De Valledupar a la Casa de Nariño: el ascenso fulgurante de Juliana Guerrero
Con apenas 22 años, Juliana Andrea Guerrero Jiménez ha emergido como una pieza fundamental en el Gobierno del presidente Gustavo Petro. Nacida en Valledupar y criada en Agustín Codazzi, en el departamento del Cesar, proviene de una familia humilde afectada por el conflicto armado en la Costa Caribe. Se graduó del colegio en 2018 con uno de los puntajes más altos del ICFES en la región, lo que le abrió el camino para estudiar contaduría pública en la Universidad Popular del Cesar, donde empezó a manifestar su vocación política como representante estudiantil.
Su reconocimiento nacional se disparó a principios de 2025, cuando fue nombrada jefe de despacho de Armando Benedetti en el Ministerio del Interior, cargo desde el cual ganó visibilidad y confianza dentro del Ejecutivo.
Sin formación profesional completa, su influencia ha sido notable: asumió responsabilidades en la coordinación de agendas institucionales, representó al Gobierno en instancias como el Fondo de Igualdad —con recursos superiores a un billón de pesos— y ejerció funciones decisorias en nombramientos clave.
El presidente Petro la presentó públicamente en su primer Consejo de Ministros, describiéndola como “activa y rebelde” y destacando su cercanía, incluso refiriéndose a ella como una de las pocas personas “que puede hablarle al oído”. Esta confianza presidencial, sumada a su capacidad para negociar con ministros y manejar recursos, ha generado tanto admiración como escepticismo.
Dentro de la coalición de Gobierno existen críticas ante el nombramiento de personas “sin experiencia profesional”, llevando a cuestionamientos como: “Al Estado deben llegar los mejores, no los amigos». En medio de este debate, fuentes citadas por Infobae señalan que Guerrero asumió al menos tres cargos simultáneos: jefatura de gabinete presidencial, asesora del Ministerio del Interior y encargada de la oficina de despacho en la Casa de Nariño.
Contexto y relevancia política
Juliana Guerrero representa una generación de activistas estudiantiles y jóvenes del Partido Verde que irrumpen en la escena política sin pasar por el escalafón tradicional. Su ascenso acelera el debate sobre meritocracia versus cercanía política en la formación del gabinete de un Gobierno que, en su narrativa, pretende romper con prácticas clientelistas.
Para muchos es el rostro fresco y enérgico de “la nueva política”; para otros, un símbolo de cómo el poder puede concentrarse en voces con poca experiencia formal, pero alta confianza partidista.