jueves, marzo 28, 2024
Opinión

Cansado de llamarte

Escrito por: José Galiano

Estaban muertos muchos árboles, por eso, había tantas hojas muertas, que hacían una hermosa alfombra, de distintos colores; pero donde predominaba un rojizo o un café que tenía una gama de colores, que, visto a varios metros de distancia, obligaba a pensar que la belleza de la naturaleza, por si misma, solo se sacrifica, para mostrar algo más bello.

Era mi primera vez; la primera vez que en directo y no en películas o en narraciones, yo tenía el enorme placer de ver directamente una alfombra de grandes, medianas y pequeñas hojas, que, para deleite de nosotros, la naturaleza, había tejido en el suelo del emblemático Paseo de la Herradura; esta belleza de paseo, testigo silencioso de millones de enamoramientos, de abuelos y padres paseando a su hijos y nietos, es un regalo de Santiago de Compostela para el mundo entero.

Santiago de Compostela es cosmopolita; estudiantes del mundo entero vienen a formarse en una Universidad verdaderamente antigua y emblemática de esta ciudad, fundada en 1.495. Una de sus sedes se aprecia desde, el Paseo de la Herradura; de ésta, podría sentarme a escribir muchas horas, así que mejor les aconsejo, cuando el Virus Chino haya acabado de hacer su daño, agarrar fuerte su maleta de los “sueños” e ir a soñar en directo.

Mientras vas, lee www.parquealamedasantiago.com , encontraras una buena narración, pero no te quedes ahí; a tus nietos, les tienes que contar lo que vivas, lo que disfrutes, lo que te haga sentir este lugar, más antiguamente llamado El Paseo de Los Leones; un escritor, lo exaltó como “el parque o paseo más noble de España”.

Si la alfombra otoñal, pudiera contar cuantos y en qué circunstancias, hemos pasado sobre ella, ni la “nube”, podría albergar, tantas historias de amor, de desengaño, de crecimiento y de tantas otras cosas, que los humanos en nuestra evolución gozamos. En ese ambiente pobremente por mi descrito, que se crea en El Paseo de la Herradura, se escuchaba en una tasca, una canción que desde ese día, tengo guardada en una de las maletas de mis recuerdos; era una canción bella y al mismo tiempo nostálgica; su cantor con voz melancólica, interpretando, “cuando llora mi guitarra”, se quejaba de su amada y le decía que estaba “cansado de llamarla”, bella canción peruana.

Me hubiera quedado por lo menos medio día, escuchando esas bellas canciones que el viento me acercaba, pero era mi primer día esa ciudad, a duras penas sabía dónde estaba parado y es que, en 1.970, aún, no existían ni el internet, mucho menos toda la tecnología que vino con él, celulares, GPS y demás. Mi mejor GPS, al que me acostumbre y al que recurro aun de vez en cuando, ahora 100% para orientarme, cuando lo uso, es preguntar; antes lo usaba, 90% de las veces, en las calles de Santiago para “ligar chicas”.

A pesar de ser Santiago, una ciudad cosmopolita, eso de “ligar” en sus calles atestadas de turistas, y de estudiantes, era cuestión de acercarte a la “chavalas” y preguntar alguna tontería; podrías preguntar por algo que estaba a pocos metros de ti, lo importante era eso acercarte y preguntar; porque, si la escogida para el “ligue” estaba en tu misma tónica y le caías bien de entrada, no se limitaba a decir en su idioma o en un maltratado español, “mira allí esta”, sino que le entraba al “arte de ligar” y prolongaba su explicación; sino le interesaba, pues te iba bien si te decía donde quedaba, sin ningún adorno y tu entendías que “tacaste burro”.

Cosa emocionante pasar por primera vez, por la calle del Franco, conocida en el siglo X como Vicus Francorum, calle llena de “tabernas”, cuyos propietarios, si se escudriña bien, pueden tener línea directa descendiente, de aquellos Taberneros de la época medieval, que venían de los Pirineos y establecían sus negocios, para atender a los Hombres Libres o Francos, razón por la cual, se le llama así según muchos, a esta calle.

Construida, en piedras talladas en bloques, desde el suelo de las calles, hasta sus casas, como toda la Compostela antigua, tabernas o tascas conservan escudos y demás distintivos de épocas pasadas; en cada porche o fachada, en cada puerta puedes descubrir una historia o poner a fantasear tu imaginación; en esta calle, es imposible no encontrar gente, a cualquier hora del día o de la noche, mientras haya una tasca abierta.

Un “Albariño”, vinos “do ribeiro”, vino de “la casa” acompañado siempre de “tapas”, que en los años setenta, te hacían sentir que no pagabas; un platillo con algo de tortilla, mejillones, pulpo a la feria, berberechos, almejas, pimientos de Padrón, entre muchas cosas más, te daban como “tapa” para acompañar tu taza de vino de la casa; ahora la “taza” es cada vez menos frecuente; algunos la han reemplazado por “envases más modernos”.

La Rúa do Franco, que yo pensaba, que se llamaba así por el Generalísimo Francisco Franco, de quien, los historiadores han escrito toda suerte de libros en historias y que es parte fundamental, quiéranlo o no, de la Historia de España, es alguien de quien tienes que “chaparte” varios libros y hacerte tu idea personal; lo importante, en esta narración, es que yo vivía equivocado, pues el nombre de esta emblemática “rúa” viene de mucho atrás.

En miles, porque en cientos, no se podrían cuantificar, los miles de cuentos, de chistes que pasan de una boca a otra en una calle que vive agolpada de estudiantes, mezclados con turistas del mundo entero; ¿Cuántos de éstos, en un día, terminan en “ligues” efectivos?, porque, no seamos hipócritas, a la gran mayoría, cuando estábamos solos y jóvenes, no nos llevaba a la Rúa do Franco, más que, la oportunidad de ligar alguna amiga para combatir el frío en los inviernos o el calor en los veranos; la otra opción era nuestro pasar diario a la universidad, pero eso era de día y de Lunes a Viernes. Muchos monumentos históricos, es posible encontrar entre la plaza del Obradoiro y el primer edificio de la Universidad de Santiago.

De noche o en festivos, los estudiantes, podríamos ser considerados paganos, ya que, pasábamos de largo por sitios “santos”, camino a las tascas a tomar una taza de vino en cada una de ellas; existía cierta prisa, porque se creaban aglomeraciones en las que tenían fama de tener un buen vino ese año y tapas a gusto de nosotros y desde luego que el precio, si mal no recuerdo, que no pasara de un “duro”, moneda de cinco pesetas; en fin, hagan maletas, que a Santiago de Compostela, con su historia y su belleza, hay que ir y hay que vivirlo.

Nuestro Carnaval de Barranquilla, narrado, nunca tendrá el sabor que tiene, por eso decimos, “quien lo vive, es quien lo goza”. Santiago se disfruta, conociéndolo, repito, esperen que pase esta pandemia, cuídense mucho y “hagan maletas”.

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