Querer tener la razón, ¿para qué?

¿Querer tener la razón generará cansancio? Intervenir cuando nadie lo ha pedido, mantener el empeño de ganar una maratón cuando ni siquiera hay competidores, insistir en dar cátedras cuando los estudiantes no están en el aula, interrumpir porque las luciérnagas no son suficientes en una noche de lluvia y creer que el brillo real está en sus posturas.
¿Qué se sentirá vivir con ese afán de querer tener la razón, camuflar imposiciones en consejos, disfrazar de sugerencias los hilos de la manipulación o, simplemente, ignorar —por gusto, por costumbre o hasta sin mala intención— lo que otro piensa?
Me pregunto también a qué plato del Caribe o del Pacífico podría compararse la delicia de mantenerse en calma cuando nuestro interlocutor cree estar ganando una discusión, insistiendo en que tiene la razón. O qué colina de la región Andina podría asemejarse a la paz que sentimos al decir “puede ser” o “sí, es así como lo dices” y, sin más, validar su idea, evitando que su bullicio rompa nuestro paisaje.
Entrar en discusiones sobre quién tiene la razón debe parecerse a sumergirse en el río Amazonas: para algunos puede ser divertido y apasionante nadar a pesar de los riesgos, pero resulta desgastante y peligroso si lo hacemos solo por demostrar que somos nosotros quienes la tenemos.
No nademos si no queremos. No nademos si no son aguas seguras. No nademos aunque llevemos el salvavidas puesto. No nademos, porque nuestra mejor respuesta siempre será no mojarnos en los ríos de la terquedad.
Mejor mirémoslo como a esa isla que no hemos visitado, pero vemos en fotos: puede emocionarnos, sí, pero sabemos que no obtendremos de esa imagen la piña colada que queremos para aliviar el calor. Insistirle a nuestra contraparte en que lo que dice no coincide con nuestra realidad es igual de inútil: no obtendremos una respuesta que refresque el ambiente.
Lo llano también es hermoso. No es necesario caminar siempre por lo empinado. Disfrutemos del terreno plano: ese que nosotros mismos hemos arado, donde hemos sembrado los frutos que deseamos, por donde pasan arroyos que mantienen el verde de nuestros campos. Dejémoslos tener la razón y no permitamos que salten las cercas de nuestras tierras con sus razonamientos, que contaminen nuestra agua fresca con su insistencia ni le quiten color a nuestra vida con ideas que no son nuestras.
Dejémoslos tener la razón. Nosotros, hagamos lo que deseamos.
En esto quedé ‘hilando’ después de leer el libro del psiquiatra Rafael Santandreu, titulado ‘No hagas montañas de granos de arena’. Él dice: “Cuando hemos desarrollado el feo hábito de querer tener razón, solemos interrumpir a los demás, como el borracho de bar”.
Por Herlency Gutiérrez.
Periodista, dos veces ganadora del Premio del CPB, del Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa y reconocida por el jurado de los Premios Simón Bolívar.

