viernes, abril 19, 2024
Crónicas

Campanazos de nostalgia

Por WILLIAM ROSADO RINCONES

Hoy les pido permiso a mis lectores de otros lugares diferentes a mi patria chica, para que me den la licencia de ceñirme exclusivamente a un grupo específico de lugareños que hoy como yo, estamos atropellados por la nostalgiaa consecuencia de la pandemia que azota el mundo.

Tal vez, en los atlas de muchos, no aparezca una diminuta población que ha sentido los efectos del Covid -19, no por afección física de ningún habitante, pero sí, por el efecto colateral de las prevenciones y cuarentena que no permitirá que este año, un ejército de la fe católica acuda en esta Semana Santa al cantón más puro de la estética espiritual: Valencia de Jesús.

Este corregimiento de Valledupar ha sido por tradición, el crisol de los milagros y la devoción, amparada por la imagen sagrada del hijo de María y José, al que precisamente, le debe su nombre por el arraigo cristiano de sus celebraciones que, cada año simbolizan la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazareno, llamado cariñosamente en el lenguaje coloquial del pueblo, como: ‘El Cabellón’.

Los días de mayor afluencia son: jueves y viernes Santo, que en este 2020 no tendrán el olor a incienso que evoca los nombres de aquellos paisanos que forjaron el camino de la tradición y que por la fuerza del designio, ahora están a la diestra de ese Jesús que tanto veneraron.

Es tiempo de rendir un silencioso homenaje desde nuestro encierro, al compás del sonido imaginario de nuestras centenarias campanas, matraca, carrizo, cacho y tambor a esas memorias que inocularon el respeto por la tradición.

La remembranza será con aquellos que sembraron el recuerdo en mi mente, médula y retina, aquellos que generacionalmente impactaron mi tímida ingenuidad, a los que les debo el respeto eterno por esa disciplina religiosa, aunque que habrá algunas persona mayores que tienen y recuerdan otros nombres por las mismas etapas cíclicas que cada uno vivió.

VIAJE NOSTALGICO

Comenzaré este viaje nostálgico, citando a los que para entonces, ya tenían el peso de los años en sus hombros, cuando yo, apenas, escuchaba el pito de largada en esta carrera de la vida, para la que tuve los mejores entrenamientos en ese pueblo testigo de mis afugias económicas, pero no anímicas.

Prepararse para la Semana Santa era un ritual, era la temporada del estreno de la ropa, muy a la par de un 31 de diciembre, aunque yo poco estrené, eran eternos mis pantalones mochos, algunos confeccionados con tela de lona de algodón, eran los que aguantaban el trajín de un ‘pelao’ al que le tocaba: cortar leña, recoger agua de la acequia para el consumo, y naturalmente, salir a vender a diario las arepuelas y los dulces que hacía mi madre, Francisca Rincones. Era precisamente, en Semana Santa, cuando más se vendía, e intensificaba mi trabajo, al que se le debe agregar la molienda en la madrugada de no sé, cuántas libras de maíz.

El Jueves era el día de más fervor arrancaba con el toque de campanas en la mañana anunciando la entronización de la imagen, la que siempre era arreglada por Miguel Chinchía, quien religiosamente llegaba de Codazzi a poner el manto al Nazareno, de donde también llegaba Pacho Rosado, quien pese a ser valenciano, se fue a vivir a ese pueblo de los algodonales, pero nunca dejo de venir a pagar su manda.

En ese ritual de salida del santo del camarín, prestaban guardia los más fieles hermanos, quienes tenían la responsabilidad de no dejar que nadie le viera los pies, era una de las tradiciones mejor guardada, decía la leyenda que las abarcas eran de oro. Ese pelotón de la fe lo integraban, Fabio Fernández, el popular, ‘Papayo’, la voz que con mayor nostalgia recuerdo a la hora de entonar las caídas e improperios con los coros afinados de devoción de Juancho Morales, a quien desde mi inocencia lo veía con el respeto al propio papa de Roma.

Ese cuartel de la sólida hermandad, lo complementaban figuras como Wilson González, Manuel Jiménez, Manuel Francisco Rosado, Teobaldo Guerra, Carmelo Quiroz quienes desempeñaban funciones diferente pero todas encaminadas al respeto, una de esas encomiendas tal vez la de mayor responsabilidad era la de guardar las potencias de la corona, cadenas y milagros de oro que ofrecían por los favores los devotos, esos tesoros permanecieron por años en un baúl, bajo la custodia de Manuel María Rosado, todo un lingote de honradez, hoy perdí el rastro de quien guarda esas joyas.

Para entonces, no era siquiera permitido que se le sacará fotografías a la imagen. Recuerdo como el primer día, la vez en que ‘El Mono Cimarrón’, nunca supe cómo se llamaba, solo sé que era un guajiro de apellido David, que echó raíces en Valencia, sacó de la procesión a un fotógrafo que disparó el flash en plena ceremonia.

CORDÓN DE PENITENTES

Cómo no recordar ese cordón de los penitentes encabezados por el tío Albérico Rosado quien astado y empotrado en la única túnica morada (la tradicional es negra) le imponía el ritmo a esa interminable cola que le daba la vuelta al pueblo desde las 12 del mediodía hasta las 6 de la tarde, muy pocos aguantaban la penitencia. En ese periplo eran protagonistas, Manuelito Rosado, Carmelo Quiroz, encargado de la cruz cromad; Santiago Martínez, uno de los pocos que se azotaba con un perrero de siete ramales.

Delante del cordón, iban las esclavas que limpiaban los cascajos cuando al pueblo no había llegado la civilización del adoquín, que ahora maltrata más los descalzos pies me comentan los modernos hermanos, que ahora se meten rápido en un recorrido de apenas dos horas. Dentro de ese grupo se me viene a la memoria las figuras de Joaquina Triana, Rita Marriaga, quien con tinaja en la cabeza daba de beber agua a los sedientos penitentes. También cumplió esta misión Diana Pinto, mientras que Elena Arias caminaba de rodillas agradeciendo sus peticiones.

En otro segmento de este libreto religioso, había otros actores de grata recordación: La elegante actuación como jefe de sayones de Juan Félix Sarmiento, lo que después estuvo en manos de José Antonio Marriaga, Sixto e Hidalgo Torres quienes danzaban al rítmico tambor de Alejandro Rosado, función delegada a su hijo Naime.

Otro que le daba golpes de maestro a esa caja era Víctor Fulgencio Martínez, y debajo del santo en pleno paso, iba sonando la triste flauta del calvario, Manuel Marcelo Melendre, el recordado ‘Chelo’ quien de tanto ir agachado su cuerpo tomo la corva, y en los últimos años ya no tenía para que agacharse. También realizó este toque, un hermano de apellido Pinto.

El olor a dulces era otro de los atractivos al igual que los bollos de queso porque por respeto nadie cocinaba ni barría, además de que nadie se bañaba después de 12 del meridiano. A propósito de baño, decían jocosamente que ese era el único día en que se bañaba Camilo Ochoa, otro de los radiantes hermanos, quien guardó celosamente hasta su muerte una medalla con la que lo condecoraron, y que cada Jueves Santo la brillaba y exhibía orgullosamente en su pecho.

Los ilustres visitantes que sin ser hermanos, eran aportantes a esta gran romería, que atiborraban las casas locales en esa hospitalidad característica de los verdaderos valencianos, ahora ha llegado otra gente. Eran infaltables: Enrique Camargo Villadiego y familia, Faustino Rosado y familia, especialmente: El Mono y Faustinito; Juancho Arzuaga, y sus hijos, Juan y Salomón, Juan Herrera y familia. De San Diego llegaba mucha gente, de hecho, la hermandad de San Diego nació de los antiguos hermanos que pagaban en Valencia, entre los que nunca se quisieron pasar y murieron siendo devotos del nazareno valenciano fueron Viyía Rosado y su hija Ana Paulina.

Oh memoria invadida de nostalgia, pido excusas a los que no mencioné pero grosso modo, debo mencionar a: Elsa Calderón, quien murió precisamente en el marco de una Semana Mayor; Eudo Mario Quiroz, Marceno Rosado, Tany Ochoa, Félix Ochoa, Rafael Rosado, de los primeros cargueros; Rita Arrieta, quien ofrecía su india cabellera a Jesús; Luis Carlos Rosado, quien guardó la imagen en su casa luego del caso del padre Pachito.

Son muchos los que se me quedan por fuera, pero los llevo en las entrañas de mi paisanidad y pido para los difuntos el descanso eterno, que estén en nuestras oraciones en este momento difícil que vive la humanidad, y pidamos para que cese este letargo y el próximo año volvamos con la fe recargada bajo la responsabilidad de los nuevos organizadores quienes luchan contra muchos frentes que atentan contra un arraigo que no debemos dejar morir pues lo considero, nuestro ADN.

Ánimo pues, para María Eduviges Torres, Jorge Jiménez, José Gutiérrez, Jorge Camargo, María Teresa Bolaños, Abelardo Gómez, Los Hermanos Morales, vástagos de Juancho; Alberto y Johnny Campo jr y tantos otros caminantes de la convicción cristiana.

Un comentario en «Campanazos de nostalgia»

  • quisiera si me pueden contactar con William rosado que quiero hacer una donación.
    gracias

    Respuesta

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