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Opinión

Importancia de la Crítica para una vida en armonía y para la felicidad

“Encontraras gente que habla mucho, gente que habla una cosa y hace otra, haciendo de la incongruencia su contexto habitual. No te compliques, venimos a la tierra a jugar no ha juzgar. […] Se fuerte, no permitas que te manipulen desde ningún nivel, especialmente desde lo sentimental. Acostúmbrate a expresar lo que sientes con ternura y firmeza, y fundamentalmente no generes sentimientos de culpa. Que la congruencia sea tu contexto permanentemente. En las más diversas circunstancias se tú misma: Honesta, transparente, insobornable, auténtica, valiente.”
Chamalú

En mi escrito Cualidades humanas hice referencia con el texto del epígrafe, pero de manera tangencial, a la importancia de no juzgar. Con este artículo se profundiza sobre la crítica, porque ésta podría convertirse una piedra en el camino y generarnos desarmonía e infelicidad. Por ello, con el objeto de compartir apreciaciones de cómo manejar correctamente la crítica, retomo fragmentos de la carta decimotercera (titulado Piedras en el camino) que redacta Braulio Pérez Marcio en el libro Vislumbres de esperanzas. Cartas a mi hijo, en el que hace referencia a los obstáculos que generalmente se yerguen en la vida de un joven, limitándose a exponer a su hijo cómo afrontar estos tres: la juventud, la pobreza y la crítica.

Para abordar el tema, es menester compartir que la RAE define a la crítica de la siguiente manera: “1. adj. Perteneciente o relativo a la crítica. Opinión crítica. […] 5. adj. Inclinado a enjuiciar hechos y conductas generalmente de forma desfavorable.” En consecuencia, la crítica se convierte en una piedra con la que se tropieza con frecuencia, y para que su hijo adquiera conciencia de esto Pérez Marcio trascribe la siguiente vivencia: “Se cuenta de una mujer que hacía frutas artificiales tan perfectas que al mirarlas era casi imposible diferenciarlas de la fruta natural. Pero, tampoco a ella le faltaban críticos. Un día, uno de éstos se detuvo frente a la mesa sobre la cual una fuente contenía diferentes clases de frutas, y comenzó a criticar particularmente una manzana. Muy ufano y seguro de sí mismo señaló varios defectos que, a su juicio, no había corregido la mujer que, según él suponía, había hecho aquella manzana. Cuando concluyó el comedido y poco reflexivo crítico, se acercó a la manzana, la tomó en las manos, y, para su vergüenza, comprobó que era verdadera.”

Esto pasa con regularidad, pues a la experiencia se le ha asignado un valor exagerado, especialmente por quienes se han aferrado a paradigmas desuetos que, tras desconocer que fueron reemplazados por nuevos paradigmas, afrontan situaciones en la que asienten sabiamente con la cabeza y hablan estúpidamente sobre el tema. Por ello, Pérez Marcio advierte a su hijo, una vez finaliza la vivencia compartida: “¡Cuántos proceden de la misma manera al criticar a los demás! Ya ves, que refiriéndome a la crítica; a la que tú podrías sentirte tentado a realizar en los demás, o la que tú podrías sufrir.” Y subrayado esta frase porque toda persona se ve abocada a ambas situaciones.

Seguidamente Braulio Pérez Marcio explica con maestría: “Cuando se analizan a fondo los motivos que inducen a la crítica, siempre encontramos que el que la emite trata de condenar defecto reales o supuestos en los demás para que, por contraste, resalten las supuestas virtudes propias. Siempre es así. Ya lo comprobareis más de una vez en tu marcha por la vida.” Lo cierto es que ningún ser humano es perfecto, toda persona es susceptible de mejorar cada día; por tanto, todo individuo tiene algo que los demás podrían criticar, y, en consecuencia, cada hombre y mujer tiene falencias, las cuales debería identificar con la intención de mejorar. Por ello, el gran maestro Jesús, en el sermón del Monte de los Olivos (Mateo 7:1-5), advierte a sus discípulos sobre la hipocresía y el juicio severo hacia los demás. Esta importante enseñanza enfatiza que la medida que se use para juzgar a otros será usada contra uno mismo y que por tanto se debe primero examinar los propios defectos (la «viga») antes de señalar los errores ajenos (la «paja»). Concluyendo que, en lugar de condenar, se debe actuar con misericordia y humildad.

Criticar a otros es como hundirles clavos que laceran su alma. Por ello, Braulio Pérez dice a su hijo: “El que critica a los demás es como si les arrancara la piel para amontonarla en el suelo y luego erguirse sobre ella para suponerse más elevado, y, por lo tanto, superior. Para dar la impresión de una gran estatura moral, trata de empequeñecer la de otros. ¿No es esto a la vez trágico y ridículo?” En verdad que esto revela poca inteligencia o muy poca nobleza, pues tal insensatez lo que denota es que “aquellos que critican y se ensañan con los demás, pretenden, de esta manera, encubrir esa misma falta en sí mismos.”, explica Pérez Marcio.

En psicología se explica lo anterior como la ley del espejo, concepto que plantea que lo que percibimos en los demás o en el mundo exterior es un reflejo de nuestro propio mundo interior. Actualmente se utiliza como una herramienta para el autoconocimiento, sugiriendo que aquello que nos molesta o nos encanta de otras personas puede revelar aspectos de nosotros mismos que rechazamos o admiramos, respectivamente. Su aplicación principal es redirigir la atención hacia uno mismo para sanar heridas, entender nuestras emociones y fomentar el crecimiento personal.

Y para cerrar esta lección frente a la tentación de criticar a otros, Braulio Pérez Marcio concluye: “Es mejor, hijo mío, ser amplios y comprensivos. En lugar de ensañarnos con aquel que ha caído en un defecto o en un pecado, en lugar de exhibir ante los demás las faltas por él cometidas, cerremos piadosamente nuestros labios y tratemos por todos los medios de prestarle a esa persona una ayuda que, sin duda alguna, necesita. Más que aumentar su estatura moral, el que critica se empequeñece, revela incapacidad mental y mezquindad de espíritu.” Dejar de criticar no es fácil, es una debilidad humana que debemos convertir en una herramienta de sanación interior haciéndonos conscientes que lo que vemos como defecto en otra persona es un reflejo de nuestro propio ego.

Procedamos a revisar la otra cara de la moneda. En este sentido, Braulio Pérez Marcio inicia escribiendo: “Ahora bien, si tu fueses objeto de la crítica, ¿cuál debería ser tu actitud? Permíteme que te recuerde las siguientes palabras de Gladstone: <<La crítica nunca hiere a nadie; si no tiene base no podría herirte a menos que carezcas de carácter. Si bien es fundada le muestra al hombre sus puntos débiles y lo previene sobre el fracaso.>>

El ejemplo más notable al respecto es un incidente de Sócrates frente a Aristófanes (filósofo contemporáneo de Sócrates, reconocido en Atenas por su talante de ridiculizar sin piedad a personajes eminentes de su época), que de hecho Braulio Pérez lo narra, con lujo de detalles a su hijo. Es este escrito me limitaré en anotar lo preciso:

Un amigo que vio llegar a Sócrates al teatro de Atenas para asistir a la presentación inaugural la obra de comedia Las Nubes, se le acercó y le dijo: —¡Tú aquí! ¿No sabes que esta noche vas a ser objeto de una crítica muy amarga?   —Si, lo sé. — Contestó Sócrates. —Y por eso estoy aquí. Si lo que se diga de mi no es verdad, no tengo porqué preocuparme; y si es verdad, me dará ocasión de saber en qué cosas debo corregirme.”  

Todos los autores de crecimiento personal exponen que el temor a la crítica es uno de los obstáculos más grande en el camino del éxito, toda vez que paraliza a hombres y mujeres para actuar en pro de lograr sus sueños. Pero la crítica puede convertirse en un trampolín para desarrollar nuestro carácter y para avanzar hacia la cima. Esta es la invitación que Braulio Pérez Marcio hace a su hijo escribiéndole: “Si se critica tu obra y tienes la seguridad de que la crítica no es justa, no te impacientes, ni respondas en tono airado. Piensa que tal vez el que te critica lo hace por la ignorancia, o porque le ha sido difícil controlar sus palabras o porque es en él defecto del cual no lo curarás exasperándolo.” Y, de manera didáctica, induce a su hijo a ser empático, al compartirle la siguiente anécdota:

Se dice que cuando Miguel Ángel terminó su grandiosa escultura ´David´, el florentino Soderini, que la había encargado, fue a inspeccionar la obra. Estudió un rato la estatua y por fin objetó que la nariz era demasiado grande y que resultaba desproporcionada con el resto del tamaño del cuerpo. Le pidió a Miguel Ángel que la dedujera.   El escultor evidentemente sabía muy bien con quién trataba porque subiendo al andamio aparentó dar fuerte golpes con su martillo en la nariz de la estatua y dejó caer trocitos de mármol que antes de subir había recogido disimuladamente del suelo. Bajó Miguel Ángel, y dirigiéndose a Soderini, le preguntó: —¿Está bien ahora? El sagaz crítico exclamó: —¡Oh, ahora es maravilloso! Ahora la estatua parece tener vida.”  

Finalmente, Braulio Pérez Marcio termina su carta exhortando a su hijo a ser asertivo, pero utilizando la siguiente vivencia:

Se dice que cierta vez don Jacinto Benavente, después de leer una crítica sobre el estreno de una obra suya, le dijo al crítico: —Amigo, es usted una maravilla. —¿Por qué, don Jacinto? —Porque a mi me ha costado escribir esta obra cerca de un año y usted en dos horas ha echado abajo mi labor.”  

Y plasmado lo anterior, Braulio Pérez Marcio cierra la carta con el siguiente texto: “Que la crítica, hijo mío, no manche tus labios, ni estorbe tu marcha.” En lo que a mi respeta, solo me resta adicionar lo siguiente, mi estimado lector, pues mucha gente no solo emite críticas a otras o la recibe de los demás, sino que son en exceso autocríticos, y ante la menor dificultad se flagelan a sí mismos con palabras que socavan su autoestima y se condenan a una vida de insatisfacciones con esa reprogramación permanente de frases negativas.

«Sé impecable con tus palabras» es un acuerdo tolteca que significa usar el lenguaje con integridad, respeto y conciencia, dado que las palabras tienen el poder de crear o destruir. Este hábito implica evitar la crítica hacia otros y el chisme, hablar con honestidad y claridad, y no usar las palabras para herirte a ti mismo ni a los demás. Poner en práctica este primer acuerdo, que comparte Miguel Ruiz en su libro Los cuatro acuerdos, puede transformar tu vida, trayendo mayor felicidad, éxito y libertad.

En todo caso, mejor que destruir es edificar. Utilicemos de manera impecable nuestras palabras para honrar y bendecir, lo cual permite que podamos vivir en armonía consigo mismo y con los demás y, en consecuencia, manifestar mayor felicidad; si así lo hicieres, además de edificarte como persona, contribuyes con l a construcción de un mundo mejor.}

Por: CARLOS RAFAEL MELO FREYLE

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