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Opinión

Defensa innecesaria del vallenato

Brandon Barceló
@brandondejesusb

El vallenato está vivo. Sí, aún los domingos por la tarde es esa música la que acompaña las cervezas en algún estadero de la costa; o la que le da calor a quién está lejos de la región y utiliza las canciones como método de recuerdo. Aún hoy, en las fiestas se oyen los de Diomedes, los de Zuelta, los de Oñate y demás. Inmortalizados (hasta nueva orden) están esos cantos que han existido ya, por lo menos en mi caso, por tres generaciones.

Ando pensando por estos días que el trabajo por salvaguardar el folclor -desde la esquina que se haga-, no es un esfuerzo para revivir a un moribundo, aunque los cantos de sirena estén llevando a más de uno a escribir la crónica de una muerte que aún no está anunciada. Y es que es paradójico que muchas veces el discurso para defender la vivacidad del vallenato sea uno que ya lo da por vencido antes de terminar la pelea: “se perdió la tradición”, “ya no nacen más juglares”, “ya nadie escribe letras como las de antes”, “es el fin”… y así, con un montón de frases laceran una y otra vez al género, cobijados en el remoto recuerdo de un pasado que ya fue.

Lo cierto es que mientras quede un alma feliz capaz de gozar del sonido rustico de las grabaciones de Alejo y Juancho Polo, y mientras haya juventud pidiendo a las dos de la mañana una de Oñate o de Diomedes en medio de la fiesta, y mientras algún corazón lata al son de las notas del acordeón y al ritmo de la caja y la guacharaca, entonces habrá vallenato.

No importa de cuánto sea la banda, ni si la patineta loca se queda sin ruedas; no importa si el burro se cambió por la Toyota; lo importante es que sobrevivan las maneras propias del vallenato, más allá de la transculturalidad a la que es imposible cerrarse. No es necesario un vallenato hermético, pero tampoco está obligado a dejarse manosear y entregar lo que por muchos años lo identificó. Es importante seguir explorando, reconociendo los logros que ha tenido y aprendiendo de ellos, sin hacer una defensa innecesaria de un género que no está mocho.

No sé por qué amanecí creyendo hoy más que nunca que el vallenato está vivo. Quizá por una frase de Adrián Villamizar que ronda mi cabeza por estos días y que creo marca una línea de discurso a la que prefiero ajustarme; una frase que ni el se acuerda dónde la dijo por primera vez, ni yo me acuerdo dónde la encontré: “El vallenato se defiende solo si lo dejan cantar”. Y sí, dejémoslo que cante; lo demás, es lo demás.

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