jueves, abril 25, 2024
Internacional

El controvertido gasoducto Nord Stream 2, el arma más poderosa que tiene Putin en su arsenal

La ex canciller Angela Merkel trató de vender el gasoducto entre Rusia y Alemania, el Nord Stream 2, como un mero acuerdo comercial. Pero no lo es. Tiene enormes consecuencias geoestratégicas, y la construcción de cada centímetro de tubería fue una batalla política y legal. Después de siete años, el gasoducto está listo y Vladimir Putin asegura que apenas los alemanes den el visto bueno puede comenzar a bombear 55.000 metros cúbicos al año. Tendría una poderosa arma en sus manos. El 41% del gas natural que consume la Unión Europea se importa de Rusia y con el NS2 aumentaría casi al 50%.

El resto de Europa y Estados Unidos observan todo con recelo y piden más tiempo para cerrar una negociación con el Kremlin por la posible invasión a Ucrania. Rusia quiere usar el Nord Stream 2 para presionar a la OTAN, el acuerdo militar occidental, y evitar el despliegue de misiles en territorio ucraniano. Tiene ya más de 100.000 soldados y decenas de miles de tanques preparados para volver a traspasar la frontera como hizo con Crimea en 2014. El gasoducto se convirtió en el arma más poderosa que tiene Putin en su arsenal.

Se trata de un proyecto colosal que atraviesa el mar Báltico por 1.225 kilómetros y su construcción costó 11.000 millones de dólares. El Nord Stream 2 duplicará las exportaciones de gas de Rusia a Alemania, aunque primero debe ser aprobado por el ente regulador alemán y la Comisión Europea, un proceso que podría tardar meses. Putin quiere que comience a funcionar lo antes posible. Sabe que con el gasoducto funcionando tiene el poder de abrir o cerrar la canilla del fluido que caliente este invierno a 26 millones de alemanes. También le resta beneficios a Ucrania por cuyo territorio pasa el antiguo gasoducto Nord Tream 1. El gobierno de Kiev recibe por permitir el paso del gas una cantidad importante de dinero que corresponde a más del 4% de su PBI. Con el Nord Stream 2 no tiene ningún beneficio.

Este extraordinario proyecto de ingeniería financiado por el gigante Gazprom, la compañía de energía rusa, tuvo cuestionamientos desde el momento en que se presentó en 2015. Argumentan que es “el símbolo de la restauración del imperio post-soviético”, que le están habilitando a Putin “un instrumento de chantaje”, y hasta algunos analistas lo compararon con “el oprobioso pacto Molotov-Ribbentrop de 1939″ por el que la Alemania nazi y la Unión Soviética acordaron no atacarse mutuamente. El pacto dividió Europa central y oriental en “esferas de interés” y una semana después, Alemania invadió Polonia.

“Si Putin quiere un nuevo Yalta, un nuevo acuerdo fronterizo con Europa, entonces el gas, y la dependencia de Europa de las reservas rusas, se ha convertido en un medio para lograrlo”, escribió Patrick Wintour, el editor diplomático de The Guardian. Otros argumentan que Europa tiene muchas fuentes alternativas de energía y que cualquier amenaza de Moscú no tendrían el efecto deseado. El nuevo gobierno de coalición alemán está dividido con respecto al gasoducto. Tanto el nuevo canciller, el socialdemócrata Olaf Scholz, como la ministra de Exteriores, la verde Annalena Baerbock, amenazan con no autorizar el gasoducto si el Kremlin insiste con su plan de volver a invadir Ucrania. En un breve viaje a Polonia, Scholz prometió que su gobierno hará “lo que haga falta” para asegurarse de que el gas natural siga fluyendo por territorio ucraniano y para evitar que Rusia use el nuevo gasoducto para chantajear a su vecino prooccidental.

Estados Unidos también presionó para detener la construcción del gasoducto hasta que Joe Biden logró un acuerdo con Merkel. En diciembre de 2019 el Congreso estadounidense impuso sanciones en virtud de la Ley de Protección de la Seguridad Energética de Europa (PEESA). Esto supuso la suspensión de la construcción del gasoducto durante un año y medio, y el contratista suizo que estaba a cargo de la obra se retiró. El entonces presidente Donald Trump le dijo a Merkel que tenía que “dejar de alimentar a la bestia”. En una cumbre de la OTAN en 2018 se quejó públicamente: “Alemania tendrá casi el 70% de su país controlado por Rusia con gas natural. Dígame usted, ¿es eso apropiado? Se supone que nos estamos protegiendo de Rusia y Alemania sale a pagar miles y miles de millones de dólares al año a Rusia.”

Inicialmente, el enfoque de la administración Biden fue de continuidad, copiando la línea firme adoptada por Trump e instando a Europa a no hacerse vulnerable al chantaje energético ruso. Pero en mayo, Antony Blinken, el secretario de Estado, levantó las sanciones contra el director ejecutivo de Nord Stream, Matthias Warnig, amigo íntimo de Putin, explicando que quería dar tiempo a que la diplomacia funcionara. Unos días más tarde, Blinken dijo que el gasoducto era un hecho consumado, y el 21 de julio, una semana después de reunirse con Merkel en la Casa Blanca, Biden levantó todas las sanciones como regalo de despedida. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskiy, dijo que había sido apuñalado por la espalda.

Por el acuerdo al que llegaron Merkel y Biden, Alemania se comprometió a presionar para ampliar un acuerdo de tránsito de gas ruso-ucraniano durante 10 años, así como a contribuir con 175 millones de dólares a un nuevo fondo verde para que Ucrania mejore su independencia energética con energías renovables. “En caso de que Rusia intente utilizar la energía como un arma o cometa más actos agresivos contra Ucrania”, -decía el comunicado conjunto- “Alemania tomará medidas a nivel nacional y presionará para que se tomen medidas efectivas a nivel europeo, incluyendo sanciones, para limitar la capacidad de exportación rusa a Europa en el sector energético, incluido el gas”. Amos Hochstein, asesor de Biden para la seguridad energética global, justificó el pragmatismo del presidente de esta manera: “La idea de llegar a la declaración conjunta con Alemania era reconocer la realidad de la finalización del oleoducto en sí, entendiendo que una acción agresiva por parte de Estados Unidos probablemente no habría cambiado el resultado y quizás sólo lo habría retrasado”.

El acuerdo dejó muchos heridos en el camino. En principio, el Partido Verde alemán, que integra ahora el gobierno y que se opone totalmente al gasoducto. Y en Washington, varios senadores republicanos como el ultraconservador Ted Cruz de Texas que fue el autor de la ley que impuso las sanciones durante la Administración Trump. “El gasoducto estaba completado en un 95% en diciembre de 2019 cuando aprobamos las sanciones, y lo paramos. Un gasoducto construido en un 95% es tan inútil como si todavía no hubiera comenzado su construcción. Y vimos, durante un año, que seguía siendo un trozo de metal bajo el océano hasta que Biden fue elegido”. Furioso, Cruz, se vengó y paró por meses el nombramiento de 60 embajadores propuestos por el Departamento de Estado. En el fondo, Biden logró afianzar su alianza con Alemania para lo que es su principal objetivo de política exterior: enfrentar el expansionismo chino en el marco de su puja con Beijing sobre quién va a liderar el mundo en la segunda mitad del siglo XXI.

A partir de ese momento, todo comenzó a complicarse. Rusia inició su despliegue militar en la frontera con Ucrania; los precios del gas en Europa tuvieron una subida inédita que casi dobló el precio; y los Verdes llegaron al gobierno alemán para oponerse totalmente al gasoducto. También surgieron rumores acerca de sobornos en el que quedó involucrado el ex canciller, Gerhard Schröder, de 77 años, que es el presidente el comité de accionistas de Nordstream, la empresa que oficialmente tiene a cargo la obra. Para congraciarse con los rusos, Schröder incluso puso en duda el envenenamiento del disidente ruso Alexei Navalny. La prensa conservadora alemana comenzó a llamarlo “el chico de los mandados de Putin”.

Lo cierto es que Alemania está atrapada en un dilema. Para cumplir con sus compromisos de bajar las emisiones de los gases que provocan el cambio climático, necesitan el gas. “Si queremos abandonar la energía nuclear y el carbón, necesitamos el gas al menos durante un periodo de transición”, dijo Manuela Scheswig, líder regional conservadora alemana. Y muchos coinciden con ella más allá de que no estén de acuerdo con el proyecto. Es imposible deshacerse de las centrales nucleares (las últimas tres plantas tienen previsto cerrar a fines de este año), las minas de carbón y del suministro de gas al mismo tiempo.

Por ahora, el Nord Stream 2 es una de esas cargas pesadas que no se pueden eliminar ni mover. Está ahí, listo para empezar a operar. Pero antes de que el gas pueda llegar para calefaccionar las casas de los congelados alemanes, tendrá que resolverse el conflicto de Ucrania y la expansión de la OTAN. Una invasión rusa a su vecina, podría dejar el colosal trabajo de ingeniería como un gran elefante blanco debajo de las aguas del Báltico. Con Infobae

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