Opinión

La Soledad de las tertulias

Por: Augusto Aponte Sierra

El encierro, para los que somos soñadores, es una invitación perenne a disfrutar de la silenciosa fiesta de los recuerdos.

Una tertulia es una reunión informal y periódica de gente interesada en un tema, desde la política y el deporte hasta cualquier rama de las artes, la ciencia o la filosofía, para debatir e informarse, compartir y contrastar iniciativas, noticias, conocimientos y opiniones.

Estos ingredientes conforman el tema que hoy traigo al muro de mi nostalgia, desde la última visita que realice en mi acostumbrado paseo, por el centro histórico de mi querido Valledupar. Los temas para el análisis y sinonimia, que dieron origen a los sucesos que fui acomodando en estas líneas, son los espacios y herramientas que hoy tenemos para reencontrarnos con amigos y familiares, como eran las viejas reuniones que en las puertas de cada casa y en las esquinas de aquel pueblo que quiso ser sorpresa Caribe. Allí se disfrutaban como un verdadero festival de anécdotas y opiniones de los sucesos de la vida diaria vallenata y de todo el país.

Para dar inicio a la puesta en escena de mi relato, les cuento que yo venía caminando, por la angustiosa y quemante imagen de las calles del Barrio El Cerezo, cuando sudoroso y cansado, me dejé caer sentado en la frescura de un Olivo Negro, que me ofrecía en la generosidad de su sombra, la residencia temporal para mis pesares climáticos.

La remodelada tarima “Francisco el Hombre” estaba íngrima, el Palo de Mango lucia solitario y ahogando en su sombra, a los últimos recuerdos festivaleros y a todos los clamores de esta pandemia. Pero allí, en esas soledades que habitan las excavaciones y que consolidan una tormentosa remodelación para el entorno del emblemático lugar, estaba ‘Romoca’.»El guardián de la plaza Mayor», que también andaba buscando sombra. Él, con la picardía de los Montero, mirándome en la lejanía de sus afanes, me hizo la mímica del degollamiento, para después esconderse en el estruendo de las máquinas que perforaban altaneras y agresivas, aquel cemento que cargó en su lomo por más de 50 años, toda la historia de los festivales vallenatos.

En la Soledad de la polvareda que rondaba en la nueva Plaza Mayor, y apoltronados en la sombra de un olivo negro, entre distintas nostalgias, estábamos el elemento que inspiró esta simbólica añoranza, y yo.
Era un inodoro de porcelana, abandonado y triste, sin el protagonismo que las tertulias le dieron en la Plaza Mayor. El olvidado retrete no lucía tan añorante como yo, más bien se veía descansado, libre del efusivo trabajo que le dieron muchos políticos en sus discurso tertuliados o entarimados, y hasta las promesas de amores escondidos, que se fueron por la garganta de su indigna misión.

Me quedé mirando a su escultural figura y pensé: ¿cuántos entuertos y polémicas no se habrán ido con pena y sin gloria, a través de su mudo y desgraciado sifón?

Entonces, ahí, de pie, conversando con el triste e inexpresivo inodoro, miré las puertas del abandonado “Bar y restaurante”, que también cerró sus puertas en la culpa de muchas promesas incumplidas, que se fueron sin materializarse, ahogándose sin salvavidas, por el hueco del porcelinazado trono.

Luego me alejé convencido de que esa silla hoy había cumplido una de sus más nobles funciones, recordándome con su simbólica presencia, en la plaza de los vallenatos, que muchas tertulias en su arte y oficio, solo tienen acogida en la filosofía de su natural y excremental destino.

Pero también comprendí, la importancia que tienen los encuentros de amigos y familiares, en la salud mental y espiritual de todas las sociedades. Porque las tertulias y reuniones son el escenario de vida que nos conectan con todos los tiempos y su problemática, en donde el interminable calor de la amistad y el paisanaje construyen la tradición oral, como único lenguaje que reescribe la historia en los pueblos.

El progreso, ha logrado salvar la vigencia de las tertulias, realizando la mudanza de estos encuentros, desde la comodidad de los taburetes, puertas y palos de mango, hasta los foros cibernéticos que se dan en los muros y grupos, de todas las redes sociales.

Bueno, siendo así, las tertulias y el inodoro seguirán con sus funciones intactas, porque el escenario virtual para hablar o escribir con lenguaje falso o verdadero, chismoso y con jocosidad, está bien guardado en los foros de las redes sociales que funciona como un inmenso y libre retrete.

Feliz semana.

PD: En memoria de Don Heriberto, el cachaco del almacén Venecia, el tertuliadero más comercial de la plaza Alfonso López.


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