viernes, abril 26, 2024
Opinión

Recordando a ‘Wicho Sánchez’

Augusto Aponte Sierra.
Ya he dicho muchas veces, aferrándome a la nostalgia y a ese inmenso cariño que siento por el Barrio Cañahuate, que sus habitantes y por supuesto sus personajes más sobresalientes, han hecho de ese histórico pedazo de tierra del Valledupar de siempre, el patio y el traspatio de la autenticidad vallenata. Desde ese viejo lugar en donde mis sentimientos se rejuvenecen y cantan sus añoranzas, he traído un pedacito de esa alegría y de esa sabrosura propia de sus anécdotas, que duermen en la historia y en los aposentos de los Macaros, los Socarras, los Camarillo, los Castilla y toda esa parentela, que ya es historia en la historia del viejo valledupar.

Esta nación folclórica llamada país vallenato, tiene una historia rural y otra citadina, pero esgrimen un solo dialecto, comen en el mismo plato de su opíparo maridaje. Todas estas delicias en una mágica conexidad hacen de su lenguaje y de sus sanas costumbres, un natural corredor universitario, en donde se dicta la cátedra más sabrosa y auténtica, de nuestra criolla vallenatía.

El Barrio Cañahuate fue y es el aula más poblada, en donde existe la más fina evidencia, del origen de nuestra cultura valduparense. Mucha de esa cultura tiene origen en su ruralidad, existe mucha evidencia de que gran parte de los ancestros con su descendencia familiar vienen de los corregimientos, caseríos y fincas cercanas a valledupar, como son río seco, la región de Badillo, Guacoche, el Javo, Río seco, Patillal, la Mina, Atanquez y muchos más.

Todo este territorio aportó con su gastronomía dichos, músicos y cuasi poetas a la cultura más autóctona del país vallenato. Cuando tenemos la oportunidad de visitar estas regiones comparamos su cultura, vemos sin sorpresas, que la diferencia es ninguna.
Esto no es un descubrimiento ni una observación personal, es el decir de toda una exquisita audiencia, en una sociedad conocedora y exigente al momento de reconocer, lo que representa el origen y el pedigrí que respalda su linaje.

Hoy he querido mostrar la realidad de lo que hizo el sincretismo natural en el pueblo de los Santos Reyes, logrando la fusión de las viejas costumbres, con el descreste de las nuevas tendencias y de su tecnología innovadora. La fusión de estos dos mundos del Valledupar ‘urbano y rural´ hoy está a la vista y se vive a escasos pasos de la plaza Mayor.

Para recrear al viejo Barrio y a sus componentes culturales, he buscado a los ingredientes más icónicos de este sincretismo. Para eso recorrí en mis más lejanos recuerdos, algunas anécdotas que muestran su historia rural, con sus elementos socioculturales y el mestizaje natural, que se logró en tiempos pasados, allá en la naciente ciudad de los Santos Reyes.

De los más icónicos representantes cañahuateros que yo conocí y disfruté en sus tertulias barriales, fue a Rafael Enrique Molina Sánchez, conocido popularmente como ‘Wicho Sánchez’ nació en la calle la Guajira cuando este pequeño barrio pertenecía al barrio Cañahuate, el 7 de agosto de 1935 en el hogar formado por don José María Molina y doña María Sánchez.

Él es un juglar ya fallecido y que yo, en un homenaje póstumo muy personal, lo elegí para para que fuese el personaje que camine y sea el portador de la antorcha más representativa, que alumbre para siempre las criollas costumbres rurales y citadinas, del viejo mundo cañahuatero. El fue mi vecino, allá en el barrio de siempre y un caminante frecuente de los pretiles y callejones de ese hermoso vecindario, era elegante al saludar, hazañoso, pantallero, amante de las buenas tertulias y el rey de la logística gastronómica y etílica, en todas las parrandas de la comarca vallenata.

Muchos dicen que hizo «fortuna» guardando los «vuelticos» de los «mandaitos» que hacía, su habilidad estaba en la colecta de las obligatorias cuotas que se recogían para comprar el Ron, los bastimentos del sancocho y las ‘picaditas’ que eran casi siempre, más opulentas que la comida principal. También fue un excelente arquitecto Macondiano, porque construyó una casa del tamaño del edificio de la Caja Agraria, como le dijo un conocido personaje de la folcloría guajira, en aquellas faraónicas parrandas de la época Marimbera. Él allí recogía los aportes para la cuota inicial de su interminable «casita».

Pero lo que más ejerció ‘Wicho’, además de sus dotes de cantautor, fue su excelente dialéctica e histrionismo para narrar un auténtico cuento vallenato. En cortas palabras, para mí, Sánchez Molina fue el más auténtico y completo parrandero que conoció la tierra de Chipuco.

Él fue un compositor famoso, con su canción «La banda borracha» con la cual cosechó el mayor éxito internacional, que algún compositor valduparense haya recibido en esa época. En la canción de «El Buey Mariposo» hace gala de su habilidad para manejar la metáfora y la prosopopeya. También incursionó en el romanticismo fino, con «Penas Negras», “Campesina Ibaguereña” y “la Bogotana”. En la sabrosura de “El Carro brujo» hace con su versatilidad la imagen de un autor de mucho kilometraje. Su voz quedó para siempre grabada en varios ‘Long Play’ que hizo con «Los playoneros del Cesar», popular agrupación musical, hoy considerada como una de las mejores escuelas del vallenato tradicional.

Esta semblanza del hombre que el barrio Cañahuate lloró a cántaros, hace más de 2 años, llega hoy a mis líneas, cuando fui abrazado por los ‘buenos días’ de un suceso, que es propio de todos los barrios de la costa Caribe Colombiana y que en el Cañahuate, es una tradición cultural y una herencia de su riqueza inmaterial . Se trata de la venta de alimentos perecederos en carretillas.

Los vendedores tienen como valor agregado, el conocimiento de sus productos, como es el origen del plátano, del guineo, de la yuca, de la malanga, del pescado y de muchas verduras. Mi gusto por la yuca es igual al de cualquier mortal nacido en la alcurnia colombiana o en los arrabales de nuestra costa atlántica, pero con la complejidad que ha traído este encierro obligatorio, la compra de este producto se volvió un arte fino y hasta una lotería. Por eso, una mañana dominguera, mis antojos llegaron en una carretilla que desde el balcón de mi vivienda vi y escuché, cuando su conductor gritaba: «yuca, yuca…cómprela hoy y me aplaude mañana, es la mejor… sabe a hostia del Vaticano, el Papa Francisco la recomienda… y no necesita de mucha candela».

Fue entonces que recordé una anécdota que le escuché a ‘Wicho’ en una parranda allá en un patio del barrio La guajira, en la casa de un sobrino de él. Para ubicarnos en el cuento, Wilson tenía el mismo acento, entonación y verbo de su paisano, Moisés Perea y él sin imitarlo; recuerdo muy claramente cuando esa noche él decía: «Una vez Zuleta (Poncho) quería comer yuca con queso rallado, porque le habían dicho que era buena para el mal de estómago, entonces me dijo: -Wicho… andá a comprame una yuca… pero que sea de rápida cocción, porque con esta diarrea, creo no voy a podé ni saludá «. A la media hora llegó Sánchez con un saco de yuca y le dijo a Poncho: «Zuleta, esta yuca es instantánea…solo hay que mostrarle el agua caliente…y en un segundo, está lista para recibir el queso…es una auténtica NESCA- YUCA». Sánchez finalizó su cuento desgajado de la risa, diciendo: «Poncho se cagó de la risa y casi me mata…imagínense…..esa noche no pudo cantar, porque la yuca salió rucha y palúa».

Bueno, ojalá que Rafael ‘Wicho’ Sánchez

hubiese descubierto además de la yuca instantánea, productos instantáneos de nuestra gastronomía vallenata, como eran los bocachicos que vendía Enrique Arias, la malanga de la tienda «Las Cumbres», el cucayo con queso rallao de Lida Castilla, las arepuelas de «Chu Verdecia», el bofe y el peto del «Hueco»…y, hasta las chiricanas con galletas de cresto de la señora Aminta Monsalvo, que las vendía en el inolvidable supernocturno.

Si ‘Wicho’ hubiese descubierto, la técnica culinaria para lograr la instantaneidad de estos alimentos indispensables para la sabrosura auténtica del vallenato, hoy pudiésemos preparar la mejor comida «instantánea» Cañahuatera, para poder degustar en esta cuarentena —que nos tiene acuartelados—, de los más sabrosos recuerdos del barrio de siempre: El Cañahuate,
y así poder paladear todas estas Vainas de ‘Wicho’, caminando de arriba abajo, y de abajo arriba, por toda esa nostalgia del viejo valledupar.

Feliz semana.

PD: Estas cortas líneas, de una adaptación del libro «Crónicas de nostalgia», son dedicadas con mucha admiración a la memoria de ese juglar, que nos regaló su alegría y todo su talento, cuando se aproxima un aniversario más de su natalicio: el 7 de agosto.

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