martes, abril 23, 2024
Opinión

Los vallenatos de mi papá.

Por: Brandon Barcelo

Yo no nací con el chip vallenato puesto, a mí me lo puso mi papá. Si su música de las tardes de sábado hubiese sido en su mayoría ranchera, seguro yo sería un ranchero empedernido, pero no, él por influencia de mi abuelo optó por escuchar en mi presencia la música de acordeón, y desde que tengo uso de la memoria, recuerdo cada sábado en que mi papá sentado enfrente del equipo de sonido en esa época – porque ahora lo hace frente al televisor-, escuchaba el costumbrismo de Los Zuleta, el vallenato romántico de Rafael Orozco, la voz poderosa de Beto Zabaleta y sobretodo, las canciones del gran Diomedes Díaz.

Gracias a mi papá la música de acordeón se metió en mi alma, y aunque viví mis primeros años en Soledad, y los últimos por ahora en la Capital, llevo a todos lados el sabor del vallenato –cómo si de verdad fuera del Valle- que me recuerda siempre los abrazos de mi papá, su pasión por las canciones del cacique y el sentimiento que le pone a cada una de las piezas musicales cuando las canta. Y es que uno no es solo de donde nace, sino de donde encuentra sentido y de donde halla cosas que le imprimen pasión.

Recuerdo que con un vallenato conquisté a la primera mujer que me llamó la atención cuando era apenas un adolescente. Por ese entonces todos querían saber de la nueva ola, y yo, acostumbrado al vallenato de mi papá, solo tenía en mi mente bellos recuerdos de canciones de Diomedes. Que me gustaba la yuca decían, y sí, era ese vallenato sentido, que sonaba a provincia y olía a una tarde en la terraza de cualquier casa en la costa; que olía a parranda bajo un palo de mango. Canté “ven conmigo” del cacique con todo el sentimiento posible, y lo conseguí, hice que ella saliera conmigo.

También cuando viajé por primera vez a Bogotá, traía conmigo la ausencia sentimental de Rafa Manjarrez, del provinciano que tiene que ver como sus amigos parrandean a la distancia, solo por cumplir sus sueños. Yo también, para no mortificarme, en muchas ocasiones he preferido dejar a un lado el celular, ya no la radio, para no ver cómo están allá sin mí. Eso sí, escucho vallenatos por ellos, soñando con que los acompaño.

De igual forma, cuando me siento triste y el peso de la vida se me monta encima, se me viene bien escuchar una de esas bellas canciones de Nando Marín que me hace creer que todo pasa y que lo único que queda es el sentimiento. “Lo que siento” se llama la canción y me mata la estrofa que dice:

“quiero ser un hombre noble como tantos,
que a pesar de estar sufriendo cantan siempre,
que no le cuentan a nadie si padecen
pena dolor sufrimientos y quebrantos.
Si a mis ojos llega el llanto,
seguiré alegre en mi canto,
pa olvidarme las tristezas,
y sentirme en la pobreza,
como un hombre acomodado”

El vallenato me ha acompañado en los momentos más lindos y trascendentales de mi vida, y cuando lo escucho, siento a papá al lado mío, siento el abrazo de él que me consuela y pienso en las tardes de sábado que nos quedan por pasar juntos escuchando su música de acordeón, y creo que esa es la magia de este bello folclor.

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