El empoderamiento sistemático de la mujer: de la conquista de derechos a la transformación social.
Durante siglos, la historia fue escrita en masculino. Las mujeres, relegadas a los márgenes del poder y del discurso público, fueron consideradas sujetos secundarios de la vida social, política y económica. Sin embargo, el siglo XX marcó el inicio de una transformación profunda y sostenida: el empoderamiento sistemático de la mujer, un proceso que no se ha dado de manera espontánea, sino a partir de luchas, reformas y conquistas normativas que han redefinido las estructuras del mundo moderno.
A nivel internacional, los hitos del empoderamiento femenino tienen raíces en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que proclamó la igualdad entre hombres y mujeres. A partir de allí, se tejió una red de compromisos y tratados que consolidaron la agenda de género como un asunto de derechos humanos.
En 1979, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) representó un punto de inflexión: por primera vez, los Estados se comprometieron legalmente a eliminar las barreras estructurales que mantenían a las mujeres en la desigualdad. Décadas después, la Conferencia de Beijing de 1995 dio un salto cualitativo al hablar no solo de derechos, sino de empoderamiento, estableciendo la idea de que el desarrollo y la democracia no son posibles sin la plena participación de las mujeres.
El feminismo contemporáneo, nutrido por estos avances, ha logrado que temas antes invisibles —como la violencia de género, la brecha salarial, la salud sexual y reproductiva o la participación política— se conviertan en ejes centrales de la agenda pública mundial. La igualdad ya no se concibe solo como un ideal, sino como una condición indispensable de la justicia social.
En Colombia, el empoderamiento femenino ha seguido un camino paralelo, aunque marcado por particularidades sociales y culturales. Desde el reconocimiento del derecho al voto en 1954 hasta la inclusión de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en la Constitución de 1991, las mujeres han transitado de la exclusión formal a la conquista de espacios en todos los ámbitos del poder.
Las leyes también han sido aliadas de este proceso. La Ley 581 de 2000 (Ley de Cuotas) abrió las puertas de la administración pública a una representación femenina mínima del 30%, y la Ley 1257 de 2008 estableció medidas integrales para prevenir y sancionar la violencia contra la mujer. Más recientemente, la discusión sobre la paridad política y los avances jurisprudenciales de la Corte Constitucional en temas de derechos sexuales y reproductivos han reforzado un marco de empoderamiento estructural que combina lo jurídico con lo social.
Pero más allá de las normas, el verdadero empoderamiento se ha dado en la conciencia colectiva. Hoy, las mujeres colombianas ocupan cargos ministeriales, lideran movimientos sociales, presiden cortes y encabezan empresas. Este ascenso, sin embargo, no ha estado exento de resistencia cultural, estereotipos persistentes y brechas que aún limitan la igualdad material.
Hablar de empoderamiento sistemático implica reconocer que este proceso no se reduce a conquistas individuales, sino a transformaciones institucionales y culturales. La educación con enfoque de género, la redistribución de los cuidados y la participación política paritaria son hoy los verdaderos escenarios donde se disputa la equidad.
El desafío que queda pendiente es que las políticas y las leyes se traduzcan en prácticas cotidianas de igualdad, que la sociedad deje de concebir la equidad como concesión y la asuma como un principio estructural de convivencia.
El empoderamiento de la mujer no es una moda ni una bandera ideológica: es una deuda histórica que, poco a poco, el mundo está empezando a saldar. Colombia, con sus avances y contradicciones, no puede quedarse atrás. La igualdad, más que un derecho, es una tarea colectiva y permanente.
Por: María Fernanda Medina Argote.
Abogada
Especialista en Derecho publico
Activista Feminista y Politica
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