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Opinión

Críticas constructivas al “nuevo” centro Histórico

Por: Augusto Aponte Sierra.

Existen críticas constructivas y otras destructivas.

La mía es constructiva, buscando en la sana opinión, mejorar algo tan hermoso y anhelado por los vallenatos, como es el «nuevo» centro histórico.
La idea y el diseño tiene las mejores intenciones en rescatar la historia del espacio público, de una zona en donde nació nuestra ciudad, como es la plaza Mayor y todo el centro que la rodea.
Hoy, como muchas veces que recorro sus calles, no pude evitar sentir sensaciones antagónicas. Algo así como un sabor agridulce.

Caminando, mis pasos van degustando y mostrando en cada bocado de su historia, algo que siempre me daña el sabor original.

Pero, ¿Como explicar a qué sabe la historia vallenata? Es muy difícil lograr un consenso de opiniones, porque los gustos son como las personas: únicas e irrepetibles.

Es como aquel postre que al ser degustado por muchos, a unos les gusta y a otros no.

A mí, al parecer me suceden las dos cosas. Me gusta y algo no me gusta.

La mejor forma para entender estas sensaciones es con la magia de la poesía bucólica. O, simplemente saborearlas con el verbo parroquial del costumbrismo.

A mí me gusta mirar sus vistosas Trinitarias, una de mis plantas preferidas. Me gusta la simetría de los adoquines, sus lámparas espléndidas y sus árboles de mango cuando el sol se oculta detrás de “la iglesia del obispo» —como le decíamos los alumnos del colegio Sagrado corazón de Jesús, cuando los sábados por la tarde, el profesor Molina nos vestía de «boyo limpio» para asistir a la misa—.

Me gusta la fachada de sus casas coloniales, la majestuosa iglesia de la Concepción y todo su entorno; desde la casa cural, hasta la vieja casa de los Molina Araujo, en la plaza Mayor. Allí en esa iglesia me bautizaron, para terminar de escribir la evidencia histórica de que soy vallenato de cuna y papel. Porque nací y viví, a dos cuadras de ella. Mis ojos desde el primer destello de conciencia en mi memoria miraron a ese viejo centro, allá en los barrios La Garita, Gaitán, Cañahuate y La Guajira.

Por eso ¿cómo no sentir evocaciones de ese viejo Valledupar, intentando hablar de su historia, acoquinado con la voz de muchos jóvenes, que no vivieron los instantes que hicieron la vida y nostalgia arquitectónica del centro valduparense?

Es muy difícil no sentir desencanto y poesía ante el desencuentro de la historia con el cemento, hablando del ayer entre los adoquines de un presente sin rumbo.
Sin embargo, me gustaría expresar qué no me gusta del nuevo centro histórico vallenato:

Las redes con sus horribles cables que, como telaraña en casa vieja, ensucian al poema en las imágenes remodeladas de un pasado limpio, dando esa fea sensación de mugre y abandono.
La dejadez que, en las fachadas de muchas viviendas, hablan de un abolengo con una historia sin dolientes.

Los automóviles desfilando y parqueando en las zonas diseñadas y señaladas para el uso exclusivo de los peatones, en un mensaje prepotente que burla e irrespeta al culto del pasado y al valor de la autoridad.

Con todo esto, el tropel y el joropo financiero que se armó para que la remodelación del viejo centro hoy sea una realidad, hace que los colores de su pintura barroca tan solo sean unas modernas pinceladas.

Bueno, ya está hecho, y como siempre, yo seguiré por el ‘centro vallenato’ caminando plácidamente las calles de su pasado, buscando reposo a muchos de mis pesares, con la tranquilidad de aquel que canta y sueña pintando sus paisajes, sabiendo que nadie podrá robarle el encanto de su autenticidad, como ese cielo vallenato que se duerme de tarde en tarde en las ramas del viejo Palo de mango, allá en las vecindades del Callejón de la Estrella.

Ojalá que el dolor pandémico que sufre la humanidad muy pronto solo sea otra historia más que pueda soterrarse, como los cables y las telarañas del «nuevo centro histórico» de la vieja historia vallenata.

Feliz semana.

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