viernes, marzo 29, 2024
Opinión

La Carrera Sexta: mi otra nostalgia

Por: Augusto Aponte Sierra.

Muchos dirán que últimamente habito en el ayer y en todas sus expresiones.

Y es cierto. Porque para mí, es más cómodo analizar los eventos sucedidos, que jugar con las premoniciones. También es cierto que van pasando los años y la vida se va detrás de su andar. Ellos (los años), secuaces y cómplices serviles del tiempo, en su inmensa y despiadada tiranía, nos desalojan de todos los capítulos de nuestra fugaz historia juvenil.

Lo digo con la libre evocación de mis tristezas y con la voz alegre que camina detrás de mis propios pasos, en esa carrera por las añoranzas de aquel viejo barrio, en donde también fui protagonista.

Hoy miré y caminé muchos metros de la inolvidable historia de su nostalgia, y lo hice rodando por las calles de aquel pueblo colonial que ya se fue.

Esto sucedió hace varios días cuando llegada la tarde, en el mes de octubre para el año del Covid, yo me movía entre la impertinencia de una garúa pendeja y la brisa fresca de un invierno intermitente. Ese día fui, vi y caminé por un extenso pedazo de la restaurada carrera sexta, de mi natal Valledupar. Para darle más precisión a las coordenadas de mi nostalgia y a lo barroco de mis añoranzas, yo me encontraba en el barrio que me dio los mejores escenarios, para ser inevitablemente feliz, en aquellos años de mi pubertad.

En pocos minutos deambulé con la emoción de un recién llegado, desde la esquina del antiguo Mamón, una vieja y olvidada prisión, hasta la vecindad del barrio cañahuate. Esa antigua cárcel se fue para dar paso a lo que es hoy: un pequeño museo del arte vallenato, llamado ‘La Casa de la Cultura’. Allí están detenidos y encarcelados muchos de mis recuerdos, todos conservados como reliquias de los primeros festivales vallenatos, cuando en sus salones se cantaban poesías de todos sus paisajes. Ahí, sin mucho galanteo, me hice un amante sin culpas, de esta música vallenata y de todas su emociones circunvecinas.

Pasé y miré a la renovada plaza Alfonso López, en donde siempre que camino su nueva presencia, intento explicarme la funcionalidad arquitectónica de sus escenarios, usando la psicología de la nostalgia. En la prisa que trae la emoción, para visualizar incontables recuerdos, corrí y llegué hasta las antiguas casas de mi tía Juana Carmela Martínez y la del Dr. Leonardo Maya Brugés y salté sin brincar hasta los límites del Cañahuate y Las Flores.

Mis pasos en la premura de sus nostalgias, me llevaron sin preguntar y sin pedir permiso, por muchos recuerdos empañetando todas las paredes de las viejas casas de los Martínez Torres, de la señora Tati y del hogar colonial de la familia Luque. Allí, el ícono de su estirpe Atanquera, El Bore Luque, estaba sentado ejerciendo el reinado del buen anfitrión, brindando una fina degustación, en una sabrosa tertulia, los ingredientes que tenían el último cuento de nuestro enredado país vallenato.

Con todos esos recuerdos, hablando en mi memoria, saludé sin palabras a José Añez en su empinada bicicleta, a Telecila la mamá del Pana, del Pocho, de Pin Dan, de Andrés y de mi entrañable amigo, Bienvenido Acosta Arias. También pasé mis manos por el mágico lienzo de mis recordaciones a la vieja morada en donde ya no está, pero vive en su historia, el rey ‘Arturo Pinto’ y su hermano Chicho.
Luego, saludé con mucho jolgorio a la fantasmal casa de los Riaño Baute, que hoy como alma en pena, pasea por el parqueadero del nuevo Hotel, lindero y esquina en donde vivieron Los Mindiola. No pude saludar a Guillermo Valle por su pronta partida, pero le di la mano abrazando su cariño, en la esquina de los Martínez Vergara.

Mi reloj insistía en marcar las 6 de la tarde, cuando yo creía que eran las tres de la madrugada y le porfiaba confundido, creyendo que caminaba con mi compadre Diego Garcés, que sin beberme un trago, me emborraché con la alegría de ese canto que le hizo a una «juntera» que le robó su corazón. El pito de una motocicleta salvaje, atropelló a todo ese recuerdo, cuando en dos sillas bien recostados en la tienda de ‘El paisa’ charlaban sin decir una palabra, el ‘Muñeco’ Valle y la ‘Pola’ Martínez. Mi saludo fue con la comodidad que permite la distancia y esa rara sensación de reinos sin mostrar la sonrisa, en esta rústica y necesaria realidad, de un entrometido tapabocas.

Luego sin afanes en el tiempo, llegué hasta las viejas casas del Señor Chebo Palacios y de la señora Carmen, su abnegada esposa, esos eternos vecinos de «nuestro segundo hogar», como le decía mi abuela Magdalena a la casa de la señora Átala y del señor Miro Meza. Posé mis pasos regados entre sócalos y adoquines del nuevo empedrado, para dar inicio a mi periplo añorante, que terminó muy cerca a la antigua casa de Nicolas Maestre “su casita allá en el cañahuate»…

Seguí mi camino y muchas lágrimas se confundieron con la pertinaz garúa, que puso en ‘peringueta’ a toda mi encadenada nostalgia. Mojado igual que el sardinel de la casa en donde el señor Sócrates Maestre tenía su carpintería, escuche en su portón de zinc, el sonido ‘carrancho’ de los trompos de carreto y de totumo, que Yuri y Jorge me prestaban para compartir amistad. Allí parado en mi tristeza, un nudo se clavó en mi garganta y dejó sin voz a todo el tropel que había en mi alma, porque la nostalgia llamaba a gritos los recuerdos. El «Pica» Diaz, ese hijo de Víctor Díaz y Pablo, el cachaco de la esquina del Novalito, me dijo:»¡Mi querido médico! Despierte que se está mojando y se va a encoger más».

La voz no me salía de la garganta, porque se quedó atorada en el dolor, por todo ese tiempo que ya se fue y que más nunca volverá. Entonces solo atiné a decirle: ¡Que vaina Pica! El me miró muy sorprendido, y yo, como pude, terminé la frase diciéndole: «nos jodimos, porque caminé tres cuadras y envejecí 50 años, así que quedate ahí parao, porque si seguimos caminando no nos vamos ni a conocé, de lo viejo que nos pondremos».

Le di un saludo «codo a codo», con dos mil barritas, pa’ la cerveza, anticipándome al «prestamito» que siempre me ruega, y que si algún día me llegase a pagar… me compro todo el barrio Cañahuate…
Bueno, les dejo un renovado abrazo con toda esta ‘catajarria’ de nostalgia, para los habitantes jóvenes y viejos de la Sexta, y que ojalá, su eterno guardián, el inoxidable ‘Bore Luque’, siga cultivando las raíces de su legado para que la nuevas generaciones también digan con él:  «Shanghái… ¡Puro vallenato!».

Feliz semana.

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