Petro, un paso adelante y dos para atrás
El presidente Gustavo Petro prometió “desarmar la palabra”. Su llamado a bajar el tono del discurso, evitar confrontaciones innecesarias y propiciar un ambiente de diálogo nacional fue, en su momento, bien recibido por amplios sectores del país. Sin embargo, sus acciones más recientes contradicen de forma alarmante ese compromiso.
El nombramiento de Alfredo Saade como jefe de Gabinete es una muestra palpable de ese doble discurso. Saade no solo ha promovido públicamente propuestas extremas como el cierre del Congreso y la convocatoria inmediata a una Asamblea Nacional Constituyente, sino que ha protagonizado episodios que rayan en el delirio mesiánico. En una entrevista radial, llegó a afirmar que se volvió petrista cuando “descubrió que Jesucristo en la calle era lo que hacía Gustavo Petro”. La comparación no solo es absurda, sino profundamente preocupante viniendo de alguien que se presenta como líder espiritual.
Más inquietante aún es el símbolo que acompañó su designación. En redes sociales, Saade compartió una fotografía junto al presidente Petro portando una bandera bolivariana con la consigna “Guerra a muerte”, un emblema históricamente asociado a la violencia política en tiempos de independencia. ¿Qué clase de mensaje transmite un supuesto pastor que, en lugar de promover la reconciliación y el respeto por la vida, enarbola símbolos de confrontación y muerte?
La incoherencia ética es evidente. Mientras el presidente habla de paz y de “construir sobre lo construido”, se rodea de figuras radicales, improvisadas y profundamente desconectadas del espíritu democrático. No se trata solo de un error de cálculo político, sino de una señal preocupante sobre el rumbo que podría tomar el gobierno.
Pero no podemos dejarnos intimidar. La historia latinoamericana está llena de ejemplos de mandatarios que intentaron pasar por encima de las instituciones y terminaron aislados, debilitados o incluso destituidos. Si el presidente Petro persiste en socavar la democracia, su destino podría parecerse más al de Pedro Castillo que al de un reformador exitoso.
La Constitución no es un obstáculo: es el pacto que nos une. Defenderla no es un acto de oposición, sino de responsabilidad ciudadana.
Por Luís Alfredo Velásquez Maestre, abogado especialista en Derecho Administrativo