Un afectuoso adiós para Moisés Perea
Por: Augusto Aponte Sierra
Hace pocos días murió Moisés Perea en Valledupar. El 17 de noviembre, para ser exactos.
Perdimos con su partida, al ser humano que le dio vida, estilo y elegancia, a la moribunda tradición oral vallenata.
También es una pérdida para los que vivimos la nostalgia como el instante de una realidad que se fue, en donde sentimos que la silueta de los sentimientos, emerge desde la intimidad de nuestro pasado.
Hace unos días, la nostalgia por el viejo Valledupar, me hizo escribir sobre la historia de mis añoranzas, precisamente por aquel barrio en el que Perea fue un guardián de sus costumbres. En su diario vivir, él observaba, para después transformar la criolla diversidad de sus acontecimientos, en cuentos y anécdotas que relataba con la mágica expresión de su imaginación.
Moisés, para inducir credibilidad en sus historias, hacía gala de la inteligencia natural que su fina estirpe provinciana le aportaba. En sus relatos combinaba la verdad de los hechos, con una pícara filosofía, a la que adornaba con sutiles y punzantes esquirlas de irónicos epitafios. Esa virtud fue y será una inspiración constante, para la pluma de todos los que somos amantes del ayer y de todas sus expresiones culturales.
A propósito de la interpretación nacida en las expresiones que tiene la nostalgia, la muerte de Perea es una de ellas.
Él siempre construía sus historias con elementos nostálgicos de un suceso conocido para darle una visión jocosa, así se fue educando como constructor de realidades a través de la nostalgia. En esos relatos encontré voces para mis emociones, porque para mí, la nostalgia es la interpretación personal de lo que el recuerdo y su expresión oral, nos van entregando.
Esta observación me ha permitido definir el estilo que dio origen a lo que yo he querido tomar como escuela para muchas facetas de mi modesta narrativa. Se trata de una línea que da forma a las expresiones folclóricas, en este caso, la tradición oral. Es lo que yo la he querido llamar ‘expresión dialéctica del criollismo vallenato’. Esta es la ruta de la familia semántica, en la que Moisés trazó un estilo, en donde mis letras siempre han buscado con sus vivencias, sacar del anonimato a mi pasado barrial. En esta noble tarea he sentido sin pudor, el orgullo natural que expresa el desnudo emocional, que siempre sucede al revelar la intimidad de la naciente poesía.
Perea tenía una narración inteligente, elegante y muy ceremonial, «mamaba gallo» con respeto y altura. Era dueño de un verbo que “metía los monos”, simulando ser un excelso letrado. En la elocuencia de sus gestos, el histrionismo de su léxico, hizo de su lenguaje corporal una marca registrada, porque saboreaba las palabras con una manía que contagiaba. Su risa silenciosa terminaba en una tosecita, que después carraspeaba
para buscar los sinónimos y muletillas que adornaban su relato.
Lo que más admiré de su genial narrativa, era la capacidad de improvisación y la adaptación que le daba a la trama de sus cuentos, según el momento y el público que lo escuchaba. La prosopopeya era uno de sus fuertes, el animaba con voz y gestos a cualquier personaje del reino animal, al hacerlo, por momentos no sabíamos si el animal era la persona.. o la persona era el animal.
Hoy, en su natural partida, le escribo al adiós de un amigo y a la sinceridad del poder homenajear con admiración, al personaje que hizo historia en la tierra de Chipuco, y en mi dialéctica también.
Por eso, a su excelsa memoria narrativa, le pido póstumas disculpas, por no estar a la altura de su inmensa riqueza costumbrista. Mis líneas son un pequeño tributo, para hacer justicia a su olvidado talento y a su genial oralidad vallenata. Para mí, con Moisés se fue una fuente inagotable e irrepetible del humor criollo, en donde siempre encontraremos la mejor tinta, para que la vallenatía en su natural criollismo, escriba cuentos deliciosamente salpimentados, con ese mamagallismo macondiano, en donde Perea siempre vivió.
El querido «Moi» se fue a buscar la musa de sus cuentos, allá en el pasado de su viejo barrio, en donde encontró un escondite para guardar sus increíbles vivencias y sus secretos mentirosos. Esa guarida barrial, era un escenario de aquel pueblito al que él llamaba, «el valle». Esa vieja aldea era restaurada en cada historia, que su ingeniosa memoria traía al mercado de la oralidad en la naciente ciudad de los Santos Reyes.
Moisés hacía el libre mercadeo de sus cuentos a cambio de risas, aplausos y por ahí «algún billetico», el que siempre consumía en la industria clandestina de la bohemia vallenata.
Moisés podrá irse tranquilo, porque el país de la vallenatía con todos sus poetas, escribirán sobre él, para cumplir con la típica y dolorosa tardanza que siempre canta en todos los homenajes póstumos. ¡Yo con Moisés aprendí!, y esta es una confesión muy serena, que la nostalgia es como esa pintura, en la que el artista dibuja lo que ve, en el preciso momento de la inspiración. Algo similar me sucede al visitar las evocaciones de mi añorante realidad.
Su partida será como fue la historia de su vida: llena de cuentos y risas, en donde su legado crecerá para convertirse en la escuela natural de la tradición oral vallenata. Porque siempre existirán personas y personajes, que la misma historia de los pueblos, no dejarán morir. Por eso, con el adiós a Perea, se da inicio a la semblanza y al rescate de la vieja tradición oral, porque este acervo cultural es el verdadero lenguaje del país vallenato.
Y, a ti Moisés: que la paz de tu descanso sea un cuento divertido y el mejor lugar para reír con la nostalgia de su relato.
Feliz semana para todos.

