Pensar y andar distinto: sin paraguas bajo la lluvia o descalzos sobre la arena caliente
¿Nos hemos sorprendido al descubrir que, muchas veces, solo nos sentimos bien con nosotros mismos cuando recibimos la aprobación o el aplauso de otros? ¿Por qué le damos a los demás el poder de decidir cómo debemos sentir, pensar o actuar?
¡Cuánta belleza hay en la libertad! En pensar distinto, en caminar bajo la lluvia sin paraguas aunque otros prefieran resguardarse, en andar descalzos aunque la arena queme o el piso enfríe los pies. Y hacerlo no por rebeldía ni por llevar la contraria sin razón, sino porque es el sentimiento que nos guía, la creencia que nos impulsa y la certeza de que expresar lo que dicta la mente y el cuerpo es lo correcto.
Expresarnos por convicción, sin querer causar disgustos —aunque a veces los provoquemos, pero sin que esa sea nuestra motivación— es esencial en toda sociedad y para nuestro bienestar. Y aunque nuestra forma de ser haga estallar otras mentes, no nos afanemos por demostrar que tenemos la razón: dejemos a los demás con sus ideas y posiciones, y mantengámonos imperturbables.

Aclaro: me refiero a comportamientos que no rayan en lo ilegal ni reflejan problemas de salud mental. Hablo del reflejo del ser, de saber que, aunque no estemos cruzando el mismo puente que los demás, tenemos nuestra propia barca para atravesar el agua cuando lo decidamos. O que, si lo preferimos, podemos transitar por una trocha, o simplemente consideremos que dar un salto es todo lo que necesitamos.
No dejarnos salpicar por las actitudes ajenas es clave. Si un familiar o compañero de trabajo está serio, tiene cara de enojo o se muestra distante, ¿por qué asumir que es por nuestra culpa? ¿Les ha pasado? Es sorprendente que eso pueda ocurrirnos, pero sí sucede.
Dejemos de darle vueltas a si los demás están o no enojados con nosotros. Si es el caso, que nos lo notifiquen oficialmente; de lo contrario, sigamos por el mundo sin tratar de descifrar lo que creemos que están pensando. Quitarnos esa carga nos hará respirar con más calma, y merecemos hacerlo sin que parezca que estamos rompiendo ladrillos con un alfiler.
Es sorprendente reconocer cómo los seres humanos luchamos con sentimientos similares, ya sean marcados por la infancia o por las circunstancias que nos han rodeado. En esto quedé ‘hilando’ después de leer ‘No hay nada malo en ti’, de la psiquiatra Marta Segrelles. Bien lo dice ella: “todos nos encontramos navegando el mismo mar, aunque no estemos en el mismo barco”.
Por Herlency Gutiérrez.
Periodista, dos veces ganadora del Premio del CPB, del Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa y reconocida por el jurado de los Premios Simón Bolívar.

