11 de noviembre
Opinión

Minga. ¡Qué personaje!

Por: Augusto Aponte Sierra

La protesta es un residente natural en nuestra constitución política y en los derechos humanos de todo el mundo. Todos en algún momento de nuestras vidas, hemos caminado en el uso de ellas.
Hoy recuerdo a nuestras estudiantiles protestas en el colegio Loperena, cuando las huelgas eran motivo de muchos sentimientos encontrados, en la justicia y en la oportunidad de vagar por las playas de la holgazanería, con lo que muchas veces se devaluaron las justas peticiones de aquellas protestas.

Hoy que Colombia es un corredor expedito para todo tipo de protestas, la Minga indígena es otra de esas manifestaciones en la que algo se pide.
Al escuchar la palabra ‘Minga’, también me llega una protesta desde lo mas lejano de mis recuerdos, de allá, de aquel escenario barrial, cuna de mis acostumbradas evocaciones nostálgicas. Porque la palabra ‘Minga’, encierra lo que es una protesta indígena y hoy es el motivo para ese maridaje, entre el acontecer de aquel Valledupar que ya no está, con el presente colombiano.

Resulta que Minga, fue un personaje que nos trae el recuerdo de lo que en aquella época era muy triste, cuando se miraba con mucha discriminación a las personas con una orientación sexual diferente a la heterosexual. El personaje de mi relato en las diversidades del ser humano, era Ella, y Ella era Él. Por eso, su nombre en la natural sensibilidad femenina, construyó a un ser humano, humilde y trabajador. Minga, era el sobrenombre que le daba identidad al género que él eligió, como imagen de su verdadera personalidad.

Hoy, en mi corta historia, esta persona y su nombre, enlazan a una casual semejanza, con lo que es el verdadero objetivo de los que participan en una protesta. Porque muchos de los marchantes en casi todas las protestas, llevan en sus verdaderas intenciones, nobles y justas peticiones, pero también
marchan otros, que llevan oscuros y solapados intereses infiltrando la esencia natural del protestante.

Los que somos de la generación de los años 60, conocimos a ‘Minga’, quién tenía como oficio lavar y planchar ropa en los domicilios. Sus barrios preferidos para estas labores eran La Garita, El Carmen, El Cerezo y el Cañahuate. Ella tenía el andar con ese tumbao coqueto, propio de las mujeres sensuales y muy seguras de si mismas. Usaba un peinado ‘african- look’ de color negro, con las cejas pintadas del mismo color y en sus labios lucía un rojo carmesí. Era repostona y una gran «voxeadora». Sí, con ‘V corta’.. porque boxeaba con la voz, al mejor estilo de la mamá del Flecha, ese famoso personaje de David Sánchez Juliao.

Todo ocurrió en una tarde calurosa del mes de junio de ese año, cuando en el recorrido de una marcha campesina, se mezclaron un grupo de trabajadores estatales de la región, con un pintoresco conglomerado de indígenas, que desde la serranía del Perijá, bajaron con sus ancestrales peticiones. En el tumulto, la gente llevaba carteles en donde con letras grandes casi todos pedían trabajo.

Al pasar por Cinco Esquinas, nuestro recordado personaje ‘Minga’, que iba caminando al lado de la turba, intentó cruzarla y quedó atrapada en la mitad de todo ese gentío y, al no poder salir, se confundió con los todos protestantes. Los que la conocían, la saludaban, ella les tiraba besitos, al mejor estilo del reinado, que se realiza todos años en la hermosa Cartagena de Indias.

Cuando la gran multitud pasaba por el barrio El Carmen, buscando la Carrera 4ª, un vecino muy adinerado, en voz alta y con un acento importado desde las altas cumbres cundiboyacenses, leía los mensajes que en algunas pancartas decían: «Queremos un trabajo digno”. “La tierra para el que la trabaja», y otros clásicos improperios, dedicados a la clase política de la época. Entonces el empresario, con un grito entre comedido y socarrón, le ofreció trabajo a uno de los que por esas casualidades, era un habitante del ‘Boliche’ y un holgazán adicto a la ‘maracachafa’, pero que se hacía el sordo, ignorando a la sexy, pero ‘integral’ propuesta.

Pero las casualidades a veces son inoportunas, porque el muchacho a quien el empresario le continuaba ofreciendo trabajo, era el mismo al que los dueños de la marcha, le habían pagado 100 pesos, para que «hiciera bulto» llevando un cartel y para que durante el recorrido de la marcha gritara: «Queremos trabajo, queremos trabajo»… Pero como caminaba a lado de Minga, el comerciante, pensando
que también era gay, insistentemente le repetía: «Oiga mi amor, venga para acá, que aquí le tengo un trabajito». Y entonces el drogadicto le contestó: «Eche cuadro, con tanta gente que va caminando, me la vas a dedicar a mí solo… Dáselo a ella», le dijo señalando a Minga.

Minga, con los ojos explayados y ardiendo
en picardía, le respondió: «Ayy no, mi vida, yo planché hoy, y ese abuelito está muy arrugao… Esa pellejera debe estar muy fría, y yo no quiero resfriarme… Nooo mi amorrrr, muchas gracias», y salió corriendo muy risueña entre la multitud, con un andar, que hasta el mismo Leandro Díaz le cantaría ‘mirando’ el sonreír de la protesta.

Esta anécdota, me recordó las diferentes caras de esa moneda que tienen algunas protestas en Colombia. Porque en esa marcha, todos caminaban pidiendo y exigiendo sus derechos… Hasta Minga, que sin saberlo, marchaba por una vida digna y sin matoneo. La ironía que talvez hoy avalaría la presencia del drogadicto en la protesta, es el novedoso argumento de que el fumar marihuana, es un derecho otorgado al libre desarrollo de la personalidad, y que además, el hacer publicidad política pagada, también es legal y constitucional.

Esta irónica similitud, también me mostró una vez más, que la vida es una protesta constante, en donde todos marchamos inconformes, gritando los injustos argumentos de una sociedad imperfecta.

Feliz semana.

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