y Valledupar. Ella, mi madre, en sus escasos 17 años, disfrutó del gran amor que invadió a su alma, en los brazos de mi papá, allá en la Villanueva de los años 60. Y así los primeros 9 meses de mi vida, los pasé en el barrio villanuevero llamado El Cafetal, para luego pasar la última semana de mi vida uterina en el Barrio El Carmen de la ciudad de los santos reyes-Valledupar.

Desde este análisis, entendí por qué mi carácter y todo mi sentir, fue absorbiendo la esencia y genética del pueblo guajiro y vallenato. También comprendí el porqué, cuando niño y ahora de adulto, soy «un peleador tira piedra» cuando veo que atropellan sin argumentos a la nobleza de mis verdades. Ahora veo con claridad, por qué mi corazón baila cuando escucho la música de los hermanos Zuleta, y entiendo por qué mi acento provinciano aguantó sin perder su esencia, los embates de la cultura argentina y barranquillera, en aquellos años de mi ausencia argentina.

Y como dijo el italiano Massoni: «Las uvas se alimentan de las voces que vienen del barrio, las peleas, las maldiciones y los diversos dialectos que enriquecen y contaminan la fruta, dándole ventaja sobre las uvas de otros lugares». A mí, me pasó lo mismo.

Por eso, cuando llego a los viejos pedregales de los barrios villanueveros, el tuétano de mi alma provinciana, se encarama en la vieja ceiba que cuida la plaza principal, en donde canta «un gavilán sin plumas», allá en donde también el Tío Chema se hizo la fama del «Macho Aponte», en donde Antonia Juana Sierra, vocinguiaba a Poncho y a Emilianito Zuleta en la cerca del traspatio de Carmen Diaz. Al

á, en donde también mi abuelo Atanasio Brito Solano, llegaba de tarde en tarde, y de hijo en hijo, a dejar una parte de Fonseca en uno de los pueblos más folclóricos del país vallenato.
En esta analogía, del cómo el mundo mineral, verbal y cultural, afecta la calidad de la uva y su vino, caben todos los colombianos, por la diversidad de carácter, por su rico talento y por la acidez de todos sus dolores. Es que el embarazo del tejido social de nuestra patria, fue concebido en medio de la violencia, de la adversidad climática, y con el hambre que se alimentaba con el veneno del odio de la venganza.

Ojalá y los nuevos cultivadores de ideología, piensen en el entorno fertilizante en donde se va cultivar el nuevo viñedo colombiano, porque el cultivo que tenemos para esta vendimia (cosecha) está lleno de cepas con maleza corrupta y de una densa plaga, hambrienta de poder.

Bueno, como siempre, preocupado por la acostumbrada resaca que acompaña a la angustia que me invade después de maridar incertidumbre con un aroma de bochinche añejo, quise compartir con ustedes, en una analgesia anticipada, esta humilde dosis de sarcasmo y vino tinto.

Entonces brindemos por la paz de los viñedos políticos, por el vino de la rebelión sin muertos y por la reforma de una patria sin sabores amargos, para que pueda ser bebida en la copa de la paz con justicia social, con la filosofía de una vendimia sin resacas.

Salud y feliz semana.

 

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