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Opinión

El día feliz

Por: Daniel Coronell     

En estos casi tres años dejaste atrás la niñez.  hoy eres una muy joven adulta, madura e inteligente, que vivió los años

Esta semana por fin llegará el día que hemos esperado tanto. Tu hermano no irá al colegio. Tu mamá se pondrá la blusa nueva que compró para la ocasión. Yo voy a faltar al trabajo. Todos iremos contigo a la última quimioterapia. Habrán pasado 846 días desde ese miércoles 12 de agosto de 2015 cuando te diagnosticaron cáncer. La carrera no ha terminado, seguirá por el resto de la vida. Sin embargo, esta semana el doctor Guillermo de Angulo, oncólogo pediatra, declarará oficialmente que le ganaste el premio de montaña a la muerte.

Si pusiéramos juntos los días que estuviste hospitalizada, serían casi 4 meses. 116 noches que dormiste en la cama del hospital, en medio de terribles dolores, con una fortaleza indeclinable, desafiando pronósticos y defendiendo tu vida.

Tu mamá estuvo ahí cada una de esas noches. Nunca dejó que la vieras llorar. Por duro que soplara el viento ella intentaba su mejor sonrisa, tomándote la mano, recordando puntillosamente el horario de las medicinas, leyéndote cuando no podías leer, o durmiendo a medias en la silla del lado.

Gracias a ella todos salimos adelante. En medio de duros momentos de desesperanza, ella nos hacía entender la alegría inmensa de seguir juntos y el valor de seguir luchando.

Hace poco, cuando escribías un ensayo de admisión para una universidad, recordaste el día que perdiste el pelo. Sucedió el 10 de septiembre de 2015. En unas pocas horas te quedaste completamente calva.

Jamás olvidaremos que Paola, una muy querida amiga, encontró en Nueva York a un experto en efectos y caracterización de actores. Mirando una foto tuya, el artista fabricó una peluca que imitaba muy bien el aspecto del que había sido tu largo y sedoso pelo.

Ese fue un gran consuelo, aunque 2 meses después decidiste no cubrir más tu cabeza. Incluso, en una de las pausas de hospitalización, te apareciste calva a una fiesta de tus amigos de colegio. Estabas radiante, aunque el tratamiento había hecho estragos en tu cuerpo, habías perdido casi 30 kilos, y a pesar de que tenías 16 años te servía la ropa de cuando tenías 12.

Más o menos por la misma época conociste a Georgina, una niña menor que tú y también diagnosticada con leucemia. A sus padecimientos del cuerpo, se sumaba una enorme pena por su calvicie que la hacía sentir fea y rara. Para reconfortarla le regalaste una muñeca calva, parecida a ella, que le alegró mucho la vida y fue el comienzo de tu causa: ‘Bald is beautiful’.

María, tu adorable amiga de la infancia, trabajó muy duro para volver viral la idea. El apoyo que te dieron Julio Sánchez Cristo y el equipo de La W convirtió tu proyecto en una causa gigante, que ha ayudado a decenas de niñas en Colombia y Estados Unidos.

Al cabo de unas semanas estabas tan ocupada que casi no pensabas en tus propios dolores.

Como lo cuentas en tu ensayo, una de las beneficiarias fue Luchi, una niña venezolana de 5 años, cuyos padres habían hecho un enorme esfuerzo para llevarla al Hospital Jackson de Miami con el sueño de salvarla de la leucemia. Estaba feliz cuando le entregaste su muñeca vestida como ella, con sus mismos ojos, y calva como ella. Tristemente, Luchi murió en la batalla.

Te enteraste por la cuenta de Instagram de la mamá de la niña. Un brutal recordatorio del carácter silencioso y traicionero del cáncer.

En estos casi tres años dejaste atrás la niñez. Hoy eres una muy joven adulta, madura e inteligente, que vivió los años más difíciles de su vida al tiempo con la adolescencia. Aprendiste –y nos enseñaste a todos– que lo mejor que uno puede hacer por sí mismo es tratar de ayudar a los demás.

No podemos cantar victoria. El fantasma del cáncer seguirá entre nosotros.

En los hospitales hay una tradición para celebrar el final del tratamiento del cáncer: familiares, médicos y enfermeras rodean al paciente, que hace sonar una jubilosa campana en el puesto de guardia de enfermería.

Esa campana, Gu, nos recordará que debemos seguir despiertos para siempre.

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