Ana Susana Palmera de Brugés: Cien años acariciando la vida
Ana Susana recuerda las muchas veces que su abuelo Juvenal Palmera Cote, le reiteró que a una persona no se le debía servir el desayuno en la calle, por muy humilde que fuese. Que debían invitarlo a entrar a la casa y allí atenderlo ‘porque todos somos iguales’ decía el abuelo. Ha pasado casi un siglo y esa lección quedó bien aprendida, tan bien aprendida, que la recomendación se convirtió en una prioridad a lo largo de su existir, desde entonces hasta ahora.
Cien años acaba de cumplir la niña de otrora de estirpe vallenata. Cien años bien vividos que han marcado una pauta de cómo se puede llegar a viejo sin enfermarse, sin que nada duela, ni siquiera el alma. Y es que Ana Susana Palmera de Brugés, ha sido de esos seres que hacen pacto con la vida, para mostrar su mejor sonrisa así el cielo se nuble; porque sabe que siempre verá un nuevo amanecer y el sol volverá a aparecer por las ventanas de su mañana.
La historia de esta matrona, es la misma historia de las mujeres de mi pueblo, de las abuelas y de las tías. Ella como buena vallenata nació y se crío por los alrededores de la Plaza, al igual que su madre María Concepciòn Palmera Araujo, de quien copiò la ternura y su nobleza; estudió en la escuelita dirigida por la hermanita Margarita Montero y creció viendo llover, corriendo con la suave brisa, comiendo frutas frescas, queriendo a sus amigos. Como mujer provinciana se dejó abrazar del canto y la poesía por eso le llamaban la Alondra, por su bonita voz que aún conserva, cantando en el coro de la iglesia. Y fue en medio de sus cantos que un día rodeada de amigas decidió dejar su marca y sembró uno de los palos de mango, de la emblemática Plaza Alfonso López. Uno que estaba ubicado frente a la casa de Hernandito Molina; por eso La Plaza se convirtió en el azul de sus recuerdos más hermosos, cuando le tocó partir de su tierra.
Cuando Ana Susana se convirtió en una bella jovencita, siempre departía con ese mismo grupo de amigas a las que quiere y recuerda como el primer día. Entre esas amigas se encontraba María Margarita Mestre y las bellas niñas de la familia Escalona, Magola, Abigail y Blanca. Con esas amigas tejió un lazo eterno de cariño que aún perdura y se transmite a hijos y nietos. No es para menos, si fue en la casa de las hijas de don Clemente Escalona que la joven encontró el amor de su vida. Su único novio y esposo por siempre, hasta que él partió a la eternidad.
El hombre que le robó el corazón a Ana Susana fue Marcos Brugés Orozco, un joven oriundo de Aracataca que llegó a Valledupar a trabajar como contador del Ministerio de Obras Públicas y vivía donde los Escalona. Un día que la joven vendía una rifa de un Cristo, dijo que pese a no gustarle las rifas le iba a comprar, porque él iba por el premio mayor, el Cristo y la Virgen. Y así fue, el muchacho se ganó el cristo y se casó con la chica.
De esa unión nacieron ocho muchachos. Augusto, Álvaro, María Luz y Alberto nacieron en el Valle; mientras Josefina, María Lourdes, Leticia y Juvenal Ovidio, nacieron en Pamplona, donde el joven fue trasladado, viviendo allí 54 felices años, del tiempo que Dios les prestó para ser inmensamente felices. Hace 17 años Ana se quedó viuda, pero con el alma llena de contento porque tuvo el mejor esposo del mundo y el mejor padre para sus hijos.
El resumen de sus años es solo alegría, felicidad, servicio a la comunidad, generosidad. El resumen de sus días es amor, solo amor por sus semejantes. La larga vida que el señor le regaló fue con un propósito, para dejar huella en la comunidad. Para educar niños, para tenderle la mano al prójimo, para convertirse en un ser inolvidable. Prueba de ello fue la celebración de esos cien años de existencia, el pasado cuatro de mayo en Bucaramanga donde reside actualmente. Allí le celebraron la vida con una hermosa misa donde asistieron amigos, hijos, nietos, bisnietos, vecinos del barrio y donde el cura hizo un recorrido por sus años evidenciando la bondad de su ser.
Ana Susana dice que nada le ha faltado por hacer en este mundo, porque hasta reina de la tercera edad fue en su conjunto. La gratitud brota de ella cuando habla del gran cariño con que la abrazan sus vecinos y de la alegría que les causa verla pasear por los verdes prado de su barrio, del brazo de su hija Finita, acariciando la vida. Una vida que no le bastará para darle gracias a Dios, por tanto; ahora que el sol se asoma por las ventanas de su ayer, iluminando su lúcida mente, llena de hermosos recuerdos.
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